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Fiestas broncas

Fiestas broncas

lunes 20 de mayo de 2013, 11:41h
Se acerca el verano, dice el calendario, y con el calor las fiestas en todos los pueblos de España. Al ver las imágenes de decenas de jóvenes apiñados en un estrecho puente de Ondárroa para impedir la detención de la ondarrutarra Urtza Alkorta por colaboración con ETA, a los erztainas tirando de brazos, piernas y cuellos para arrancar a los jatorras del pueblo aferrados a las barandillas entre gritos y voces me ha venido una asociación de ideas a la cabeza. La evocadora magdalena es para mí el perfume salobre del puerto de Lequeitio, y de muchos veranos de mi niñez, cuando vestido con mi camisa azul de arrantzale y el pañuelo de hierbas al cuello, veía a las cuadrillas bogar hasta el ganso, ciar frenando el chinchorro para dejar al elegido doblar bajo su brazo el cuello del ánade y luego, al tensarse la soga en la bocana, el vuelo del héroe a los cielos, cayendo una y otra vez como un Ícaro al mar en un remolino de plumas, soltando su presa o arrancando de cuajo la cabeza del ganso, como Urtza Alkorta fue arrancada de ese puente demasiado lejano ya para el sentido común.


Ese "déjà vu" lo he vuelto a tener con una de las múltiples manifestaciones del fin de semana. Las fiestas populares y las protestas contra los populares se van superponiendo en un juego de espejos deformantes cada vez más indistinguible. Por supuesto los motivos para convocar a las multitudes son bien distintos y el ánimo también, pero los festejos y las protestas tienen mucho en común si rascamos bajo las apariencias.


Ambos son actos colectivos durante los cuales el tiempo habitual, con sus rutinas y convencionalismos queda abolido. La excepcionalidad de ese paréntesis se subraya alterando las percepciones normales de nuestros sentidos; en especial el oído, pues tanto en las fiestas como en las protestas se trata de hacer ruido. Mucho ruido. Petardos, silbatos, bocinas, caceroladas, campanadas a rebato... Lo mismo sucede con la vista, nublada por el humo de bengalas, pólvora y a veces los botes disparados por los antidisturbios.


La ropa inusual es también una forma de marcar un ritual al margen de la cotidianidad. Como en las bodas. Pero en las fiestas son los trajes regionales, los pañuelos al cuello como en San Fermín o las máscaras de gigantes y cabezudos repartiendo zurriagazos a diestro y siniestro. En las algaradas son batas blancas de médicos, camisetas verdes de Educación, de diferentes colores según el banco que les haya estafado los lucidos por las víctimas de las preferentes, con un stop rojo para los desahucios o el lema "Herri Harresia"; muro popular, en el caso de los parlamentarios de Bildu en Vitoria. En las protestas las máscaras son de "Anonymus" con su inquietante sonrisa y quienes reparten golpes con el zurriago en el pasacalles son los mossos, ertzainas o nacionales, convertidos también en cabezudos robóticos con sus cascos globulares.


Por supuesto, tanto en fiestas como en protestas las muchedumbres se desinhiben. Las prohibiciones habituales dejan de regir y se tolera la interrupción del tráfico en la vía pública. Procesiones, cabalgatas, tamborradas, encierros, ocupaciones de plazas y avenidas, barricadas y piquetes. Ya sea para celebrar un triunfo de fútbol o para escenificar la rabia de una reconversión neoliberal.


La violencia reprimida explota de manera controlada por la tradición y se ritualiza en combates de moros y cristianos. En las plazas de los pueblos los Cornelios Zorrillas de paja y ropa vieja se apalean y arden, en otros sitios la sangre es real y se alancean toros hasta la muerte. También en los escraches se redactan protocolos midiendo la violencia, y en otras manifestaciones, los "incontrolados" arrasan las calles con un vandalismo tan medido que termina siempre igual.


Por supuesto fiestas y protestas comparten funciones sociales; ambos fenómenos sirven como válvula de escape a las tensiones acumuladas y forjan un sentimiento de unidad, de grupo, con la uniformidad del vestido y con cánticos, lemas coreados e insultos y burlas al "otro", al "enemigo"; bien sea del equipo de fútbol rival, del partido gobernante o del pueblo de al lado, con quien se mantiene esa secular hostilidad por un quítame allá esas lindes, como entre Ondárroa y Lequeitio.


Hay quien se toma las fiestas muy en serio y quien para protestar baila complejas coreografías al ritmo de una batucada, pero lo que define a esos fenómenos es su excepcionalidad, la ruptura con lo cotidiano. Repetidos con demasiada frecuencia dejan de cumplir sus fines; la gente se aburre y empieza a bostezar. Arrancar la cabeza del ganso por San Antolín apasiona una vez al año, pero es como los escraches, si se hace todas las semanas habrá que arrancar otras cabezas más grandes para abrir los noticiarios.
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