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Nicolasín y los fabuladores

Nicolasín y los fabuladores

lunes 20 de octubre de 2014, 11:24h

Hay algo fascinante en este chaval, aunque no le redime. Quizás sea su juventud o el hecho de que su historia estalle junto con lo de las tarjetas black.

Ha sido verle y recordar a Enric Marco, aquel presidente de la asociación de víctimas del holocausto nazi que llegó a hablar ante la ONU y en el congreso y que había inventado su prisión en el campo de Mauthausen. O Tania Head, la superviviente del 11-S que nos hizo llorar con su relato del atentado en el que un moribundo le dio su alianza para que la entregara a su viuda y en el que perdió a su propio novio Dave en la Torre Norte. Años después se supo que se llamaba Alicia Esteve, barcelonesa, y que el 11-S estaba matriculándose como alumna del MBA de ESADE del que se licenció 10 meses después.

Fabuladores de la calaña los ha habido siempre. El rey de todos ellos, gracias a la excelente película de Spielberg con Tom Hanks  y Leo di Caprio, es Frank Abagnale.

Los hay también siniestros, como Maurice Papon, responsable del exterminio de más de 1.600 judíos, que consiguió ser ministro con Raymon Barre en el 78. O Kurt Waldheim, secretario general de la ONU y presidente de Austria, que resultó ser un alto mando de las SS.

Incluso hubo una falsa zarina, Anna Anderson, que durante décadas hizo creer a muchos que era la desaparecida zarina Anastasia, hija de Nicolás II.

El francés Frédéric Bourdin lleva toda su vida haciéndose pasar por adolescentes desaparecidos y llegó a convencer a una familia de Texas de que, a pesar de tener acento francés y los ojos oscuros, era su pariente desaparecido.

De todos cuantos tengo referencia, solo Frank Abagnale se redimió. Anne Anderson acabó internada en un manicomio. Bourdin fue encarcelado por crímenes contra la humanidad y sobre Alicia-Tania corren historias que van desde el suicidio hasta una vida tranquila en Brooklin.

¿Qué será de Nicolás? Vive con su abuela (¿?) y estudia CUNEF. Es un fabulador y acaba de chocar contra la realidad por forzar su fábula hasta delinquir.

A lo que parece, su delito es una estafa de 25.000 ? y algunos documentos falsificados. Que pague por ello, desde luego, y que entienda la gravedad de sus actos. En lo que pienso, sin embargo, es en el día siguiente a su salida de la cárcel o lo que determinare el juez.

Es un chaval inteligente, con estudios superiores, con iniciativa y empuje. Ha estado mal dirigido y él mismo tiene un mal enfoque de la vida, pero sigo viendo sus capacidades y creo que deberíamos encontrar la manera de que pudiera desarrollarlas adecuadamente una vez haya pagado su cuenta con la sociedad.

Miro a Blesa, apenas licenciado en derecho y con oposición a Inspector de Hacienda, y no veo muchas diferencias: llegar a presidir una de las grandes cajas solamente con un terno gris, una corbata pija y un amigote influyente es también una fabulación. También Rato es un fabulador que partiendo de la nada -un bisabuelo ministro, un padre millonario- llegó a vicepresidente del gobierno, a presidente del FMI y a presidente de Bankia, y en todas partes dejó memoria amarga de sí. Al igual que Nicolás, estos dos padecen delirios de grandeza, solo que han ensayado más y bordan el papel.

Resulta inaudito que alguien que gana 200.000 ? al mes, 1.136 ? a la hora, casi dos salarios mínimos mensuales, pague la peluquería con una tarjeta opaca. Resulta sorprendente que ninguno incluyera en su declaración de renta todo aquel dispendio por encima de las posibilidades ajenas y pagara los impuestos correspondientes con la propia tarjeta black. Habría sido un detalle.

Nicolás bien puede ser tenido por una de las primeras señales del monstruo que estamos creando, alguien que ha pensado que podía hacer del medrar una profesión. Triunfo y dinero sin demasiado esfuerzo; un todo por las apariencias ya que en España si la mona se viste de seda resulta ministrable.

El ascenso de Podemos asusta a la derecha rancia. Lo raro, sin embargo, es que no les asusten Bárcenas, Rato, Blesa, Camps, Castedo, Fabra... Lo estamos haciendo mal. Como sociedad, digo.

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