miércoles 01 de abril de 2015, 15:18h
Leer siempre fue una actividad minoritaria. Y sigue siéndolo. A resultas de la crisis y salvo excepciones --obras de autores consagrados como escritores de 'best sellers'--, las tiradas de los libros son cortas porque las ventas han disminuido de manera notable. Hasta un 30 por ciento en el 2014. Se diría que hemos vuelto al pasado. Al tiempo de nuestros clásicos cuando las obras de Cervantes, las del Dante, las de Voltaire o la Enciclopedia no alcanzaban tiradas de más de dos o tres mil ejemplares.
La situación es preocupante. La televisión es un medio que puede complementar nuestro ocio, pero tengo para mí que nada reemplaza la lectura de un buen libro. La lectura de un buen libro no diré que puede cambiar la Historia, aunque algunos, señaladamente los de contenido religioso, sí lo han conseguido, pero un libro sí que puede influir en la vida de quien lo tiene entre las manos. Un buen libro invita a reflexionar, permite, como aquél que dice, evocar o vivir vidas ajenas y puede llegar a emocionar. No es poco.
Aunque vivimos en la era de la televisión y la imagen se hace con todo y todo lo coloniza, no deberíamos cederle el territorio de los libros. No deberíamos, pero, desgraciadamente, esta guerra se está perdiendo. Según el Gremio de Editores de España, el 55 por ciento de los españoles no leen nunca y una porción de quienes lo hacen son lectores de un solo libro a largo de todo un año. El dato es demoledor. Sobre todo si le añadimos la descorazonadora respuesta de quienes, preguntados por el porqué de esa ausencia de libros en sus vidas, responden lisa y llanamente que es porque no les gusta leer.
Tengo para mí que es en este escenario de falta de interés y gusto por la lectura donde se gesta la tragedia del adocenamiento cultural que padecemos y también del fracaso de nuestros planes educativos. Fracaso que alcanza también a la Universidad. Porque esa es otra: más allá de los libros de texto, los universitarios españoles leen poco. Hay que torcer esa tendencia.
Si me preguntan qué habría que hacer, la respuesta es sencilla: que la lectura sea una asignatura desde las primeras etapas de la educación y hasta las últimas. Y que quienes enseñan a leer enseñen también a entender el sentido de lo que se lee, a encontrar el placer, el inmenso placer del descubrimiento de sensaciones y noticias a través de las palabras contenidas en un libro. Leer no es un castigo. Y menos en vacaciones. Un billete para viajar a donde la Semana Santa nos lleve y un libro para el camino creo que sería la mejor forma de empezar a disfrutar las vacaciones.
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Comentarios
Últimos comentarios de los lectores (1)
36266 | Rosa Paredes - 01/04/2015 @ 21:42:39 (GMT+1)
Sr. Bocos, tras leer su interesante artículo, le diré lo siguiente. El libro nunca puede morir. De ser así, moriríamos con ellos.
. Y yo me pregunto ¿qué sería de mi vida sin los libros? Se llenaría de vacío. Dicen que el perro es el mejor amigo del hombre. No me cabe duda alguna. También añadiría al fiel animal que nunca nos abandonaría, ese ejemplar que reposa en una estantería y espera a ser explorado.
En cierta ocasión se me formuló una pregunta:
- Rosa, ¿has viajado mucho?
Mi respuesta fue rápida y afirmativa. Mis libros me han cogido de la mano y me han llevado a recorrer el mundo.Hay muchas maneras de hacerlo. Decides coger un avión, un barco que te lleva a surcar los mares, ese tren que espera... e incluso y si tienes firme voluntad de dar pasos, bajas al trastero y desempolvas el viejo patinete y tiras cuesta abajo a ver a donde llegas...
Lo mio es distinto. Los viajes los hice confortablemente sentada en un mullido sillón y delante de una lámpara que alumbraba las páginas de ese libro que me decía:
- Vamos a donde tú quieras...
A través del mismo, visité multitud de paises; conocí personajes variopintos; experimenté el sentimiento de la ensoñación ante la descripción de hermosos paisajes, y lo mas importante, es que me han enriquecido en todos los órdenes de la vida.
Desde temprana edad me aficioné a la lectura y ahora la inculco a mis seres queridos.
En el hogar paterno se escuchaba desde el fondo del pasillo, una voz imperiosa que decía:
- ¡! Apagar la luz ¡!
Se apagaba. Yo esperaba, pacientemente, y cuando la casa se quedaba silenciosa, extraía de mi mesilla de noche una pequeña linterna. Horas y horas robadas al sueño y que hacían las delicias de esa pequeña niña.
No concibo la vida sin mis queridos amigos alrededor y que ayudan a paliar la soledad del momento. Imposible.
Saludos
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