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De ángeles y moscones

De ángeles y moscones

martes 28 de octubre de 2014, 15:32h
Enfriemos las cosas con una cierta perspectiva alejada del punto de ebullición de los titulares. Según la organización Transparency International España ni aparece entre los ciento cincuenta países más corruptos, con unos índices de corrupción similares a los de la Europa Mediterránea y mejorando los de Italia o Grecia. 

Para Max Weber existen tres formas de legitimidad: tradicional, carismática e institucional. La tradicional es propia de culturas agrarias, centrada en la persona y no en su cargo; de ahí la importancia de las relaciones personales, familiares o clientelares lubricadas con regalos y favores. Si se introducen los términos "regalos de promoción" en Google saltan más de seis millones de resultados. En español. Sin tipificación en el Código Penal. Y las culturas mediterráneas aún arrastramos los rastrojos de las dehesas. Esa memoria del trabajo en la era nos hace desconfiar del esfuerzo como medio de lucro, concibiendo el enriquecimiento sólo como robo, acierto pleno en la Bonoloto o gracias a favores engrasados con regalos. Seguimos creyendo, y el Pequeño Nicolás nos lo demuestra, en el cobijo de una buena sombra arrimados al árbol adecuado, en el valor de caer en gracia muy superior al ser gracioso y en el maldito destino de quien trabaja honrado y se vuelve jorobado, por citar sólo algunas perlas de la sabiduría popular, dicho sea sin segundas. 

A esos factores tradicionales de corrupción basados en la cultura propia se suman otros coyunturales agravando el problema: cuando los países experimentan un crecimiento económico súbito y mayor democratización es fácil ser más corruptos. James C. Schopf publicó un análisis en el "Asian Journal of Social Science" titulado "De un solo regalo a costosas redes de corrupción. Democratización y cambios en las redes de corrupción en Corea". El concepto analizado es el de cómo en las culturas susceptibles de corrupción la democracia puede empeorar el problema, porque multiplica los centros de poder involucrados en la compraventa de favores. En este sentido, España ha vivido una explosión de centros de poder autonómico mientras se recibían de Europa 88.000 millones de euros netos; muchos más de los 58.000 millones del euros del Plan Marshall para el conjunto europeo. Como el petróleo en Venezuela o Guinea ese chorro de dinero incrementa las canonjías y mamandurrias de lustrosos moscones en proporción directa al poder manejado; más en el PP , PSOE y CiU y menos en IU, UGT y CC.OO. Quien se libra en su angélica virginidad es porque aún no ha tocado poder, no por el don de una santidad incorruptible.

En especial cuando nuestra cultura valora muy positivamente la capacidad para una interpretación "flexible" de las normas. Hay quien es juez y pide un millón de dólares para cursos a un amigo banquero o quien se salta un semáforo en rojo porque "no viene nadie". También quienes aparcan en una carril bus como Esperanza Aguirre o en doble fila como Gerard Piqué montando además un pollo a los municipales. Artur Mas nos ofrece un buen ejemplo de ese ser tan español que ve las normas del Derecho como meras sugerencias susceptibles de ser cambiadas a voluntad con una buena autojustificación. "No es lo mismo lo mío que lo suyo".

Pablo Iglesias escribe lo mismo con otras palabras: "La lucha política llevada a sus últimas consecuencias ha de (...) ser capaz de crear y de sustraerse al mismo tiempo al Derecho". Es decir, burlar el Derecho cuando el fin lo justifique. Así ya no ve mal cambiar las reglas del juego en mitad de un congreso para salir elegido e imponer sus tesis.

Recuerden el título de Schopf: "De un solo regalo a costosas redes de corrupción...". La cultura del regalo político para aceitar las relaciones o promocionarse es tan natural es nuestra sociedad que el mismo Pablo Iglesias, supuestamente inteligente, se pavonea con una sonrisa de satisfacción en una entrevista ante Jordi Évole presumiendo de haber sido invitado a un viaje pagado a Latinoamérica visitando Uruguay, Ecuador y Bolivia "porque no les ha costado ni un euro", sin que nadie, ni el avezado Évola levante una ceja o pregunte a cambio de qué el regalo. Recuerden los trajes del caso Gürtel o la polémica cuando el alcalde de Marinaleda, Sánchez Gordillo, optó por un pasaje "business" de Iberia para pasar dos semanas en la Venezuela de Chávez invitado por la radio estatal YVKE Mundial. El revuelo mediático consiguiente se centró en los 6.000 euros del vuelo en primera y no en el regalo en sí, como si la cuantía alterara ese concepto tan claro para Groucho cuando preguntó a una bella señorita si se acostaría con él por un millón de dólares y ella respondió: "lo haría encantada". "¿Y por un dólar?", replicó Groucho. "¿Por quién me ha tomado?", exclamó indignada la mujer. "Eso ya quedó claro, ahora discutamos el precio".

El paso de invitar a un viaje a regalar unos billetes de banco para que cada uno se pague lo suyo ya se dio en la cultura de las bodas, cuando los regalos se sustituyeron por sobres con dinero como lo más natural del mundo.

Por supuesto siempre ha habido moscas que engordaban gracias a la carroña ajena, más nuevo es que esos moscones pretendan hacer pasar sus alas por las puras de los ángeles mientras aceptan regalos cuya cuantía, como bien sabía Groucho, no afecta al concepto que cada uno pueda sacar de quien los recibe. 
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