* Jesús Rodríguez es presidente de Diariocrítico Argentina y fue Diputado Nacional de ese país y Ministro de Economía con Raúl Alfonsín Todo indica que los próximos
comicios se resolverán en una segunda vuelta, que daría un presidente
con amplio respaldo y un Congreso sin mayorías propias, escenario apto
para coaliciones que busquen sanear la cultura política.
Hasta la creación del Frente Amplio UNEN (FAU), una
mirada superficial del mapa político parecía darle la razón a esa frase
atribuida al general
Perón que aseguraba que los argentinos, más allá de
sus creencias, "son todos peronistas".
El FAU no sólo desafía esa
apariencia, sino que permite pensar que, en el futuro próximo, la
Argentina ofrecerá un panorama político más parecido al vigente en
nuestros países vecinos y que, no casualmente, les ha permitido
aprovechar las extraordinarias oportunidades que el mundo le brinda,
desde hace más de diez años, a esta región del sur de América latina.
El
año 2015 será decisivo, ya que no sólo se eligen el presidente y todos
los gobernadores, sino que se renuevan, también, la mitad de los
diputados y un tercio de los senadores.
Mirado con los ojos de
hoy, el escenario electoral del año próximo, en términos políticos,
desnuda una frustración y, al mismo tiempo, anticipa una novedad.
Luego
de haber gobernado durante tres períodos consecutivos con abundancia de
recursos fiscales, institucionales, políticos y simbólicos, los que
sostienen el proyecto oficial deben resignarse a no poder ofrecer a la
ciudadanía una candidatura que exprese ese proyecto. Eso tiene el amargo
sabor de la impotencia política.
Al refugiarse en la antes
demonizada estructura partidaria del justicialismo, la acción del
círculo íntimo de la Presidencia valida la sentencia de los estudiosos
de la estrategia, que afirma que es más compleja y difícil una retirada
ordenada que un ataque exitoso.
Padecen, en suma, del mal que
distingue a todos los populismos: las complicaciones para procesar la
sucesión, en nuestro caso determinadas por el límite constitucional. Ese
límite no pudo ser removido debido a la derrota electoral de las
elecciones legislativas del año pasado, en las que sólo uno de cada tres
argentinos optó por la propuesta oficial.
La novedad surge de las
encuestas conocidas hasta el momento, que anticipan dos datos: en
primer lugar, por primera vez en nuestra historia política habrá una
segunda vuelta para elegir el presidente; por otro lado, el FAU es, en
esas cinco encuestas nacionales publicadas, una de las dos fuerzas
políticas que participarán de la definición.
Ese dato del
ballottage indica por sí mismo dos cosas: la primera es que el nuevo
gobierno tendrá una indudable legitimidad de origen validada por un
respaldo que, por definición, será superior al 50%. Adicionalmente, el
resultado esperado de la primera vuelta electoral evidencia que ninguno
de los sectores políticos que compiten dispondrá de mayorías
legislativas propias.
No habrá, entonces, mayorías automáticas que
conviertan, como hasta ahora, al Congreso en una "escribanía
legislativa". Más por necesidad que por virtud, los argentinos deberemos
aprender a vivir en lo que los especialistas definen como
presidencialismo de coalición. Tal el sistema que caracteriza la
realidad política de nuestros vecinos Brasil, Uruguay y Chile desde hace
varios años.
En efecto, en Uruguay, la experiencia del Frente
Amplio en las administraciones de
Tabaré Vázquez y de
José "Pepe"
Mujica; la de los veinte años continuados de la Concertación en Chile y
ahora, otra vez, la de Nueva Mayoría, con
Michelle Bachelet, y la
experiencia brasileña de las presidencias -de signo político distinto-
de
Fernando Henrique Cardoso en dos oportunidades y las de
Lula y ahora
Dilma Rousseff son claros ejemplos de presidentes sin mayorías propias
en las cámaras legislativas, pero que son eficaces en la gestión de los
asuntos públicos.
Este nuevo escenario nos obliga a ver el futuro
próximo no como un modesto y rutinario fin de ciclo que concluye con la
gestión de un partido que ha gobernado tres de cada cuatro días desde
que la democracia fue instaurada en 1983 y más de 25 años continuados en
el distrito donde viven casi el 40% de nuestros compatriotas, sino como
un auténtico cambio de época que exige una mirada más ambiciosa.
Para
avanzar en esa dirección es necesario dejar atrás la lógica de los
líderes providenciales para los que el poder es un juego de suma cero,
donde todo diálogo es sinónimo de debilidad; superar la concepción
clientelar en la acción de gobierno, tanto en la relación con los
ciudadanos como con los empresarios y los medios de comunicación;
abandonar la visión de corto plazo y rentística de los asuntos
económicos que genera un capitalismo prebendario y de amigos del poder;
asumir que una república exige un respetuoso equilibrio entre los
poderes, y por último, pero tal vez lo más acuciante, contar con
gobernantes que sean verdaderos ejemplos de decencia.
Es, sin
duda, un escenario desafiante que refleja, una vez más en la historia,
la tensión que existe entre la cultura -entendida en un sentido amplio
como los hábitos, costumbres y comportamientos sociales- y la política.
Creer
que los registros culturales son permanentes no sólo es dejarse ganar
por una perspectiva resignada de la vida, sino, más importante,
desconocer la viabilidad de los avances históricos. Qué otra cosa más
que un triunfo de la política sobre la cultura prevaleciente es la
abolición de la esclavitud en la Asamblea del año 1813 o, más cerca en
el tiempo, el fin de la tutela militar sobre la sociedad que se concretó
en diciembre de 1983, hace sólo treinta años.
Para los que
entendemos la democracia como una obra en curso, una construcción
siempre inacabada, el valor de la alternancia y la existencia de una
alternativa es una condición necesaria, y ésa es, precisamente, otra
razón imprescindible para entender la importancia de la creación del
Frente Amplio UNEN, que nos ahorra a los argentinos la obligación de
tener que optar entre fracciones de una misma familia política.
Para
los que pensamos que en una democracia de avanzada la condición de
ciudadano precede a la de consumidor o espectador, la creación del
Frente Amplio UNEN es un reconocimiento de que los ciudadanos, al
desenvolverse en sociedades modernas y conflictivas, tienen identidades e
intereses múltiples y cambiantes. Es la aceptación de que los estilos
de vida, los patrones de consumo, la pertenencia a credos o la ausencia
de creencias religiosas y las orientaciones sexuales, entre otras
variables, representan fuentes tan poderosas de identidad como la
posición que cada uno tenga en la función de producción de mercancías o
servicios.
La formalización del Frente Amplio UNEN es la expresión
del reagrupamiento de las fuerzas políticas que aspiran, frente a la
fragmentación de la coalición que nos gobierna desde hace más de diez
años, a ofrecerle a la sociedad una alternativa de regeneración
democrática, de represtigio internacional del país, de progreso social,
de transformación productiva y de ejemplaridad de sus gobernantes. Su
constitución es sólo el primero, pero el más importante, de los pasos. A
partir de ahora deberá demostrar, con sus propuestas y con sus
acciones, que además de una oportuna opción electoral son capaces de
construir una coalición eficaz de gobierno.