En la planta 'noble' de la sede de la calle Génova,
donde se libran tantas batallas internas y externas desde, entre, para, por,
cabe, con, contra el Partido Popular, lo saben y lo dicen, lejos, claro, de los
micrófonos. Y no lo dicen de ninguna manera, pero vaya si lo saben, las gentes
que pueblan los despachos en La Moncloa.
Mariano Rajoy, y, claro, todos ellos, y, por supuesto, todos
nosotros, se la juega/nos la jugamos cada vez más en cada nuevo envite. Y el
del miércoles es de órdago, aunque ¿cree usted que verdaderamente sabrá el
presidente agarrar al toro por los cuernos, presentar al país (y a la oposición,
para buscar su consenso) una batería de medidas verdaderamente regeneradoras,
valientes, creíbles, útiles, generosas?
Yo, la verdad, ya no me atrevo a apostar por nada. Ni por
nadie. Algunas veces he escrito que aún me queda un rastro de confianza en
Rajoy (y en Pérez-Rubalcaba), tal vez por entender que no queda más remedio que
seguir confiando en quienes llevan el timón, sea desde el Gobierno, sea desde
la leal oposición. Pero el crédito, como es natural, se agota, y no creo que Rajoy
pueda aparecer el miércoles ante el Parlamento, tras sus demasiado largos
silencios, tras su excesivamente dilatado 'dolce far casi niente',
dándonos más de lo mismo, hablando de cambios lampedusianos, modificiaciones
que impiden el Gran Cambio, la gran transformación, la enorme regeneración sin
los cuales nos estamos asfixiando.
Muchos de los presidentes del Gobierno a los que he conocido
me reprocharon que los periodistas exigimos unos tiempos demasiado apresurados.
Una vez, perdón por desvelarlo, también me lo dijo el Rey. Pero ahora ha sido
el propio Monarca quien, una vez más -lo hace al menos una vez al año, en
su mensaje del 24 de diciembre--, ha urgido al pacto, a tomarse esto en serio,
a buscar el acuerdo por el empleo, que es como decir el acuerdo para cambiar
muchas cosas que evidentemente no funcionan. Ya no es tiempo, ni periodística,
ni política, ni socialmente, de esperar más, se pongan como se pongan los que
en Moncloa aplauden los 'timings' modelo puente festivo.
Pienso que no podrán ir Rajoy y Rubalcaba al atril del
Congreso de los Diputados a hablar -también otra vez-- de sus mutuos
deseos de pacto, culpando al otro de, en verdad, no querer el acercamiento. Basta
ya de eso: las encuestas, como la del CIS del pasado viernes, deberían hacerles
reflexionar. Como, parece, ha reflexionado el propio jefe del Estado. Esto no
puede seguir así, ni se puede defraudar al Parlamento, que en teoría nos
representa a todos los españoles, con nuevas vaguedades, con más previsiones
engañosas, con nuevas medidas anunciadas y no cumplidas, con, en resumen, más
de lo mismo.
Quizá, me parece advertirlo, la pelota esté aún más en el
tejado de Rubalcaba que en el de Rajoy, que este lunes recibe en Moncloa a
Enrico Letta, el nuevo mandatario italiano que ha sabido propiciar un pacto -aunque
sea poco estable-- entre los dos alborotados bloques políticos de su país. ¿Será
posible que en la Italia
de Berlusconi y Grillo se salga del atolladero y aquí no?
Al líder del PSOE, que está ya claramente de retirada, le
corresponde ofrecer antes la mano generosa y sincera, aunque se abrase -ya
qué más da-en las tormentas de su propio partido, en el que es él, Rubalcaba,
quien tiene más sentido del Estado. Si luego Rajoy y el también alborotado -aquí
todo el mundo lo está-PP no quieren tomar esa mano, allá ellos con sus
responsabilidades.
Y lo mismo digo con los sindicalistas, con la patronal, con
los colectivos profesionales, con los autónomos, con los nacionalistas y hasta
con los dos partidos emergentes, IU y UPyD, a los que, no sé muy bien por qué, todos
pretenden olvidar a la hora de forjar ese gran pacto nacional que abarca lo político,
lo social, lo autonómico y, por tanto, lo económico. Ya va siendo hora de
involucrar a la sociedad civil, a los emprendedores -palabra universalizada
y moneda corriente que da la impresión de que no gusta demasiado ni a PP, ni al
PSOE, ni a IU, ni a los sindicatos--, a los mileuristas y a los parados esos a
los que nunca dan la mano los políticos y los representantes institucionales, en
la tarea de la regeneración. En la recuperación del orgullo de la 'marca
España', que es algo que se logra haciendo mucho más, mucho más barato,
sencillo y productivo, que enviar el 'Juan Sebastián Elcano' a
Miami.
El miércoles, en el Congreso, a las nueve en punto de la
mañana, empezaremos a tener una impresión clara de por dónde van a irnos las
cosas: puede que Rajoy, a mi modo de ver desacertadamente, insista en que tiene
toda la razón, en que no se equivoca en nada -se lo dijo, pero con la
boca muy pequeña y queriendo significar otra cosa, Esperanza Aguirre-y en
que tiene mayoría absoluta para hacer-lo-que-le-dé-la-gana. Y puede que
Rubalcaba, errando por completo en mi opinión, le responda con un 'váyase,
señor Rajoy', que nada soluciona excepto que el líder de la oposición pueda
sacar pecho ante los suyos. O puede que ese camino desastroso esta vez no se
tome y se prefieran otros derroteros más fecundos. Pues eso: usted, querido
lector, ¿por qué apuesta?
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