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El último que cierre la puerta

El último que cierre la puerta

domingo 16 de noviembre de 2014, 11:39h

El suma y sigue en los casos de corrupción en España está desbordando a la justicia, como ya antes desbordó a todos los españoles. Este país se ha convertido en el hazmerreír de Europa, en la vieja historia de bandoleros y pillos, en la España que atacaba a los gabachos a punta de navaja en 1808, en la protagonista del éxodo hacia Alemania en los años sesenta o en las anécdotas trágicas y grises de la España profunda.

España no cambia, no se moderniza, no avanza. España no deja de ser España, por mucho que nos empeñemos los ciudadanos en dar un salto cualitativo hacia adelante con nuestras empresas, nuestros jóvenes, nuestros investigadores. España tiene una parte positiva en todos ellos, y una parte negativa en los corruptos, que son casi todos los políticos; unos porque ya se les ha pillado con las manos en la masa, y a otros porque aún no ha dado tiempo de investigarlos, pero paciencia que aún no ha acabado el despilfarro.

España es un país de contrastes. La componen hombres y mujeres de corazón ardiente, apasionado, inflexible en su absolutismo, de un corazón que en su más honda raíz ve que todo lo sensible es perecedero, que este mundo es falaz, lo que hace que con harta frecuencia uno se sienta invadido por una repentina melancolía. Pero en la situación actual, la melancolía viene determinada por el saqueo impune de la caja común, por los recortes sociales, por el abandono de proyectos que nos hacen grandes como país. Hemos dejado de ser un pilar en el campo de la investigación, a cualquier nivel, para pasar a ser un país de servicios, mantenido por el turismo de la tercera edad europea. Un gran geriátrico de sol y playa.

España sangra y se desangra por los cuatro costados, mientras el pueblo, los ciudadanos, las clases sociales, andan despistados en busca de un remedio que frene tanto mal. En otros tiempos, cuando un partido político en el gobierno, hacía las cosas mal o estafaba a los ciudadanos, se le castigaba quitándole el voto y a otra cosa mariposa, pero la realidad actual es que todos los partidos políticos son iguales, a excepción de las utopías y los populistas que pescan votos a río revuelto. Quizá por eso aún no se ha despertado el león que llevamos dentro, por eso no hemos sacado la faca, tan tradicional y remedora en la historia de España, y nos hemos liado a navajazo limpio con todo dios.

Vivimos inmersos en la demagogia más absoluta, si es que la demagogia puede ser en algún momento relativa. Nos han herido el alma de tal manera, que ya no quedan horizontes en España por descubrir. Si en los años sesenta era el hambre las que nos llevaba a cruzar fronteras, hoy es la desidia y la falta de futuro la que empuja a las generaciones que nos tienen que suceder, a un futuro incierto lejos de sus raíces. Pero lo doliente no es que tengan que marcharse por falta de aptitudes o recursos, tienen que marcharse porque los políticos han saqueado España, porque no queda nadie limpio como la patena, que pueda hacer borrón y cuenta nueva.

Con toda seguridad vamos a perder una generación de talentos, a favor de países como Alemania, y cuando en el futuro nos hablen de que el investigador fulano de tal ha descubierto cualquier cosa en cualquier universidad alemana, nos acordaremos de sus raíces españolas y los políticos del momento querrán hacer suyo el mérito. Mientras tanto, los que nos quedamos aquí, porque no tenemos más remedio, iniciaremos una revolución silenciosa y democrática, para restablecer la esperanza en nuestros corazones, aunque sea a costa de poner patas arriba las estructuras del Estado votando utopías, como una muesca más en la Historia de España del atropello que han sufrido los españoles honrados a costa de los españoles ladrones.

De los que se van, el último que cierre la puerta.

Ismael Álvarez de Toledo

Escritor y periodista

http://www.ismaelalvarezdetoledo.com

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