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Castelao y los vascos

sábado 11 de julio de 2015, 09:41h
El próximo 25 de julio Galicia celebra su fiesta Nacional que comienza la víspera con un homenaje a su líder más significativo, Alfonso Rodríguez Castelao. Tienen esa suerte. Desde el PP al Bloque, pasando por Podemos y el PSG, todos colocan un ramo de flores en su tumba.
¿Llegará algún día en que esto ocurra en Euzkadi con Sabino Arana?
Hace treinta años, publiqué el libro “Castelao y los Vascos”. Nacía aquel tomo del encuentro de una carpeta con correspondencia entre D. Manuel de Irujo y Castelao, la conciencia viva de Galiza. Correspondencia política del más alto interés informativo e histórico.

En el libro recogía aquella iniciativa de creación de Galeuzka tras el viaje triangular por Gernika, Barcelona y Santiago en los años veinte y treinta del siglo pasado que, en los años noventa quisimos reactivar como marca y volvimos a hacer (PNV, CIU, BNG) ese viaje triangular que puso muy nervioso al entonces gobierno de Aznar, con la conocida como Declaración de Barcelona.

Por esa fecha, 1985, Josu Bergara y el que esto firma, éramos parlamentarios en Gasteiz y Josu solía acudir a la sucursal del Banco Pastor en Deusto cuyo director era José Manuel Casal Barbeyto, gallego y galleguista (formó parte de nuestra candidatura a las elecciones europeas) y que era además Presidente de la Casa de Galicia en Bilbao. Un día comimos los tres en la Casa Vasca de Deusto y de ese almuerzo surgieron dos iniciativas: presentar el libro en la sede del Centro Galego e impulsar un día de Galiza en Euzkadi. Con más de cincuenta mil galegos, la tercera lengua más hablada en Euzkadi y doce centros galegos, creímos que la idea podía cuajar y cuajó gracias a ellos. Han sido treinta años de los “Días de Galicia en Euzkadi”. Por eso en Ermua, sin merecerlo, me dieron hace quince días La Anduriña de Plata que agradecí muy sinceramente. Y les hablé de la Biblia del galleguismo, ”Sempre en Galiza”, editado en Buenos Aires en 1944.

El libro de Castelao “Sempre en Galiza”, causó fuerte impresión, no sólo entre los gallegos residentes en la Argentina, sino también en todos los exiliados vascos y republicanos españoles. Conviene recordarlo pues tiene mucha de la actual miga política.

Este libro –más de 400 páginas en formato grande- es un documento de gran valor para cuantos se interesen en el problema que comporta la existencia de las nacionalidades, pues, aun cuando se refiere en particular a Galicia, contiene páginas de trascendencia general.

El estilo, el propio de Castelao, es muy ameno, salpicado de frases llenas de humor, anécdotas e imágenes que hacen fácil y agradable su lectura.

Su contenido, rico en enseñanzas para todos, es un canto a Galicia, con expresión histórica de su derecho a la libertad y relación de daños y ultrajes recibidos; así como una exposición demostrativa del fracaso de Castilla como rectora de los pueblos peninsulares. Y, a modo de colofón a todo ello, señala la disposición de los gallegos a concurrir a una solución confederal de la península, integrada por Castilla, Catalunya, Euzkadi y Galicia, atribuyendo a esta última la misión de incorporar a Portugal a este conjunto de nacionalidades. El actual debate no es más una resaca del inmediato ayer.

En resumen: un documento de gran valor, no sólo para justificar y defender las aspiraciones de Galicia, sino para considerar en toda su importancia y resolver en justicia el problema que entraña la presencia de las naciones peninsulares y la necesidad de proveer, mediante el respeto debido a todas ellas, al obligado concierto de sus intereses materiales y espirituales, en un apuesta de libre adhesión. Todo esto dicho hace sesenta años.

Como homenaje al libro que nos ocupa, así como en el propósito de estimular su lectura, copiamos algunos párrafos que, si no bastan para dar una idea completa de la obra de Castelao, si servirán para hacer conocer puntos de vista de interés, que esperamos permitirán al lector penetrar en la importancia y valor del libro que le recomendamos y de la visión gallega sobre Castilla. Y, que además, se lee muy fácil.

Decía Castelao:
“Su tema preferido consistía en llamarse progresistas y en acusar de retrógrados a los que no soportaban su ley. Combatían a los vascos por reaccionarios; a los gallegos, por reaccionarios; a los catalanes, por reaccionarios. Y a todo esto, las izquierdas y el mismo proletariado servían y seguían la hipócrita y taimada acusación de los centralistas. Podemos decir más: estas fuerzas luchaban a codazos para ponerse a la vanguardia del movimiento uniformista. La España castellana, que dentro del marco geográfico y cultural de Europa era extremo simétrico del Imperio Turco, se empeñó en considerar a Cataluña, Euzkadi y Galicia como países retrógrados. No se daría nada más risible si no existiera un ejército regular y la Guardia Civil para defender esta hipocresía, esta ficción, esta falsedad”.
“A toda España se le hizo creer que los vascos defendieron a don Carlos por simple fanatismo religioso, y que opusieron su ferocidad de sentimientos al liberalismo iniciado en las Cortes de Cádiz, armando tres guerras civiles con el exclusivo objeto de restaurar la Monarquía despótica; pero a nadie se le dijo que los pseudo-liberales querían abolir los Fueros Vascos y arrasar, en nombre de Castilla, la nación más original de Europa”.
“La bravura de los militares españoles era el miedo que metía miedo. El cuartel era un convento donde se juraba, se blasfemaba, se conspiraba contra el gobierno, se pelaban patatas y se tocaba la corneta. Los militares usaban bigote y padecían de catarro crónico. Se adornaban con plumas, charoles, hierros y botones dorados, para enamorar a las mujeres. Gustaban más de procesiones que de batallas. Perdían las guerras, eso es verdad, pero las perdían “gloriosamente”. Eran caballeros en el Casino y arrieros en el hogar. Llegaban a generales por riguroso turno de antigüedad y morían de prostatitis crónica. Se arruinaron comprando “marcos” y continuaban germanófilos”.
“El catolicismo español era una flor de trapo. Los clérigos eran desertores de la agricultura. Cantaban “flamenco” en vez de “gregoriano”. Vivían a costa del purgatorio y morían de indigestión o de apoplejía. Los clericales ponían en la puerta de su casa una efigie del Corazón de Jesús estampada en hojalata. Dentro del hogar vivían aconchabados con los siete pecados capitales. Compraban indulgencias y prestaban dinero al cien por cien. Por algo Dios dejó quemar las iglesias”.
“Si vamos al País Vasco nos encontraremos con un caso semejante, pero más admirable. No es que Euzkadi sea antimilitarista; es que siente incompatibilidad con los uniformes del Ejército español, al que odia cordialmente. Los capitalistas vascos crearon un gran poder financiero, incompatible con la pereza del capitalismo español, de cuya pereza ellos saben aprovecharse. Cierto que se dividían en carlistas, dinásticos y nacionalistas, pero todos juntos rechazaban el programa de la Falange Española. En cuanto a los católicos y al clero de Euzkadi, bien demostraron su incompatibilidad con los reaccionarios de secano”.
“El caso de Euzkadi es más sencillo y más fuerte. El renacimiento vasco fue iniciado por la acción del Partido Nacionalista, creado por Sabino Arana en 1895. Las bases doctrinales del nacionalismo vasco contienen afirmaciones rotundas, encaminadas a enmendar el error carlista, y sólo confiadas a la virtud y fortaleza del pueblo. Euzkadi es la única nacionalidad que se funda principalmente en las características de pueblo, y por lo tanto en la acción. No hay duda de que el País Vasco es también un “hecho de voluntad”; pero más permanente que el de Cataluña, porque se siente invulnerable a las contingencias políticas de España”.
“El aplazamiento de las autonomías –por culpa de los trámites inventados para prolongar el sistema unitario- desintegró a Navarra del País Vasco, retrasando en cinco años la fortificación de un baluarte seguro de la democracia”.
“Los catalanes, los gallegos y los vascos serían antiespañoles si quisieran imponer su modo de hablar a la gente de Castilla; pero son patriotas cuando aman su lengua y no se avienen a cambiarla por otra. Nosotros comprendemos que a un gallego, a un vasco o a un catalán que no quiera ser español se le llame separatista; pero yo pregunto cómo debe llamársele a un gallego que no quiera ser gallego, a un vasco que no quiera ser vasco, a un catalán que no quiera ser catalán. Estoy seguro de que en Castilla, a estos compatriotas les llaman “buenos españoles”, “modelo de patriotas”, cuando en realidad son traidores a sí mismos y a la tierra que les dio el ser. ¡Estos sí que son separatistas!”
He copiado estos párrafos como aperitivo de una buena lectura sobre Galicia y los gallegos, de los cuales cincuenta mil viven en Euzkadi.No lo olvidemos.
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