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Felipe VI, ante su primera gran prueba como jefe del Estado

domingo 17 de enero de 2016, 12:27h

Asistimos al espectáculo del reconocimiento general de que la Constitución tiene demasiadas lagunas en ciertos aspectos clave. Los calendarios no están suficientemente tasados para situaciones que, en el momento de redactar la Constitución, eran simplemente impensables para los ‘padres’ de la norma fundamental: por ejemplo, un bloqueo político como el que ahora vivimos. O también, otro ejemplo, cuáles son en realidad las funciones del Rey, es decir, del jefe del Estado, cuando llama a los representantes de los partidos parlamentarios para que traten de formar Gobierno. O cómo actuar, desde La Moncloa y desde La Zarzuela, ante la ‘deriva Puigdemont’. Ante esas lagunas se encuentra Felipe VI cuando, este lunes, comienza a recibir a esos representantes políticos en busca de una solución para una investidura con éxito de ‘alguien’ capaz de formar un Gobierno medianamente estable para España.

Atribuir al Rey la responsabilidad de que se produzca un entendimiento, o no, entre las fuerzas políticas que no son capaces de llegar al pacto deseado sería injusto e inapropiado; pero confiar en la buena labor mediadora de quien se sitúa por encima de las luchas partidistas, de los intereses personales de los políticos, es legítimo y seguramente conveniente. Felipe VI, o el ciudadano Felipe de Borbón, como sin duda le considerarían bastantes de sus interlocutores a lo largo de esta semana, se juega mucho en los próximos días: esta es su primera gran prueba como jefe del Estado desde que asumió el cargo, allá por junio de 2014.

Son muchos quienes estos días bucean en los preceptos constitucionales en busca de lo que puede y no puede hacer el Rey de España ante una situación como la que vive el país tras las elecciones del 20 de diciembre, no hace aún ni un mes. Han sido tres semanas y media no sé si perdidas, pero sin duda estériles, para la estabilidad del país; de llamadas telefónicas clandestinas y subterráneas; de tirar y aflojar en programas de máximos y de mínimos. Pero han sido tres semanas y media sin más avance que la constatación de que, a este paso, nos plantamos de cabeza en nuevas elecciones allá por finales de mayo. Y que podríamos estar en campaña preelectoral todo este tiempo, Dios nos pille confesados. Han sido tres semanas y media, aunque en realidad han sido muchas más, en las que las cancillerías occidentales, los empresarios del Ibex, los responsables de las instituciones, han estado muy pendientes de lo que ocurre y no ocurre en nuestro país, e incluso han lanzado cautas llamadas al entendimiento de las fuerzas políticas: probablemente, ni siquiera las estructuras de la UE, que reclaman ya nuevas medidas de ‘adelgazamiento’ presupuestario a un Gobierno español que no puede estar en funciones, van a mantener mucho tiempo esas cautelas.

Cada día se aventan nuevas piruetas conspiratorias en los cenáculos y mentideros españoles. Que si el Rey debe promover a un ‘independiente’ para presidir temporalmente un Ejecutivo que dure un par de años ‘de reformas’; que si Don Felipe puede sugerir que se llegue a esa gran coalición que preferirían en el PP y en Ciudadanos y a la que el PSOE, tentado por un pacto creo que imposible con Podemos, se niega; que si se está forjando un acuerdo subterráneo en el que algunos grupos parlamentarios, nacionalistas, se abstendrían a favor de la investidura de Pedro Sánchez; que si a Pedro Sánchez algunos en su partido le preparan ya la patada de despedida; que si Rajoy debe dar, como Artur Mas, un ‘paso a un lado’… Hipótesis algunas descabelladas, irrealizables, que no llevan hacia ningún progreso para que se pueda formalizar con alguna garantía de éxito una sesión de investidura allá por comienzos de febrero, como quisiera Rajoy. Pero son ‘caldos de cerebro’ que evidencian el estado de nervios que se vive en esos cenáculos y mentideros, tan nutridos en Madrid…y en Barcelona, claro está.

Ya digo que lo primero que debería tratar de reformarse, cuando, esperemos que pronto, llegue el tiempo de las reformas, habría de ser la Constitución y sus puntos débiles en cuanto a la estabilidad política del país. A continuación, una normativa electoral que impida una repetición de lo que nos está sucediendo en estos días. Lo tercero, establecer en lo posible un contacto con ese Govern catalán del muy independentista y muy republicano Puigdemont, al que Pedro Sánchez trató de convencer la semana pasada de las bondades de la reforma constitucional que él predica, sin que conozcamos si el molt honorable respondió con algún indicio alentador a la llamada, lo que me hace pensar que no hay muchas esperanzas por ese flanco. No sé qué interlocutores puede llegar a tener Puigdemont en Madrid: los comienzos, con el Rey rechazando recibir a la presidenta del Parlament catalán, no han sido buenos. Como tampoco parece mucho avance que Rajoy no enviase una felicitación, siquiera formal, hipócrita si se quiere, al nuevo y patentemente inadecuado president de la Generalitat. Ni es una buena señal que Puigdemont omitiese cualquier alusión a las instituciones del Estado en su discurso de toma de posesión. Lo ocurrido en Cataluña ha tenido, está teniendo, lugar en el peor momento, de vacío en el Gobierno central y de preocupación familiar en la máxima magistratura del Estado. La tormenta perfecta.

Muchas veces he expresado mi total confianza en las capacidades del actual jefe del Estado. Su padre se ganó la Corona con un par de gestos valientes, decisivos, en momentos clave para la trayectoria democrática del país. No sé, quiénes somos los meros cronistas para dar consejos en momentos tan difíciles, si lo que conviene ahora es extremar la prudencia –virtud que adorna sobradamente a Don Felipe—o más bien olvidarla un poco y pisar algún acelerador. Sí sé que se están suspendiendo viajes oficiales, incluso del Rey, y no pocas inversiones extranjeras a la espera de que en España se aclare el panorama político. Y esta semana que comienza puede ser la del brote de esperanza o la de la prolongación de la agonía. Y sí, he dicho agonía. Pero también esperanza, la que nace de saber que es en momentos extremos cuando nacen las mejores soluciones.

- El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'

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