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Salgado y el europarlamento

Salgado y el europarlamento

lunes 14 de abril de 2014, 10:55h
Salgado, nombre ficticio, es uno de esos imbéciles que solemos encontrar por la vida y cuyo único moto es ser un vampiro social. Se trata de mediocres mal preparados y peor formados que viven de chupar el talento ajeno yendo por la vida convencidos de su inexistente e imposible genialidad.
 
Salgado es el típico amargado que, un suponer, toca mal el acordeón en el metro y está convencido de que no se trata de un acordeón sino de un piano de cola y él es Ivo Pogorelich y no un desarrapado. Claro que en los delirios de grandeza, mal mental de amplio espectro, no hay mayor peligro hasta que el afectado, el Salgado de nuestro ejemplo, llega a creerse su propia mentira y reacciona violentamente a cualquier input del entorno que le muestra su realidad.
 
Así, si alguien le dijera al acordeonista del suburbano que lo que hace no es arte, igual que lo que el otro haría no sería publicidad ni pintura ni arte, el problema surge al creer el delirante que su música es arte, su acordeón piano y él un genio incomprendido. Adonde voy está muy cerca: para Salgado la vulgaridad es una forma de vida y la creencia en que una inexistente chispa propia es arte, una enfermedad mental.
 
Los Salgados de la política y la sociedad española son legión. Hay uno, gallego por más señas, convencido de que su capacidad de estadista se demuestra en el quietismo, en el inmovilismo y en las generalidades huecas. Es como si alguien hiciera un curso CCC de diseño gráfico, no lo aprobara ni a la de tres y encima pretendiera que no trabaja en la mejor agencia de publicidad del universo porque el mundo es muy injusto con él, pobre genio incomprendido, y ha debido conformarse con chantajear a su jefe para que no le despida, cobrar peaje a sus proveedores para redondear su inmerecido sueldo, hacer bullying a sus compañeros de trabajo e intentar sobrevivir a base de peloteo y falsedad ante los clientes.
 
España, cada vez más alejada del ideal de nación que estados modernos como Francia, Alemania o Canadá representan, se va acercando dolorosamente a Ucrania et alii: ya no nos importa lo mal que hacemos las cosas, solo que nadie nos lo recrimine. Es una mala postura en la vida porque solo nos condena a ser peores, a no evolucionar y, por supuesto, a no mejorar envueltos en el miedo a la verdad.
 
Ahora vamos a hablar de Europa. No van a importar los logros que podríamos obtener de ser capaces de trabajar con las técnicas modernas de gestión, diseño y tecnología; no va importar que sin una formación puntera y exhaustiva estamos vendidos como sociedad. Solo van a importar los gritos y las manotadas: desde una Valenciano que no fue capaz de pasar de tercero de derecho o de sociología pero que, impúdica, envía un cv oficial en el que aparece como doble licenciada, hasta un González Pons que careciendo de méritos para encabezar la lista europea se agazapa tras un Cañete que todos sabemos no va a durar en el europarlamento ni dos meses: será nombrado comisario de cualquier mandanga y le sucederá como número 1 el valenciano de las frases alambicadas.
 
Los Salgados de nuestra sociedad son deletéreos y destructivos, están llenos de rabia y envidia porque su propia mediocridad les impide ver que mejor sería que estudiaran y se prepararan a que se mostraran ofendidos calderonianos cuando se les afea la conducta o se les muestran los defectos obvios de su ¿trabajo? Su poder es sucio y contaminante porque no se basa en la inteligencia, el esfuerzo y la mejora sino en el grito, el insulto, la ofensa y la mezquindad: el chantaje antes que el compromiso, el alarido antes que la palabra, la sordidez antes que la generosidad.
 
¿A quién votar, a Salgado-Valenciano o a Salgado-Cañete? Pues a ninguno, me temo. Europa podría ser un sueño, pero con tanta medianía a cuerpo de rey y trabajando seis días al mes seis, Europa es una pesadilla para la gran mayoría de ciudadanos. Entre tanto, los Salgado, como las cucarachas, se van apoderando de las cañerías.
 
@manuelpascua
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