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Los problemas reales de la Familia Real

Los problemas reales de la Familia Real

domingo 11 de agosto de 2013, 20:18h
La ruptura en pedazos y en apenas unos días de lo  que antaño fueron las vacaciones de verano de la Familia Real en Palma de Mallorca ha convertido los problemas familiares que sin duda la atenazan en problemas de estado. En siete días y ante los ojos de todos los españoles la diáspora del Rey y de la Princesa de Asturias, de la mayor parte de los nietos, las ausencias de Iñaqui Urdangarin y de Cristina de Borbón, los forzados posados fotográficos ante la prensa, la cena de compromiso con las autoridades de la isla, la audiencia obligada con el presidente del Gobierno, las ausencias inexplicadas e inexplicables en actos tradicionales de otros años..., todos esos acontecimientos condensados en una semana han aumentado el daño que a la Monarquía y a la estabilidad de la Nacion están haciendo los comportamientos de casi todos los miembros de la primera familia del país.

El caso Urdangarin, la salida a la luz de los comportamientos que el duque de Palma y su socio Diego Torres han mantenido durante años articulado en torno al carácter de yerno del Rey del antiguo jugador de balonmano, ha sido la espita por la que ha salido toda la tensión acumulada, todos los problemas, todas y cada una de las circunstancias personales y familiares en las que vivían desde don Juan Carlos a sus nietos más pequeños.

Los silencios cómplices y aduladores de los medios de comunicación durante treinta años han desaparecido y la Casa Real se ha convertido en un "patio de Monipodio" en el que se ceban crónicas del corazón, programas del corazón y todo tipo de ambiciones cortesanas,políticas y económicas. Confluyen los deseos de cambio en la Jefatura del estado con los problemas de movilidad tras la caída en Botswana del Rey, con el conocimiento público de sus relaciones con Corina Larssen y su distanciamiento de años con la Reina, e incluso con las renuncias de otros soberanos europeos al trono abdicando en sus hijos e las que se ha intentado buscar una similitud o un ejemplo para lo que debería hacer Juan Carlos I.

Desde la orilla de los años que han pasado desde la separación de la Infanta Elena y Jaime de Marichalar, ya adormecidas las tensiones que originó y los numerosos rumores e incluso disparates que la acompañaron, hemos llegado a la reiteración en los anuncios y desmentidos de otra separación que estaría forzada por el escándalo económico del caso Noos y por el escándalo personal de correos de contenido erótico de Iñaqui Urdangarin, dentro de la instrucción de un sumario que no deja de crecer con nuevas pruebas que pide el juez Castro, por un lado, y que aporta Diego Torres y su entorno por otro. Con la Infanta Cristina siempre pendiente de que la llamen a declarar bien como testigo, bien como inculpada, con falsas ventas de parcelas que se le atribuían, con inspecciones de Hacienda que no terminan nunca hasta buscar una salida que de Washington pasa por Batcelona, roza a Qatar y termina en Ginebra. Un Vía Crucis que tiene que recorrer en solitario, separada de su padre y de su hermano mientras permanezca al lado de su marido.

La imagen de desmembración familiar alcanza en estos días a los Príncipes de Asturias con Felipe de Borbon en Mallorca al lado de su madre, Letizia viajando sola a Madrid, sus hijas regresando a la capital con su abuelo, y una situación de inestabilidad personal que perjudica de forma notable al heredero de la Corona, al que no le hacen ningún favor el coro de instigadores de un cambio que hoy por hoy don Juan Carlos no desea, ni está dispuesto a realizar,y que él no ha pedido, ni buscado, ni ha hecho el más mínimo gesto para que los que en ese posible cambio buscan una rentabilidad de futuro intenten influir una y otra vez en el proceso.

Es cierto que sin la crisis económica y sin la crisis política y social que padecemos en España la intensidad con la que se observa todo lo que acontece en la Familia Real no sería la misma. Pero junto a esa realidad coyuntural está la realidad de fondo, la que debe obligar a los responsables políticos a poner todo de su parte para que los problemas familiares no se mezclen con los institucionales e incluso los estructurales del estado. Aquellos que creen o defienden que el primero de los cambios que tienen que tener lugar en España son los de la Corona se equivocan. Antes de abordar los problemas de la Monarquía, incluso si se tiene que poner en cuestión su propia existencia, se deben resolver los otros. Lo que no se les resta ni un gramo de responsabilidad a cada uno de los miembros de la Familia Real en su primer reto ante los ciudadanos: dar ejemplo.
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