viernes 27 de junio de 2014, 08:14h
Sorprende
la relativa despreocupación de los españoles ante el incremento de yihadistas nacionales que se entrenan
para matarnos en el conflicto de Siria y su zona periférica.
En
otros países europeos, la alarma se ha extendido tras el triple asesinato en
una sinagoga belga perpetrado el mes pasado por un fundamentalista francés
regresado de Oriente Medio.
En
Gran Bretaña, son frecuentes los editoriales de prensa y los reportajes
televisivos sobre un fenómeno que no les coge de nuevas con los fanáticos
musulmanes nativos de segunda generación. En 2005, sendos atentados simultáneos
en un autobús y en el metro de Londres causaron 56 muertos.
Curiosamente,
aquí vivimos más tranquilos y confiados, sin que parezca inquietarnos el que
hayan vuelto a Europa unos dos millares de terroristas entrenados y con
pasaporte de la UE. Sorprende, digo, porque la matanza de Atocha es el segundo
atentado islamista más sangriento de la historia reciente y porque Ceuta y
Melilla se están convirtiendo en dos corredores de entrada de esos individuos
armados.
Este
enorme peligro potencial se debe en gran parte a la estupidez e ignorancia
brutal de los políticos occidentales. Todavía hoy, Dick Cheney, el funesto vicepresidente de Bush que nos metió en la guerra de Irak, presume de su hazaña. Por otra parte, las armas con
las que guerrean los yihadistas en
Oriente Medio son financiadas por Estados Unidos y Europa.
Vaya
éxito, pues, el de la estrategia de los países occidentales en la zona. Por una
parte, arman a los rebeldes fundamentalistas para acabar con las dictaduras
árabes y, por otra, en lugar de pacificar y democratizar la región, acaban de
provocar la alianza estratégica del chiismo de Irán, de Irak, de Siria y, por
ende, de El Líbano.
Aquello
que desearon ineficazmente el ayatolá Jomeini
y otros líderes radicales está a punto de conseguirlo la estrategia equivocada
y suicida de las democracias occidentales. Encima, esas lumbreras que nos
gobiernan querrán que las felicitemos.
Diplomado en la Universidad de Stanford, lleva escribiendo casi cuarenta años. Sus artículos han aparecido en la mayor parte de los diarios españoles, en la revista italiana Terzo Mondo y en el periódico Noticias del Mundo de Nueva York.
Entre otros cargos, ha sido director de El Periódico de Barcelona, El Adelanto de Salamanca, y la edición de ABC en la Comunidad Valenciana, así como director general de publicaciones del Grupo Zeta y asesor de varias empresas de comunicación.
En los últimos años, ha alternado sus colaboraciones en prensa, radio y televisión con la literatura, habiendo obtenido varios premios en ambas labores, entre ellos el nacional de periodismo gastronómico Álvaro Cunqueiro (2004), el de Novela Corta Ategua (2005) y el de periodismo social de la Comunidad Valenciana, Convivir (2006).
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