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Cicatrizar sin mentiras

Cicatrizar sin mentiras

lunes 17 de junio de 2013, 16:09h
Debe resultar bastante duro acostarse un día creyendo que eres un valiente gudari y levantarse constatando que eres un bárbaro criminal, que se ha dedicado a asesinar hombres, mujeres y niños, o informando a otros para que cometieran la bestialidad.   

Tiene que ser estupefaciente pasar de héroe a villano y, sobre todo, observar cómo ése árbol sacudido a base de pegar tiros en la nuca y pulsar botones para reventar a seres humanos o dejarlos mutilados, ya no tiene ninguna nuez en el suelo, porque se las han llevado los que les hicieron creer que serían gloriosos paladines de la independencia.

   De ahí que los recogedores de nueces, los aprovechados del currículo criminal de los asesinos, no se atrevan a condenar lo que hicieron, por dos razones: porque sería demasiado cinismo y porque, en el fondo, les tienen miedo, debido a que se han quedado sin leyenda gloriosa, pero todavía tienen las pistolas.

   Todos queremos que se cicatricen las hondas heridas del País Vasco y que se construya la paz, pero eso no puede hacerse sobre la mentira, sobre la falsedad de que los delincuentes huidos lo hicieron para escapar de la represión política y sobre la amnesia de unas salvajadas a las que contribuyó poderosamente una burguesía que miró hipócritamente hacia otro lado, o, sin metáfora ninguna, que siguió jugando la partida de mus, horas después de que uno de los miembros de la partida fuera asesinado.

   Hay que cicatrizar, pero sin reescribir una historia vergonzosa donde, como sucede siempre, se alió la complicidad cobarde con los torturadores protagonistas, la medrosidad que acuñó el "algo habrán hecho" con la eficacia de los sicarios que no dudaban en reventar a niños con sus cunas. Pero cuando se pretende cicatrizar con falacias y crear un relato de la historia lleno de patrañas, a los que ya estábamos a punto de olvidar se nos revuelve el estómago, la indignación nos pide combate, y una rebelión que creíamos dormida nos llena de cólera, es decir, que ese intento de fraude es tan insultante que en lugar de cicatrizar reabre la herida, y la muestra más horrible, repugnante y descarnada que nunca.
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