Elena Valenciano, la 'número dos' del PSOE, ha
regresado al 'márchese, señor
Rajoy'.
Cayo Lara, coordinador de
Izquierda Unida, pide elecciones inmediatas. Los brotes verdes del consenso,
tan prometedores, se marchitan antes de haberse desarrollado. Ignoro cuánto
daño pretende causar
Luis Bárcenas con sus arremetidas, pero el mal, es decir,
la vuelta a las hostilidades, ya está hecho, precisamente cuando más falta hacía
el entendimiento en cuestiones básicas entre las fuerzas políticas. Ahora, lo
importante es saber si, en efecto, a la luz de las revelaciones que se van
publicando acerca de sobresueldos e irregularidades varias en el PP, tienen o
no que rodar cabezas: ¿debe dimitir Rajoy como le piden desde el principal
partido de oposición? ¿Hay que disolver las cámaras y convocar elecciones como
pide Lara?
Ignoro, desde luego, el grado de culpabilidad del presidente
del Gobierno, y de los otros a quienes se acusa, en lo referente al presunto
cobro de sobresueldos. Tengo a Mariano Rajoy por persona honrada y poco amante
del dinero, aunque sé del descontrol que siempre reinó en la financiación del
Partido Popular (y no solamente en este partido, claro está; lo que ocurre es
que ahora hablamos del PP). Puede que cobrase sobresueldos, contra lo que afirmó,
pero yo anticipo siempre la presunción de inocencia y me parece que, en todo
caso, debe dársele, y debe darse a sí mismo, la oportunidad de explicarse de
manera exhaustiva. Es verdad que hasta ahora no lo ha hecho, y la gestión que
desde el PP se está dando en el 'caso Bárcenas' bordea lo
desastroso.
Pero eso es una cosa y pedir que Rajoy se marche ya es otra.
Primero, porque resulta difícil acreditar con pruebas inequívocas que haya
mentido al negar haber cobrado extras; en todo caso, no es un hecho asentado. Y
segundo, porque lo menos que puede convenir ahora al país es un terremoto político
de la magnitud del que solicita la oposición. Cierto: por mucha crisis económica
en la que nos encontremos no podemos volver los ojos hacia otro lado para no
mirar a la corrupción. Pero no menos verdad es que nos encontramos ante un difícil
recambio, en momentos en los que la credibilidad de toda la clase política,
toda, está bajo mínimos: las alternativas pueden ser peores, por ingobernables,
de lo que actualmente tenemos, por poco que nos guste (y nos gusta poco, dicen
las encuestas).
Ante esta situación, pienso que no puede pedirse así, a la
ligera, un vuelco que aún -aún-no está justificado: lo urgente,
como decía
Pío Cabanillas, es esperar a tener todos los datos en la mano. Claro
que también hay que decir que, con sus silencios, con sus huidas, con su falta
de explicaciones convincentes, el inquilino de La Moncloa, y con él todos
sus lugartenientes, se están complicando notablemente la vida. A ellos, y a
todos nosotros, por cierto.
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