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Un bel morir tutta una vita onora

Un bel morir tutta una vita onora

lunes 24 de junio de 2013, 16:11h
 "Ch´un bel morir tutta una vita onora", decía Petrarca en su toscano. Desde hace ya casi tres años soy uno de esos escasos españoles, 150.000, en números redondos, que ha firmado su testamento vital. En mi caso ante notario, con testigos y dando copia a mi médico de cabecera. Por supuesto en ese documento doy claras instrucciones para que se me deje ir "ad patres" si yo no estoy en disposición de exigirlo. Pero aun así el texto oficial no me deja la última palabra a mí, o a quienes yo haya designado para cargar con esa decisión, pues la condiciona a un diagnóstico médico y a unos padecimientos perfectamente vitandos.

Es curioso. ¿Será un cierto espíritu servil el que lleva a muchos elementos políticos de la periferia peninsular a exigir el derecho a decidir que las órdenes del mando se las impartan en el acento e idioma que mejor entiendan?  ¿Querrán hacerlo así para cumplirlas bien a rajatabla? No parece, sin embargo, preocuparles quien toma la más relevante de todas las decisiones; la de cuándo y cómo queremos colocar el punto final a este avatar nuestro.

Si en un artículo anterior cargábamos contra el paternalismo empresarial estas líneas van contra otros paternalismos; médicos, eclesiásticos o legales; todos aquellos empeñados en decidir sobre el final de mi vida... y de la suya.

Perdonen la obviedad, pero el alargamiento de la vida, la cronificación (si se me permite el barbarismo) de muchas enfermedades y las posibilidades clínicas de mantenernos con un remedo de existencia nos enfrentan a un problema creciente de inseguridad personal, familiar y legal; también para los profesionales médicos, ya que en España el artículo 143 del Código Penal prohíbe auxiliar a quien quiera quitarse la vida. El suicidio médico asistido sólo es legal en Oregón, y en Suiza se practica gracias a una laguna legal, pero se exige el requisito de la enfermedad, negando al individuo el control sobre su propia vida o el fin de la misma en el caso de encontrarse sano.

Nótese que no hablo "stricto sensu" de eutanasia o de sedación terminal, sino de tener en nuestras manos la más importante de las decisiones cuando estemos ya hartos de tercos sueños, descabelladas esperanzas y empresas truncas. Sin considerar eso como una enfermedad mental que inhabilite el raciocinio. En cualquier caso es fundamental dejar patente nuestra voluntad cuando podemos hacerlo, con un  higiénico laicismo, un notario y sin la asistencia paternalista del estamento médico o de la Conferencia Episcopal. Si además, llegado el momento, quien debe hiciera honor a lo firmado sería como jugar al póker y además ganar. Pero también deberían tomar nota los comisionados para la sostenibilidad de las pensiones; si han incluido en su informe la sugerencia de tomar en cuenta la esperanza de vida para cobrar menos dinero a medida que esta se alargue también deberían considerar la posibilidad de pagar más a quienes hemos firmado un testamento vital; no hay mayor prueba de racionalidad, y haría, sino más bello, más desahogado el morir honrando una vida entera.
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