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Cuando solo queda criticar al Rey, algo va mal

domingo 24 de enero de 2016, 10:51h

Leo que algunos constitucionalistas critican al Rey por convocar, tras la renuncia de Rajoy a ser investido ahora, una segunda ronda de consultas en busca de una solución para formar un Gobierno estable para España, que evite la repetición de las elecciones, algo que es visto como una catástrofe por todos. Menos, dicen algunas lenguas de doble filo, por uno (sí, Podemos). Mal andan las cosas si ahora, tras las encuestas que muestran la escasísima valoración de los ciudadanos por los principales ‘negociadores’ (o, mejor, no negociadores) políticos, Rajoy, Sánchez e Iglesias, las críticas han de dirigirse al Rey, que estimo que ha mostrado toda la prudencia y buen sentido, hasta donde se me alcanza la información, que podría esperarse de él. Lógicamente, el jefe del Estado procura una salida lo más rápida y sólida posible a un atasco político sin precedentes, y actúa como le aconsejan el buen sentido y los asesores legales, que ya se sabe que, con los agujeros que tiene nuestra Constitución (¿quién iba a pensar en una ‘tormenta perfecta’ como esta cuando se redactó la ley fundamental?), caben muchas interpretaciones acerca de lo que puede o no y debe o no hacer el Monarca.

Creo que no es el momento de cansar al lector con disquisiciones puntillosas. La mayor parte de los expertos a los que hemos podido consultar estos días creen que Felipe VI ha actuado, está actuando, bien, y que se hubiese precipitado encargando la pasada semana la formación de Gobierno a Pedro Sánchez tras la renuncia a hacerlo, en primera instancia, de Rajoy. Y alguno de los que han hablado con él, que también ha hablado luego conmigo, acepta que el jefe del Estado está, cómo no, preocupado ante la algarabía, mezcla de frivolidad, tacticismo, personalismo y ambición sin causa, que están montando algunos de nuestros representantes políticos. Pero descuide usted, que no escuchará una sola palabra en este sentido de boca del hombre que tiene en sus manos la responsabilidad de tratar de que esta nave llegue a buen puerto antes de marzo, sin que, por tanto, sea preciso convocar unas ya digo que casi unánimemente indeseadas nuevas elecciones generales.

¿Qué ocurrirá en la segunda ronda de consultas esta semana? Pues que, probablemente, el socialista Pedro Sánchez acabará aceptando el encargo de intentar resultar investido como presidente del Gobierno. Para ello, mucho dependerá de las conversaciones –no precisamente públicas- que estos días esté manteniendo con sus posibles aliados, comenzando por ese Pablo Iglesias que tan insolentemente se comportó el viernes. Y siguiendo con ese Albert Rivera al que tan despectivamente trató como aliado de ‘la derecha’. Y con Alberto Garzón, el líder de Izquierda Unida a quien ha ninguneado constantemente. Y quién sabe si incluyendo a nacionalistas vascos y catalanes y separatistas de Esquerra; si no, las cuentas no salen. Falta saber, claro está, si ese es el Gobierno más idóneo para esta ‘marca España’ aquejada de graves problemas territoriales, de algunos estructurales, de muchos vacíos legales e institucionales y con la amenaza de una nueva recesión económica mundial (Davos dixit) rondando en el horizonte.

Claro, al Rey no le quedará otro remedio, tras el a mi juicio grave paso dado por Rajoy renunciando a presentarse en esta primera ronda –el aún presidente en funciones calcula que, al final, el acuerdo Sánchez-Iglesias va a ser imposible, tras la increíble actuación del segundo este viernes-, que aceptar la presentación de Sánchez, secundado por los arriba mencionados, a la investidura. Si es que el comité federal del PSOE, convocado por el propio Sánchez para este sábado, no le recorta las alas. Hoy, las encuestas dicen que el secretario general socialista es casi tan impopular como el mismísimo Rajoy: se está dejando muchas plumas en este envite, y hasta su ex rival Eduardo Madina, que aparece por sorpresa en alguna encuesta, le sobrepasa en el aprecio popular.

En cambio, esas encuestas que tanto fustigan a los dos principales líderes políticos del país –y a Pablo Iglesias, ojo-, sitúan en la zona de valoración positiva a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, a la ‘lideresa’ andaluza Susana Díaz y a Albert Rivera, que siempre parece estar ahí como pieza de recambio. Hoy, muy pocos medios, muy escasos comentaristas, defienden a capa y espada la permanencia ni de Mariano Rajoy ni de Pedro Sánchez en sus puestos; y casi nadie aboga por ese ‘pacto de progreso’ que quiere liderar el secretario general del PSOE… si Pablo Iglesias le deja, claro está. Saque cada cual las conclusiones que quiera, teniendo siempre en cuenta, desde luego, el valor, muy relativo, de los sondeos y, si usted así lo aprecia, también de los comentarios que hacemos los analistas. Los líderes políticos, convencidos de que siempre tienen razón, por supuesto no valoran nada ni a los unos ni a los otros.

Creo que, cuando este odioso proceso concluya, esperemos que para bien, deberíamos haber sacado algunas conclusiones: la primera de todas, lo inadecuado de los mecanismos políticos, electorales, legales y constitucionales con los que contamos a la hora de afrontar el futuro de nuestra democracia…y nuestra unidad territorial. Y una de las cosas que quizá conviniese retocar en primer lugar sería los poderes con los que cuenta el jefe del Estado a la hora de seguir, o hasta de marcar, una hoja de ruta. Porque ahora ya solo faltaría que nos lanzásemos, gracias a los titubeos de la Carta Magna en este sentido, a la crítica de una de las pocas personas que están manteniendo la serenidad y la cordura en esta jaula de grillos.

- El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'

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