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Ni acertar, ni equivocarse

Ni acertar, ni equivocarse

lunes 16 de junio de 2014, 18:22h
Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, esto es, el desentendimiento de la política por las vastas regiones de la mayoría, la propaganda oficial echa a rodar la especie de que la única diferencia entre monarquía y república es aparatosamente baladí: en la primera, al jefe del Estado se le llama rey, y en la segunda, presidente. Y ya está. Como el desentendimiento de la política, y no digamos la ignorancia, es como es, la propaganda oficial cree que con esa milonga la gente va que chuta, pero si se ve obligada a hilar un poco más fino, echa mano de los otros dos argumentos de gran calado intelectual que tiene en la reserva: la república es una cosa de "rojos" y Felipe de Borbón está "muy preparado". Luego nos extraña y nos indigna que haya trozos enteros de la nación que quieran disgregarse e irse, aunque sea a instalarse en la cosmogonía nacionalista, que también tiene lo suyo. En todo caso, y en lo que a los catalanes toca, Bosch lo expresó muy bien en el debate de abdicación de la semana pasada: La República catalana de dónde quiere irse es de la Monarquía española. Y media España como mínimo, también.

El asunto éste de la ejecución de la herencia "política" de Juan Carlos I, la Corona, que ha de recibir porque sí su hijo Felipe, sin que los españoles sean consultados ni se recabe de ellos la menor aprobación, desborda la capacidad del aparato doctrinal y propagandístico del Régimen, que, como queda dicho, dispone sólo de tres ideas-fuerzas que ni son ideas ni tienen fuerza ninguna, o, cuando menos, para conmover a la razón. Por fortuna, y gracias a los olvidados adelantados que se dejaron la piel y sus carreras en los años de plomo del tabú monárquico, se habla de ello, se dice, se arguye, se debate, incluso en las tertulias de televisión, bien que en éstas callando aún más de la cuenta porque la sombra del tabú es alargada y porque la autocensura es un endemismo del medio. Pero algo se dice, y por eso choca que no se mencione un derecho básico, dos en realidad, que la monarquía destruye absolutamente: el de acertar y el de equivocarse.

En efecto, si uno no puede elegir (al jefe), y, en consecuencia, no puede ni acertar ni equivocarse, uno se convierte, le convierten, en un irresponsable. Cuanto ocurra, nada tendrá que ver con él ni con sus decisiones, pues ninguna le han dejado tomar. Creíamos que el Siglo XXI sería otra cosa.
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