Improvisación y prepotencia
jueves 09 de octubre de 2014, 12:13h
Se lo quiero poner muy fácil al Gobierno de la Nación.
Respondan ustedes, con claridad y franqueza, sin divagaciones impostadas, caiga
el que caiga, a las preguntas que todos nos hacemos:
Cuando decidieron repatriar el cuerpo inerte del Hermano
Pajares, devorado ya por el ébola, ¿comprobaron si aquí existía una unidad
experimentada en males tan virulentos, asistida por equipos médicos formados y
entrenados en el tratamiento de enfermos infectados, ubicada en algún centro
hospitalario acondicionado para aislar a pacientes contagiosos y dotada con los
fármacos que se precisan en procesos víricos tan ponzoñosos? ¿Lo hicieron?
Adoptada la decisión que todos conocemos y consumada la
operación por partida doble, aplicado el protocolo recomendado por las
autoridades sanitarias, implicados en el esfuerzo los profesionales requeridos,
suministrada a los moribundos la medicación que tenían a mano, los religiosos
sucumbieron por desgracia finalmente. Se
limpió el lugar y cada cual volvió a su vida cotidiana. Alguno de ellos marchó
de vacaciones con el permiso oportuno. ¿No hubiera sido más adecuado someterles
a una cuarentena preventiva que mandarles a casa con un termómetro en el
bolsillo? ¿Consideró el Gobierno que tomarse la temperatura un par de veces al
día se correspondía con un seguimiento activo del personal expuesto al
contagio?
¿Es cierto, por otra parte, que no eran totalmente
impermeables los monos protectores que se facilitaron a los facultativos y a
los sanitarios que atendieron a Miguel Pajares y Antonio García Viejo? ¿Se
precintaban con cinta aislante? ¿Han interrogado ustedes a los profesionales del
Hospital Carlos III que así lo aseguran? Aún más: ¿es posible que los
recipientes donde se tiraban los apósitos y pañales contaminados con las heces
y las secreciones de los postrados, circularan después por circuitos comunes del
sanatorio? ¿Se dejó en un pasillo, identificado con una pegatina, alguno de los
pulverizadores que se habían empleado para esterilizar las habitaciones donde
habían fallecidos los misioneros?
¿Cómo se explican ustedes, señores del Gobierno y de la
Comunidad de Madrid, los errores encadenados que han provocado una emergencia
sanitaria sin precedentes? Les hablo de la impericia de los servicios
preventivos de riesgo laboral del Carlos III, que advertidos por la propia
afectada de los síntomas febriles que
padecía, no enviaron de inmediato a su domicilio una ambulancia estanca y el
personal especializado en auxilios tan complejos. Les hablo también de la
desinformación en el primer escalón de asistencia primaria autonómica y de la
falta de reflejos de los doctores de urgencias que trasladaron a Teresa a la
Fundación de Alcorcón, en lugar de llevársela al Carlos III.
Les recuerdo
también el triste espectáculo protagonizado por los operarios encargados de
desinfectar, días después de manifestarse el problema, los lugares por donde
anduvo libremente el primer ciudadano europeo contaminado por el ébola fuera de
África. Todo ello deja en evidencia la fragilidad de los mecanismos
protocolarios desplegados y la prepotencia con la que se ha tratado este asunto
desde el principio.
Desde que supimos del primer español contagiado por el ébola
en Liberia, me parece que aquí se ha afrontado la crisis con demasiada
imprevisión y muy poca prudencia, sometiendo a nuestro sistema público de
salud, uno de los mejores del mundo, envidiado por muchos de nuestro países
vecinos, a una tensión añadida muy complicada de asumir en las circunstancias
actuales. Ahora nos sobran los interrogantes y nos faltan las respuestas. Ante
la opinión pública desfila un batallón de políticos y doctores, regionales y
nacionales, que balbucean excusas parciales y contradictorias en algunos casos.
Reúnase a los mejores en la materia, nómbrese a un portavoz eficaz y
convincente, investíguese lo ocurrido y respóndase de una vez a las preguntas
que todos nos hacemos.