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Los tres mosqueteros

Los tres mosqueteros

Por Gabriel Elorriaga F.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
lunes 09 de septiembre de 2013, 16:11h
            La tragedia de Siria, que no reside exclusivamente en el uso de armas químicas, se viene prolongando años, como un episodio más del incendio provocado por la llamada primavera árabe, que nunca fue una lucha entre totalitarios y demócratas sino una tensión entre dictaduras militares y dictaduras islámicas en la que, sin explicaciones convincentes, algunos países occidentales decidieron que les resultaban más simpáticas las dictaduras islamistas, aunque en ellas anime la enemistad más fanática contra el estilo de vida del mundo libre. Con motivo de un uso criminal de gases en una acción localizada, sin esperar a la información definitiva de los inspectores de la ONU, tres estadistas occidentales, Obama, Cameron y Hollande, se dedicaron a lanzar bravatas sobre un castigo contundente al régimen de Al Assad, sin certeza de si la monstruosidad era cosa de aquel o de los rebeldes semiderrotados. De momento, movilizaron algunos efectivos militares con intención amenazante, crearon un ambiente de crisis internacional y consiguieron elevar el precio del petróleo, con sus repercusiones en la economía global.
 
            La fanfarronería inicial fue tan mal acogida por la opinión pública que en el más incondicional aliado de Estados Unidos, Gran Bretaña, el "premier" David Cameron, decidió consultar al parlamento y se encontró -no sabemos si con sorpresa o con disimulada satisfacción- con que le dijeron que nones. Ante este democrático procedimiento, el presidente Obama, cuyas atribuciones no le obligaban a estas consultas en estas contingencias, decidió que, también, debía consultar al parlamento, aplazando la intervención militar y teorizando sobre una estrategia limitada, por no decir simbólica, una vez eliminado el factor sorpresa y dado tiempo a que los amenazados hagan todos los traslados y tomen todas las precauciones posibles para minimizar el efecto de anunciados bombardeos. En este contexto se quedó solo y algo ridículo François Hollande, presidente francés que, sin consulta parlamentaria ni atención a la opinión nacional, mostró exagerado entusiasmo por una intervención punitiva y acercó al escenario una fragata, algunos cazabombarderos y unos comandos. Solo después, cuando vio el proceder de sus colegas angloamericanos se le ocurrió que debía hacer un debate en la Asamblea de la República ¡sin votaciones! Y que debía dirigir un monólogo a su pueblo. No sabemos si el socialista Hollande conoce la maledicencia de sus aliados, que opinan que ir a la guerra con Francia es como ir de caza con acordeón. O, quizá, sí lo sabe y quiere demostrar lo contrario con su ardor guerrero, pero lo cierto es que es quien mejor ha hecho el ridículo de los tres mosqueteros, quedando como el de menos escrúpulos y de reflejos democráticos de menor calidad.
 
             Los tres han coincidido en decir que lo que se proponen es distinto a lo de Irak. Y claro que lo es. En Irak hubo una previa resolución o advertencia de Naciones Unidas, aunque fuese ambigua, y el respaldo de cincuenta y dos naciones y se lucho contra un régimen invasor de vecinos, fuese Irán o Kuwait, con un líder desafiante que, además, había usado armas químicas contra los kurdos. La acción contra Irak no consistió en lanzar proyectiles y dejar al tirano con mando en plaza sino en acabar con él y con su régimen, liberando una zona estratégica. El hecho de que siga existiendo conflicto entre Sunnies y Chiies es algo endémico en el mundo islámico, allí y en otros territorios, con raíces ancestrales que no se van a desarraigar con una intervención cuyo objetivo era hacer desaparecer el régimen tiránico de Sadam Hussein, lo que se consiguió. Ahora, por el contrario, aún dando como evidente la responsabilidad de Al Assad en el episodio gasístico, no se pretende acabar con él sino mantenerlo en pie sobre las ruinas de algunas instalaciones bombardeadas cortésmente y, como resultado, fortalecer a unos rebeldes peligrosos para que la guerra interior continúe. Lo de Irak pudo gustar o disgustar a unos o a otros, pero fue una acción efectiva. Lo de Siria se presenta como una chapuza o como una "mascletá" de misiles Tomahawk. Y con misiles no se arregla nada. Las batallas que se inician hay que estar dispuestos a terminar ganándolas.
 
             En Siria no hay definición de objetivos estratégicos tras el previsto vapuleo. No hay proyecto de cambio político, pues cualquiera de las opciones son peores que el propio régimen de Al Assad. No hay ponderación de las repercusiones internacionales de la acción militar. No se conocen exactamente los medios contraofensivos que puedan haberse acumulado en Siria con la ayuda de las potencias contrarias a la intervención. Los tres mosqueteros, en esta ocasión, están actuando más como vacilantes bravucones, más comprometidos por sus palabras que por unos objetivos comprensibles, antes que como gendarmes de la seguridad mundial. El peor situado es el gallo francés que se quedó, como el gallo de Morón, sin plumas y cacareando. Los tres con un lema mal repetido: Todos para uno y uno para lo que resulte. Con la repulsa de la opinión pública americana y europea, Barack Hussein Obama está convencido de que no es su credibilidad la que está en juego sino la de la comunidad internacional, cuando sucede que la comunidad internacional está estupefacta, contemplando una siembra de inestabilidades en el mundo islámico que es el germen de esta y de todas las tragedias. Y a los tres mosqueteros acompañados de algún D'Artagnan que los corea sin desenvainar la espada.
 

Gabriel Elorriaga F.

Ex diputado y ex senador

Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.

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