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¿Quién cree más en la economía española?

lunes 25 de febrero de 2008, 07:58h

La economía va a seguir presente en los actos de esta campaña electoral durante todo su recorrido. Para la “estrategia de la tensión”, Rodríguez Zapatero ha encontrado una buena palanca en lo que describe como “catastrofismo” del PP, que desde su punto de vista estaría debilitando, por pura propaganda política, las posibilidades de las empresas españolas en el escenario internacional. Pero es difícil encontrar, más allá del voluntarismo de la propaganda, hechos sobre los que sustentar ese presunto “catastrofismo”. No sólo porque Rajoy haya advertido hace tiempo que nadie tiene más confianza que él en la economía real española, marcando así claramente los lindes respecto a lo que critica, que es la inacción, el “pasotismo” de la política económica del Gobierno durante los últimos años, mientras se acumulaban señales de proximidad de la crisis financiera que, tenga donde tenga su epicentro –y nadie discute que lo tiene en Estados Unidos– se ha instalado ya  intensamente entre nosotros.

¿Es que no son hechos las dramáticas caídas de casi todos los indicadores, sin que haya uno solo que proporcione una alegría? ¿No es un hecho que, tras haber alardeado de una previsión de crecimiento “por encima del 3%” para este año 2008, los propios datos oficiales bajan ya de esa barrera defensiva del 2,7% que tampoco se cree nadie serio, y las previsiones reales caen hacia el 2% o incluso por debajo? ¿No es un hecho, patético si se quiere, pero de extraordinaria elocuencia, que por primera vez en las tres décadas de democracia, el Gobierno haya acudido al vergonzoso recurso de falsear las cifras oficiales, con el vano intento, por ejemplo, de ocultar el crecimiento del paro que ya está entre nosotros, en lo que alguien ha denominado con ingenio y humor –si es que cabe el humor en cuestión tan sensible– de “creatividad estadística”?

La economía real española, esto es, la actividad empresarial, está bien, muy bien, demasiado bien para lo que cabría temer de un escenario de crisis financiera, pero es inevitable que, más temprano que tarde, si se sigue con una política económica de verlas venir y dejar que pasen las tormentas a ver si escampa, las empresas, incluso las más sólidas e innovadoras, acaben por acusar los efectos de un mercado financiero en dificultades. No es sólo un problema del sector financiero y de la construcción, que lo nota antes por la intensidad de la demanda de financiación que exige su actividad, sino que acabará contaminando a los demás sectores.

¿Las cuentas públicas están saneadas, como afirma el vicepresidente Solbes? Pues claro que lo están, faltaría más. No se entiende tanto presumir del superávit presupuestario, que es lo menos que cabía esperar –no era necesario mover un dedo para lograrlo– después de la “década prodigiosa” de la economía española que llegó hasta 2004, y nadie se ha ocupado en el Gobierno, en tan favorables circunstancias, de preparar la economía española para una crisis financiera que no ha llegado precisamente por sorpresa. Pocas veces una crisis ha llegado precedida de tanto sonido de clarines, como puede comprobarse en los medios informativos económicos de los últimos tres años. Los tres medios de máximo prestigio mundial en el ámbito de la economía, los periódicos The Wall Street Journal y Financial Times, y la revista The Economistse han cansado de publicar informaciones y editoriales que advertían de lo que finalmente nos ha sucedido.

En estas condiciones, y con nada menos que unas elecciones generales a la vuelta de la esquina, el Gobierno está prisionero de la necesidad de negar la mayor, y si es necesario, acusar de partidismo al mensajero, como ya ha hecho con algunos medios de información económica. Desde luego, cada periódico tendrá la línea editorial que sus responsables quieran, que afortunadamente nuestro Constitución proclama en términos máximos la libertad de expresión, pero ¿es verdad o no es verdad que el consumo y la recaudación de IVA han bajado sensiblemente en un mes de tanta tradición comercial como enero? ¿Es verdad o no es verdad que incluso la Unión Europea ha empezado a recortar las previsiones de crecimiento y por tanto también las de España? ¿Es verdad o no es verdad que sólo Polonia nos aventaja en el indeseable pronóstico de crecimiento del IPC? ¿Es verdad o no es verdad, que España ha retrocedido varios puestos, desde 2004, en el ranking de las grandes economías mundiales? Para decirlo en ese lenguaje deportivo que parece gustar a los técnicos de marketing del presidente, seguimos en primera división, pero ya no jugamos la Champion. Aunque volveremos a jugarla, sin duda.

Vienen duras, y no por “catastrofismo” de la oposición, sino por imperio de la realidad, ayudada en el caso español por la imprevisión e inactividad del Gobierno en materia de política económica. Y sin embargo, se puede coincidir con Rajoy y con Rodríguez Zapatero, con Solbes y con Pizarro, en la confianza, incluso el razonable optimismo, sobre el horizonte económico del país. Contamos con grandes empresas de la energía, como Iberdrola, Endesa, Gas Natural, Unión Fenosa, que están lideradas con ambición, profesionalidad y pulso por magníficos líderes y excelentes equipos. Y lo mismo puede predicarse de grandes constructoras y empresas de servicios, incluso con Telefónica en magnífica posición internacional de las telecomunicaciones.

Lo único que estas empresas, y sus directivos, necesitan es una política económica moderna, liberal, activa, pensada para ayudarles dentro y fuera de nuestras fronteras. No desde luego para venderlas bajo cuerda a empresas extranjeras en contrapartida de favores políticos que no pueden mostrar el rostro. Pero ésta es otra cuestión, necesitada de tratamiento aparte. ¿Quién cree más en la economía española? No es cosa de llenarse la boca, porque la sin hechos está muerta. Cree más, y desde luego mejor, quien se aplique más intensamente a respaldar a nuestras empresariales, a proporcionarles un marco abierto en el que las empresas puedan moverse con libertad, agilidad y eficiencia. Ahí está el mejor futuro de las empresas y por tanto, también de los trabajadores.
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