Los imbéciles de Internet (y los otros)
jueves 26 de marzo de 2015, 22:09h
El
número de imbéciles es infinito, dice la Biblia. Y eso que cuando se escribió
el libro sagrado aún no existía Internet.
No
es que la red social multiplique el número de descerebrados. Lo que hace es
ponerlos en evidencia; mejor dicho, se ponen en evidencia ellos mismos al hacer
comentarios que los incriminan.
Eso
se acaba de comprobar con dos últimos acontecimientos bien distintos. Uno,
lúdico, la final de fútbol entre el Athletic y el Barça, que ha permitido que
se perpetren los peores insultos contra ambas aficiones por los precedentes de
pitidos al himno nacional. Esta última tropelía -que lo es- ni explica ni
justifica los delitos verbales contra vascos y catalanes, en general,
realizados por algunos energúmenos.
El
otro suceso, luctuoso, del siniestro del avión que volaba entre Barcelona y
Dusseldorf, ha propiciado las más macabras diatribas contra los fallecidos de
origen germano o catalán. ¡Dios mío, la virulencia que amaga tras las
agresiones verbales de quienes en realidad no son más que homicidas en
potencia!
Internet,
está visto, no sólo permite realizar crímenes -calumnia, difamación, incitación a la violencia...- contra otros
seres humanos sino que, en la estupidez intelectual y moral de muchos de sus
usuarios, ellos mismos se han puesto el dogal al cuello con ataques a sus propias
empresas, confesiones delictivas, reconocimiento de infidelidades conyugales,
exhibición de vídeos conduciendo a 230 kilómetros por hora, etcétera, etcétera.
Si esto no es ser imbécil, que venga Dios y lo vea.
Pero
la estulticia no radica sólo en el uso inconveniente de las redes sociales,
sino en la credulidad exhibida ante sus mensajes. Antes era la sacrosanta -y
única- televisión la que garantizaba la veracidad de una noticia: "Lo ha dicho la tele" era el argumento
irrefutable de cualquier imbécil. Ahora lo son twitter y demás vehículos
informáticos. La hábil utilización de mensajes electrónicos y su conversión en trending topics convierten en real
cualquier patraña y acabamos por propagar nosotros mismos los infundios que
otros han conseguido que nos creamos.
Lo dicho: gracias a Internet la frase bíblica de antaño ha acabado por
ser una verdad como un templo.
Diplomado en la Universidad de Stanford, lleva escribiendo casi cuarenta años. Sus artículos han aparecido en la mayor parte de los diarios españoles, en la revista italiana Terzo Mondo y en el periódico Noticias del Mundo de Nueva York.
Entre otros cargos, ha sido director de El Periódico de Barcelona, El Adelanto de Salamanca, y la edición de ABC en la Comunidad Valenciana, así como director general de publicaciones del Grupo Zeta y asesor de varias empresas de comunicación.
En los últimos años, ha alternado sus colaboraciones en prensa, radio y televisión con la literatura, habiendo obtenido varios premios en ambas labores, entre ellos el nacional de periodismo gastronómico Álvaro Cunqueiro (2004), el de Novela Corta Ategua (2005) y el de periodismo social de la Comunidad Valenciana, Convivir (2006).
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