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Los penitentes de la crisis

Los penitentes de la crisis

jueves 20 de noviembre de 2014, 10:21h
Los fiscales del capitalismo globalizado tienen ya su veredicto: los trabajadores son culpables de la crisis y deben pagar por ello. En ese marco recriminatorio debemos enmarcar las últimas conclusiones de los pérfidos acusadores. Por si no fueran suficientes las medidas disciplinarias que se vienen imponiendo a los inculpados, ahora pretenden que se extienda al conjunto de los asalariados fijos la inestabilidad laboral que padecen los contratados temporales.

Condenado el conjunto de los imputados a la precariedad, habría que obligarles también a guardar una parte de su salario en una mochila mutualista, ahorro preventivo que completaría la indemnización que pudiera corresponderle cuando el patrón firme su finiquito. Liberados los empresarios de tantas obligaciones legales, millones de parados se unirían a la cuerda de presos productivos que tiran de la economía nacional. Los picapleitos del Capital no paran de amañar argumentos que blinden los intereses de su representado, aunque para ello recuperen los viejos preceptos archivados en la historia de la injusticia.

Aquí se ha consumado ya una reforma laboral cruenta, ideada para flexibilizar el mercado de trabajo, abaratar el despido y ajustar los derechos adquiridos a las presuntas necesidades del empleador. Aquí se han recortado las plantillas, se han reducido los salarios, se han prolongado las jornadas laborales, se han endurecido los requisitos para acceder a los subsidios sociales y se han puesto trabas a las jubilaciones anticipadas.

Nuestros mandados han hecho lo que de ellos se esperaba, pero los artífices del aclarado económico no parecen contentarse con lo realizado. Para satisfacer a los insaciables, para escriturar las intervenciones añadidas que se preparan, aparecen en escena los gabinetes especializados de las entidades financieras.

Para los organismos propagandistas del liberalismo redentor, el individualismo feroz enriquece a todo el colectivo y la iniciativa privada impulsa la prosperidad de los pueblos. Los agentes encargados de amonestar al proletariado, están cortados por el mismo patrón: pedagógicos y persuasivos, viajados por esos mundos del monetarismo inflexible, expertos en el juego combinatorio de las magnitudes macroeconómicas, partidarios de la contención del gasto público y contrarios a las contribuciones fiscales que mantienen el estado del bienestar. Ya se ha visto, por mucho que insistan, que análisis tan interesados no resuelven los problemas que atornillan nuestra coyuntura económica.

Las malformaciones de nuestro modelo productivo no se resolverán despojando a los trabajadores de los pocos derechos que les quedan, por mucho que los reformistas pretendan que se profundice en esa estrategia. Muchos de los patronos que reclaman una mano de obra barata y prescindible, no son precisamente un ejemplo de buena gestión o de eficacia empresarial. Nuestro tejido societario está salpicado de especuladores, de vividores sin escrúpulos, de morosos profesionales, de estafadores vocacionales, de defraudadores y evasores de capital, de intermediarios y comisionistas, de corruptores mafiosos, de chapuceros clandestinos que no cobran el IVA, de buceadores que pescan en la economía sumergida y de tipos que solo invierten en negocios rápidos y lucrativos.

También los hay que critican al Estado y viven de él, frecuentando las subastas de obra pública o rentabilizando los servicios que la Administración les cede. No olvidemos tampoco, faltaría más, a los impresentables que han arruinado bancos y cajas de ahorros. Por donde quiera que vayan, verán las interminables procesiones de penitentes de la crisis, pero los causantes de la tragedia contemplan el espectáculo como si formara parte del paisaje.
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