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Devuélveme la foto de mi madre

lunes 14 de septiembre de 2015, 08:44h

Si hay un oficio por el que la dichosa crisis económica no ha hecho mella -al menos, la misma mella que en todos los demás- ese es el de fotógrafo. Bodas, comuniones, bautizos, divorcios, acuerdos y desacuerdos siguen existiendo y siendo objeto de inmortalización por la flamante mirada de fotógrafos profesionales que, a la sazón, se han reconvertido también y en buena parte a cámaras de vídeo porque, al parecer, a la gente no le basta con permanecer en la memoria a través de imágenes estáticas y demanda montajes a modo de videoclips, con ritmo y factura de spots publicitarios, que parece que es lo que mola estéticamente en los últimos decenios, en lo tocante a imagen audiovisual.

Los domicilios familiares, pues, siguen estando presididos en sus espacios más nobles (salón, hall...) por fotos estáticas o dinámicas, de la pareja oficial en flagrante, deliberado y buscado instante de pasión romántica, mirada lánguida y los consecuentes ‘te quiero’ de la todavía feliz pareja.

Hasta aquí la norma general pero, como es bien sabido, hay excepciones. Una de ellas es la foto que aún recuerdo y que entonces me parecía modélica en cuanto a porte y majestuosidad. La veía en mis años de infancia presidir la amplia entrada de una casa solariega, en donde un amigo de mi pueblo llevaba con frecuencia a un grupo de amiguetes a jugar a policías y ladrones, que era una variante del vulgar escondite. En esa foto, digo, aparecía una feliz pareja -los padres de mi amigo- el día de su boda separados únicamente por una artística barandilla: la novia a la izquierda, apoyada con esa misma mano sobre el pomo, y el novio con su mano diestra posada sobre la de la novia, al lado derecho de la foto. El detalle venía al observar la imagen con un poco más de detenimiento porque, al final, resultaba que él estaba situado en el segundo escalón de la escalera, mientras que la novia estaba ahí abajo, al pie, pisando suelo firme con esos más de veinticinco centímetros de diferencia a su favor, en lo que a talla se refiere.

Aquella me pareció una solución ideal, concertada, incluso democrática, de inmortalización de fecha tan señalada. Y si a alguien había de atribuírsele un fallo garrafal en cuanto a la solución escogida por la diferencia de estatura, ese alguien no era, desde luego, ninguno de los miembros de la feliz pareja, sino el fotógrafo, a quien habría de habérsele exigido un encuadre más apropiado o, en su defecto, el corte preciso de la foto con el único objeto de hacer dudar a los futuros visitantes de la augusta casa, acerca del cambio operado en sus anfitriones al haber experimentado una evolución de tal calado que les había hecho tan distintos quince años después de casados. La prueba estaba ahí, en la foto de la entrada, que certificaba que algún día tuvieron idéntica talla, mientras que ahora, había que ver en qué poca cosa había quedado el marido...

Y es que, en estos tiempos que corren, ya se sabe, las promesas eternas de amor no suelen durar más allá de los doce o catorce meses. Y no se me enfade usted porque ese no es su caso. Lo admito, pero, cuando se manejan datos, hay que hablar siempre en términos estadísticos. Las parejas oficiales, hoy en día, entran en crisis no más tarde del primer año de convivencia. Hay, incluso, casos mucho más flagrantes y dolorosos por las circunstancias que se juntan en sus separaciones.

La casuística es extensísima y todos conocemos docenas de parejas y circunstancias que podrían engrosar el listado. Con todo, el que más me marcó fue el de una pareja en la que él sufría de insuficiencia renal y se mantenía con vida mediante diálisis a la espera de un donante. Su esposa estaba dispuesta a ofrecer uno de sus riñones al marido. La donación no fue sencilla porque la mujer se vio obligada a someterse a un estricto régimen de adelgazamiento para asegurarse de que estuviera sana en el momento de la intervención. De hecho, llegó a perder 20 kilos... Pero, una vez realizado el trasplante, la mujer supo que su marido se la estaba dando con queso con una amante y, ni corta ni perezosa, una vez separados, reclamó a su exmarido el riñón que le donó.

Como se ve, las parejas de hoy en día son mucho más interesadas que las de antes en donde, la parte agraviada, como mucho, exigía a la otra que le devolviera la foto de su madre (... “y quédate con todo lo demás”). ¡Cómo cambian los tiempos!

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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