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Anatomía del no pacto de Estado

Anatomía del no pacto de Estado

lunes 20 de mayo de 2013, 19:29h
Es posible que la siempre discreta  y magnífica soprano Sonsoles Espinosa llegara a ensayar alguna de la obras  del  Mesías en los aposentos privados de la Moncloa. De ser así, los compases del oratorio de Georg Friedich Häendel deberían haber influido mucho en el final del mandato de José Luis Rodríguez Zapatero, que tuvo mucho de mesianismo: aquellos recortes express en pensiones y sueldos de funcionarios presentados con el lema "cueste lo que cueste, me cueste lo que me cueste". El hombre que se inmolaba para salvar al país decía que de la intervención de la troika, lo que, a su juicio, de producirse, podría marcar a varias generaciones y para mal. Otra cosa es lo que ocurriría después. 

A veinticuatro meses vista, con muchos más recortes y otro presidente, el mesianismo parece seguir instalado en el Palacio presidencial y el nuevo responsable monclovita, Mariano Rajoy, asegura, ante los pésimos resultados de su política y las aún peores previsiones aquello de "sé lo que tengo que hacer". Es el dejadme solo de un hombre que se cree providencial porque asegura que ha salvado a España del crack; un mesianismo de cuño popular ante la adversidad de la crisis galopante. Es como un nuevo sermón de la montaña pero al borde del acantilado del paro masivo y la recesión profunda: "En verdad en verdad os digo... que tengáis paciencia". Ni Zapatero en su día ni ahora Rajoy se dejaron aconsejar ni ayudar. Antes del gran tijeretazo, el socialista se había negado a considerar las recetas que le ofrecía Rajoy, entonces líder de la oposición, para acordar reducciones de gasto. Ahora, y tras dos presupuestos de recortes salvajes, el presidente popular se niega, como aquel, a escuchar cualquier propuesta de la oposición, que tiene ahora al socialista Alfredo Pérez Rubalcaba como portavoz, para moderar la lucha contra el déficit o invertir algún euro en políticas de fomento de la economía.

El presidente se empecina en hacer oídos sordos al clamor de la calle y de los agentes sociales para buscar un pacto de Estado, para intentar buscar una salida acordada ante la crisis. La política de Rajoy es el no pacto de Estado porque piensa que si abre la puerta al acuerdo global habrá dilapidado su mayoría absoluta, el único activo sólido que le queda, de lo único que puede presumir ante sus socios de la Unión Europea. Y su estrategia sigue siendo la de siempre, ganar tiempo hasta que escampe. Los datos de la EPA del cuarto trimestre  han sido una terrible enmienda a la totalidad a su política de reformas y recortes, la constatación de que ni aun admitiendo ni corrigiendo las mentiras del programa electoral con el que arrasó en las elecciones generales es capaz de mejorar la lamentable situación económica heredada. El cuadro macroeconómico enviado a Bruselas, con las previsiones 2013-16, es la constatación de un gran fracaso y el final del engaño: esta Legislatura, que desde la sede de la calle Génova se prometía que iba a ser  la del empleo, acabará con más gente sin trabajo que cuando se inició. De todos los archivos de sus ordenadores ha desaparecido aquella foto, la gracieta aquella del candidato ante las oficinas de empleo. O los videos que se hizo el entonces jefe de la oposición con sombrero de chef y distribuyendo la sopa boba en los comedores sociales.

El mal legado de Zapatero parece que será mejor que la "buena" política de Rajoy. Ante esta situación el presidente ha hecho gestos, aparentes cambios, con la única finalidad de calmar a los suyos. El Pleno del Congreso en el que compareció de forma voluntaria intentó insuflar ánimo a sus votantes y dirigentes ante la evidencia de la catástrofe, exhibiendo como éxitos personales  - haber evitado el rescate, bajar la prima de riesgo, subir las exportaciones - lo que no son sino las consecuencias de la mejora en los mercados internacionales o de la bajada de los salarios y del consumo. La otra iniciativa, igual de frustrante, fue reunir a los sindicatos y a los empresarios por primera vez y ¡a los 16 meses de haber llegado a la Moncloa! Nada que ofrecer salvo la presunta resurrección de las mesas de diálogo social para entretenimiento del personal mientras que se preparan en los ministerios decretos sobre pensiones o para la reforma de la administración.
 
El presidente sabe que los nuevos datos del desempleo que se conocerán en las encuestas de población activa de julio y octubre difícilmente le darán nuevos disgustos como el del mes de abril. Las dos próximas epas difícilmente van a añadir centenares de miles de parados a la cifra actual de los 6,2 millones. Salvo catástrofe, que no se espera, y si siguen la tónica de años anteriores,  los próximo seis meses se moverán en incrementos de cinco dígitos, sin que se pueda descartar alguna disminución ocasional, como ocurriera en 2011 y 2010. Con lo que tendría asegurada una cierta calma hasta final de año. Entretanto su confianza está en que la política comunitaria además de dar más margen para cumplir con las exigencias de reducción del déficit con más tiempo aporte también mayor liquidez en los mercados y un compromiso para destinar fondos comunitarios a políticas de empleo. Ayudas que además de bienvenidas serán exhibidas como grandes logros del buen rumbo tomado por el Gobierno. Nunca admitirán que son pequeñas concesiones del comisario Olli Rhen y su equipo ante la profunda depresión económica que ellos mismos, al dictado del Deutsche Bundesbank han creado en la zona euro. Y que benefician también, por cierto, a Francia, Italia o Portugal. Pero a Rajoy le vendría de perlas para seguir ganando tiempo y evitar tener que admitir su fracaso ante los ciudadanos, el resto de los partidos políticos o ante los interlocutores sociales. Y entretanto, paciencia. Así nos va y nos irá.
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