jueves 01 de agosto de 2013, 16:34h
Uno de los pasajes evangélicos más populares es la parábola del hijo
pródigo. El padre da dinero a sus hijos, pero uno de ellos se dedica a
malgastarlo, a vivir por encima de sus posibilidades, hasta que se acaba
el dinero y vuelve a casa de su padre. Es entonces, cuando el padre
prepara una gran fiesta para recibir al hijo pródigo, ante el estupor
de los hermanos que han cuidado su hacienda y han sido prudentes, y no
han recibido muestras de alborozo por haber cumplido con su deber.
Montoro se nos ha vuelto evangelista, y no les va a echar ni una
bronca a las autonomías que hayan gastado más de lo que podían, antes al
contrario, les proporcionará más dinero, mientras que a las que han
cumplido con su deber, y han seguido con disciplina las órdenes del
ministro, se les tratará con mano férrea para que sigan por ese austero
camino.
Si los presidentes autonómicos estuvieron imbuidos del espíritu
evangélico, no habría ningún problema, pero mucho me temo que una mujer
como Luisa Fernanda Rudi, pongo por ejemplo, que como viene de los
números ha sujetado el déficit en Aragón, y ha pedido sacrificios a sus
ciudadanos para poder acatar las órdenes del ministro de Hacienda, no se
va a conformar con el tratamiento que se da a los hijos pródigos, entre
otras razones, porque estos hijos pródigos no es la primera vez que
salen corriendo de casa con el dinero del padre, y no vuelven
arrepentidos, sino pidiendo más.
Ya escribí, hace un año, que ni el PSOE ni el PP, poseían redaños
para domeñar la deriva insolidaria e injusta de las autonomías, aunque
lo dije de manera más rotunda y cervantina. Y siguen sin tenerlos. Les
produce pavor gobernar para la siguiente generación, porque siempre
están ocupados en las próximas elecciones. Y Montoro, el evangelista, se
volverá inmisericorde recaudador, y mantendrá estos impuestos que
destrozan a las clases medias, con tal de tener contentos a los
derrochadores hijos pródigos.