lunes 24 de junio de 2013, 16:25h
En las esferas madrileñas del poder existe
preocupación por los repetidos episodios en los que al comparecer en
actos públicos algún miembro de la Familia Real ha sido recibido con
abucheos. Hay división de opiniones a la hora de diagnosticar el por qué
de tan reiterados episodios.
Algunos analistas pretenden que más que un repudio a la
Institución estos actos son una expresión de la exasperación social que
cursa con la crisis. Tengo para mi que avalar semejante conclusión sería
tanto como cerrar los ojos ante unos hechos que tienen raíces más
profundas. Siendo cierto que en un país con seis millones de parados hay
otras tantas razones para que miles de ciudadanos estén hartos de todo y
de todos, no lo es menos que en el caso del desafecto que describen los
abucheos late un sentimiento de rechazo generado por las noticias que
rodean el caso de las presuntas actividades corruptas de Iñaki
Urdangarín, yerno del Rey. Y también por otros asuntos pocos edificantes
que en su día llevaron al propio Rey a pedir perdón. Lo insólito de
aquella circunstancia no acabó con la larva de distanciamiento que ha
ido creciendo entre una parte de la ciudadanía tal y como registran la
últimas encuestas en las que la popularidad de don Juan Carlos ha ido
decreciendo de manera notable.
Así las cosas, cabe pensar que quizá estamos asistiendo a un
cambio de ciclo en la percepción del papel de la Monarquía como factor
de unidad y permanencia de lo que representa España. Los españoles de
menos de treinta y cinco años -la mitad de la población-, ciudadanos
nacidos en democracia, no tienen la misma percepción que tenemos la otra
mitad sobre la figura del Rey y el papel que desempeñó en los años
germinales y peligrosos de la Transición. En el mejor de los casos les
resulta indiferente. Juzgan el mundo y a los políticos por sus obras;
descreen de los retratos oficiales. De ahí nacen sus opiniones, sus
afectos y sus rechazos. Que para compensar la pérdida de apoyo a la
Institución que registran las encuestas desde La Zarzuela se haya
decidido multiplicar la presencia del Príncipe cuya figura, en éstos
momentos registra un índice de popularidad superior al de su padre, es
una decisión lógica pero no exenta de contraindicaciones porque en la
práctica -como sucedió en Alicante en ocasión de la llegada del AVE-, a
la postre, a quien se expone como pararrayos del descontento por la
conducta de otros es a don Felipe, hasta la fecha, un ciudadano de
trayectoria intachable. Paga por otros. Se dirá que le va en el sueldo y
es cierto, pero no deja de ser injusto. De ahí la preocupación a la
que me refería en los primeros compases de éste apunte de situación.