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La Infanta de la triste figura

La Infanta de la triste figura

lunes 10 de febrero de 2014, 14:05h
Pues sí, yo sí me puedo creer que la Infanta podía no tener ni la más mínima idea de cómo se gestionaba el dinero en su casa, y que sea verdad que era y es su marido, Iñaki Urdangarin, quien se encargaba de todo.

En la mayor parte de las familias hay alguien que se encarga de la "administración" de lo mucho o poco que se tenga y de hacer la declaración de la renta. Y normalmente el marido o la mujer, depende de cada caso, coloca su firma en la Declaración de la Renta que le pone su cónyuge, confiando en que estará bien hecha, o en unos papeles sobre una herencia o sobre la venta del apartamento de la sierra. En fin que en principio nadie desconfía de su pareja, o del asesor fiscal, depende de cada caso, otra cosa es que éste no sea un argumento con valor jurídico. Es decir, que la excusa de que la Infanta no estuviera al tanto de los pormenores de cómo gestionaban los dineros de la casa, no significa que no tenga una responsabilidad sobre esa gestión. Ése es el quid de la cuestión.

Y el que Cristina de Borbón no tuviera idea de como gestionaba Urdangarin las empresas en las que ella figuraba como titular o socia no significa que sea tonta, simplemente, que ella, como tantas y otras personas, no se ocupan de la gestión del dinero en sus casas, lo que no obstante no la exime de responsabilidad. A eso hay que añadir que la vida de Cristina de Borbón no ha sido como la de cualquier ciudadano. Es Infanta de España y eso le ha supuesto vivir en una burbuja ajena a las cosas cotidianas de la vida. Siempre ha habido alguien que le ha resuelto el día a día. La suya ha sido una vida con privilegios y cuando alguien tiene demasiados privilegios termina sintiéndose ajeno a las reglas que rigen para los demás.

De manera que, sea o no sea verdad, que ella no sabía nada, yo puedo creerme que efectivamente podía ser así. Además, insisto, en el caso de la Infanta no hay que perder de vista que ella en su vida no ha tenido que encargarse de hacer ninguna gestión burocrática y que ha dado por hecho que todos los papeles que le ponían delante para firmar, sobre todo viniendo de su marido, no podían tener ningún error.

Pero más allá de que la Infanta haya dicho la verdad, la cuestión es que se ha convertido en una figura sobre la que se concentra toda la animadversión que va creciendo en torno a la Familia Real, aunque, todo hay que decirlo, todos sus miembros han perdido el "estado de gracia" y eso está llevando a que cada vez más ciudadanos se pregunten si es necesaria la Monarquía. La pregunta es si el Rey y su familia serán capaces de recomponer la relación con los ciudadanos o si por el contrario ya no hay vuelta atrás.

Yo estoy entre quienes creen que en nuestro país estamos a punto de cerrar una etapa, que todo está en cuestión, y que las nuevas generaciones, pero no solo ellas, ya no se sienten atadas por los pactos de la Transición. Hay un deseo latente de cambio, sin duda fruto de la desesperación y de las muchas víctimas que ha dejado, que está dejando la crisis.

En el caso de la Infanta Cristina es evidente que aunque salga eximida de toda responsabilidad difícilmente puede volver a desempeñar el papel que ha venido desarrollando como Infanta de España, al menos mientras su suerte siga unida a la de su marido Iñaki Urdangarin. Es decir, Cristina de Borbón, se va a convertir, lo es ya, es una persona incomoda para su familia al menos en el plano oficial. Es impensable que mañana, o dentro de un mes o de un año, o del tiempo que sea, pueda representar a la Familia Real en ningún acto o acontecimiento público. Si ya hoy la Reina, o el Príncipe, tienen que soportar que cada vez que van a un acto público haya quién les "pite" y les insulte, imagínense si la que acudiera a cualquier hipotético acto oficial fuera Cristina de Borbón.

En realidad la Infanta ya es una exiliada dentro de su país y dentro de su familia. Ni siquiera hace falta que se vaya a vivir fuera, más allá de que lo haga por sus hijos, porque el exilio ya lo  vive aquí.


Hace unos años habría quién hubiese dado cualquier cosa por formar parte del círculo de Cristina de Borbón e Iñaki Urdangarin, por tenerles inaugurando cualquier cosa, hoy ya no solo no suman sino que restan.

Y sí, los ciudadanos quieren que Cristina de Borbón por ser quién es, no tenga un trato de privilegio, ni con Hacienda ni con la Justicia.

La sociedad está irritada, profundamente irritada por los casos de corrupción en un momento en que millones de familias apenas saben como sobrevivir, en que los hijos se convierten en emigrantes forzados, en que no hay trabajo, en que las ayudas sociales apenas llegan a unos cuantos. Por eso nadie está dispuesto a perdonar el más mínimo fallo de quienes ostentan la representación del país, ya sea una representación política o institucional. De manera que la sociedad espera que paguen con creces los poderosos que no han sabido ser ejemplares, ya sea por acción, por omisión, o por ignorancia, tanto da. De ahí que a nadie le conmueva ni le importe el devenir de Cristina de Borbón.

Hay quienes han señalado la sonrisa de la Infanta al entrar y salir del juzgado. Era una sonrisa triste, una sonrisa profesional, la de alguien que ha sido educada para enmascarar sus sentimientos y emociones delante de los demás. Pero sonría o no sonría la Infanta compone una triste figura, la de quien ha conocido el esplendor de la gloria y ahora habita en las tinieblas de un exilio familiar, social y oficial del que difícilmente podrá regresar.
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