domingo 09 de marzo de 2014, 12:19h
A Rajoy le gusta
marear la perdiz, dilatar los tiempos, marcar su ritmo y su
calendario. No se sabe si es un signo de inteligencia, de indecisión
o de inseguridad. Ahora, con las elecciones europeas a la vista, tras
el pacto con Merkel para votar a su candidato para Europa a cambio de
no sabemos con seguridad qué, está obligado a mover ficha. No
porque vaya a colocar a Arias Cañete en la lista europea o porque
Guindos también tenga su futuro a corto plazo en Europa. Necesita
hacer cambios en el Gobierno para sobrevivir, para tener alguna
oportunidad en las próximas elecciones generales que ya están a
menos de dos años.
Las elecciones
europeas no van a ser objetivamente buenas para el PSOE ni para el
PP, aunque uno de los dos las ganará, claro. Pero se van a dejar
muchos pelos en la gatera. Si las gana el PSOE, Rubalcaba tendrá
todavía una última oportunidad, siempre que sus compañeros no
saquen los cuchillos de monte, que no hay que descartarlo nunca, tal
como están las filas socialistas. Si las pierde, ya puede ir
pidiendo el relevo. Si el PP las pierde, Rajoy también estaría
condenado por mucho que mejoren las cosas de aquí a 2015 y
empezarán a postularse futuros aspirantes a la sucesión, lo que
acabará por deteriorar al partido. Por eso, si quiere dar la batalla
y empezar la remontada, tiene que dar señales a los ciudadanos.
Antes de las europeas. La primera es un cambio de Gobierno y la
segunda un cambio de talante.
Este Gobierno
tiene no menos de media docena de ministros que están quemados,
ofrecen banderas fáciles a la oposición o, simplemente, son un
lastre insuperable. Los saben los ciudadanos, los saben los ministros
y lo sabe Rajoy. ¿Se atreverá a hacer los cambios o apostará por
la estrategia franquista de no cambiar a los ministros más quemados
ni a los más criticados? Resistir con este equipo es perder seguro.
Pero eso no
basta. Tiene que cambiar el talante y buscar el diálogo. Tiene
pendientes algunas reformas de fondo, como la fiscal o la energética,
y otras en marcha que lastran su futuro. Tiene encima de la mesa el
problema catalán... y el vasco en puertas. Y otros muy profundos
como la creación de empleo real, la inmigración, la educación, la
reforma de la justicia que no se pueden imponer sólo con mayoría
absoluta. El riesgo mayor es que si mantiene la soberbia con la que
ha gobernado estos dos primeros años, es más que posible que una
victoria socialista -con otros apoyos que pondrán precio a sus
votos- lo primero que producirá es una marcha atrás en casi todas
las reformas emprendidas. Por eso, necesita lo que ha rechazado hasta
ahora: pactos de Estado, diálogo real con la sociedad civil,
reformas consensuadas, devolver la confianza al votante de centro,
ilusionar al país... Y eso pasa, en primer lugar, por un cambio de
Gobierno urgente y amplio. Afrontar los problemas y no dilatar más
la respuesta.