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Sangre seca en el matadero Durango

Sangre seca en el matadero Durango

lunes 06 de enero de 2014, 11:57h
Dicho así parece el título de un filme de Sergio Leone. Cuando se perciben los rostros de la fotografía es posible imaginar una música lenta y pendenciera. Se oye una flauta. La sangre baña los títulos de la pantalla. Suenan   unos balazos que rompen la fina piel del negativo. Si miras  la fotografía de esa gente no tienes que hacer gran esfuerzo para imaginar una banda de malhechores. En el ordenador se puede poner la foto en blanco y negro. Unos sombreros  mejicanos como cúpulas negras serían necesarios. Son rostros duros, agrios, malhumorados, de ojos perversos, mirada cainita, rostros encanecidos que ocultan la maldad de una idea. 

En los ojos se puede ver el ser. Se puede observar la penumbra profunda, la amalgama de realidades asomando a la retina. En los de esta gente no hay bondad. Ni siquiera  litigio profundo existencialista, como Hamlet con una pistola preguntándose si disparar o no disparar, si el fin si los medios si la sangre si la palabra. Mucho menos indicios de arrepentimiento. Esas cejas caídas, esa boca con medio gesto de dolor no la ves por ninguna parte. No, no la hay. La boca se aprieta y los ojos se hunden más de lo que produjo natura, mostrando una expresión cavernaria, un pozo sin fondo. Son dos lunas negras taponando cualquier sensibilidad bonancible.

Entre todos los que están en el escenario de lo que fue el matadero Durango juntan 300 asesinatos. Más de mil disparos que sonaron en mañanas frías, tardes secas, bajo las brumas amarillas de cualquier mes del año. La dinamita en sus manos se hartó de sacar lágrimas ajenas. Por eso quizá el mantel que sujeta un micrófono asustado y un panfleto reivindicativo es tan rojo. Detrás está el periplo de arrugas toscas y el orgullo más incomprensible que ojos humanos hayan podido ver. Como el de Zubieta Zubeldia, nombre que llenó portadas con nueve asesinatos que no pesan ni un gramo en su conciencia. Tiene este tipo cara feroz, mala leche oscura, una rabia curvada en las cejas. Más ferocidad hay en la cara agria de Zabala Erasu, segador de doce vidas y digno de figurar entre las mesnadas de cualquier bárbaro cruento. Tiene el cuello con más diámetro que el rostro. Las venas hinchadas, como con un cabreo eterno. Los labios finos propios del torturador Torquemada. Alguno, con un bigote rudo, como Azcargorta, asesino del policía Felix Gallego, tiene las cejas comidas por el oxígeno y los ojos parecen dos bocas negras a punto de echar fuego. Pero el de más feroz primitivismo es Legorburu Guerendiaga. El cabello caído, las cejas y los ojos confundiéndose, la nariz abrupta, las mejillas huesudas, los carrillos apretados como a punto de estallar. Su boca se comprime presta a lanzar un rugido. 
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