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Ella y yo

Ella y yo

sábado 17 de mayo de 2014, 12:11h
El poeta Dionisio pasea con Lara por el campo. El cielo azul dialoga sin palabras con la llanura. Los olivos lejanos parecen cuerpos en el horizonte que esperan algo que nunca vendrá, pero sonríen con sus voces calladas en el silencio. Mientras Dionisio pasea Lara escudriña los rastrojos, mete la nariz buscando el musgo oscuro de las piedras, o galopa como un corcel esquelético arriba y abajo, rodeando un centro de gravedad en el que se encuentran los pasos del poeta. El camino está seco. El alba se ha perdido. El polvo que levanta el viento roza las orejas de Lara y entonces mueve su cabecita como quitándose una nube de los ojos. El viento se une con la luz. Un grupo de olmos y cipreses descansan en una huerta solitaria. Algunas encinas se resisten a caer hasta el suelo.

De vez en cuando Lara se detiene, y poseída por su instinto cazador, se queda quieta. Una bola blanca ha aparecido por la tierra. Un animal nervioso que serpentea por las viñas arrancando raíces secas, libre en el viento de su velocidad. Y Lara señala con sus patas el objetivo. Mira a Dionisio esperando la señal, pero como los ojos del poeta inician una negativa, Lara lo capta al instante. Y comienzan sus neuronas a entender que conseguir el dolor de las otras criaturas está prohibido. Levantemos de la tierra todo el amor posible, con la siembra de la ternura. Recolectemos luego la felicidad profunda de un destino conseguido, el de vivir en paz con el medio, el de entender el dolor y la belleza que hay en cada átomo que comienza su viaje.

Al atardecer, cuando la llanura de Tomelloso despliega con más belleza su estatismo, acompaño a Dionisio y a Lara por viejos caminos y carreteras perdidas. Buscamos un refugio animal de las afueras en el que unos jóvenes de alma sentimental recogen a los perros abandonados. Estos jóvenes son guardianes de ladridos perdidos, emblemas de un instinto humano pacificador. Y el calor, que no duerme en estas tierras, parece que vuelve de cristal las piedras. A los lejos, lo que parece una venta salida de El Quijote, espejea con fuerza. Los ladridos agónicos nos dicen que hemos llegado a nuestro destino.

Allí se unieron los corazones de la galga Lara y el poeta Dionisio. Al él se le cayó el corazón y lo levantó la mirada humana de la perra. Allí reposan (¿sin esperanza?) seres perdidos que dejaron de ser útiles o nacieron en esquinas o vertederos. Ves esos ojos melancólicos marrones que sienten, sueñan, sufren... Esos seres tan fieles, la serenidad de la tarde, la sensibilidad del azul, todo me dice que tengo que contarlo. Ninguna institución ayuda a esos jóvenes que dan refugio a los perros.

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