jueves 12 de junio de 2014, 10:56h
Tras
el éxito electoral de Podemos se ha
puesto de moda la democracia directa, como si nuestros representantes en las
instituciones públicas existentes fuesen una especie de okupas indocumentados: la Casta,
como se ahora se dice.
Esta denigración intencionada de la democracia
representativa conlleva una deslegitimación de la democracia a secas, sin
apellidos. Cuando a la democracia se la adjetiva -directa, popular, orgánica o lo que sea- es porque ha
dejado de ser el poder legítimo que emana del pueblo para convertirse en el
instrumento interesado de un dictador, una ideología o una banda facciosa.
Lo
de la democracia directa, además, sólo tendría sentido en una isla artificiosa
y televisiva tipo Supervivientes, con
cuatro gatos habitándola. En la mayoría de las comunidades de vecinos, en
cambio, ya se ve lo poco operativas que suelen ser estas democracias asamblearias a medida que crece el número de intervinientes.
Lo
dicho se aplica también a esta nueva moda del referéndum, ahora llamado derecho a decidir, sobre cuestiones que
tienen cauces, mucho más sosegados y reflexivos para ello, en las instituciones
parlamentarias vigentes. Porque, puestos a preguntar a los ciudadanos sobre
temas concretos, ¿quién diría que "no", por ejemplo, a la abolición de los
impuestos o a la paz en el mundo, aunque se trate de cuestiones declarativas
simplemente irrealizables?
No
deja de ser curioso, por cierto, que los regímenes dictatoriales, nada
propensos a la participación democrática de los ciudadanos, no hagan ascos a la
utilización de la herramienta emocional del referéndum o del plebiscito para
legitimar con ella sus propios puntos de vista. El mismo general Franco, contumaz enemigo de la
democracia, obsequió a los españoles con un par de referendos amañados a lo
largo de su vida.
Lo
que debería preocuparnos, pues, es el consiguiente debilitamiento de la
democracia ante el asamblearismo, por un lado, y la proliferación de
referendos, por otro. Al revés: tenemos que reforzar la independencia de
nuestros representantes y de las demás instituciones de la sociedad civil
existentes, haciendo que los partidos quiten sus garras de tribunales, empresas,
asociaciones,... y que los políticos respondan ante los electores y no ante los
partidos que los usan como marionetas.
Ésa
es la auténtica democracia y todo lo demás resulta simplemente un timo.
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Diplomado en la Universidad de Stanford, lleva escribiendo casi cuarenta años. Sus artículos han aparecido en la mayor parte de los diarios españoles, en la revista italiana Terzo Mondo y en el periódico Noticias del Mundo de Nueva York.
Entre otros cargos, ha sido director de El Periódico de Barcelona, El Adelanto de Salamanca, y la edición de ABC en la Comunidad Valenciana, así como director general de publicaciones del Grupo Zeta y asesor de varias empresas de comunicación.
En los últimos años, ha alternado sus colaboraciones en prensa, radio y televisión con la literatura, habiendo obtenido varios premios en ambas labores, entre ellos el nacional de periodismo gastronómico Álvaro Cunqueiro (2004), el de Novela Corta Ategua (2005) y el de periodismo social de la Comunidad Valenciana, Convivir (2006).
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Comentarios
Últimos comentarios de los lectores (2)
28657 | DHCT - 15/06/2014 @ 10:21:07 (GMT+1)
Le ha copiado a Aguirre el argumento (falso,por cierto) de que una democracia con apellidos no es democracia. Por cierto, no sé si lo sabe, pero el sistema actual tiene tres: democracia liberal representativa burguesa. Democracia, para que lo sepa, es aquella donde el pueblo tiene verdaderamente el poder, y la liberal representativa burguesa no cumple esas condiciones, así que le agradecería que deje de decir sandeces sin fundamento.
28612 | UHP - 12/06/2014 @ 11:25:55 (GMT+1)
La estrategia clara de desestabilización es la inversión o perversión de valores y de conceptos. Estamos hartos ya de oír monsergas sobre la "verdadera democracia", siendo los gurús alternativos, sean de Bildu o de Pablemos los interpretes de lo que es "verdadero" y quienes se arrogan el derecho de definir el supuesto "déficit democrático" en la sociedad española o la "baja calidad de la democracia española". Es un juego, digamos, de deslegitimación y cuestionamiento de las instituciones con el fin de asaltarlas por la vía de la excepcionalidad, ya que no se puede con los votos.
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