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Decepción

martes 04 de marzo de 2008, 14:34h

Las encuestas dirán lo que sea sobre el segundo, y nada definitivo, debate, pero yo he hecho la mía y hay muchos que piensan lo mismo: estamos decepcionados. El debate no sólo fue una reiteración del primero sino que, además, los dos contendientes deprimieron a los espectadores. Deberían reflexionar sobre el hecho de que más de un millón de espectadores del primer debate no se encontrara con fuerzas de seguir el segundo y pensarque si hubiera un tercero no pasaban de los diez millones ni regalando chupa-chups.

El nivel medio del debate fue mediocre y no tuvo la altura mínima que debe exigirse a dos personas que aspiran a ser –y una de ellas lo será, salvo catástrofe inesperada- presidente del Gobierno. No hubo un planteamiento de política general medianamente serio. No se habló de política exterior como si eso fuera un tema menor: ni de la Unión Europea, ni de Hispanoamérica, ni de la presencia española en Afganistán o Líbano, ni de Kosovo ni de nada. Sólo, otra vez más, la guerra de Irak, para echarse en cara errores o apoyos. ¡Que debate más antiguo!

Apenas se habló de sanidad, que es un problema de primer orden, o de la Universidad, que está bajo mínimos, y nada de Justicia, cuando es uno de los asuntos clave para la convivencia y la salud democrática de un país y tenemos no sólo juzgados paralizados por una huelga y una justicia con pocos medios que funciona mal, sino a tres de las más importantes instituciones de una democracia -el Tribunal Supremo, el Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial- enzarzados y dando un espectáculo lamentable. Nada se habló de los mayores, de la familia, de las políticas sobre el aborto o la eutanasia, que se han llevado al debate social.

El uso perverso del lenguaje en algunos momento, la interrupción permanente del presidente Zapatero que impedía escuchar lo que decía Rajoy, el diálogo de sordos, la utilización de datos hasta el aburrimiento, el echarse los muertos del terrorismo encima de la mesa son asuntos de una enorme gravedad para un observador imparcial que no busque réditos partidistas. Refutarlo todo o hablar de proyectos “para el 2020”, es respetar poco a los ciudadanos. Ya sé que los militantes de uno y otro partido estarán encantados con “la victoria indiscutible” de su líder. Con eso ya cuento. Pero yo creo que ayer, los dos contendientes perdieron una excelente oportunidad de devolver la fe en la política a los ciudadanos. Gane quien gane, parecemos abocados a seguir otros cuatro años en la dinámica del enfrentamiento que impide solucionar, con consensos, con acuerdos de Estado, los problemas básicos de un país que empieza a hacer agua por distintos frentes. Por eso, tras el debate, muchos ciudadanos pensamos si merece la pena o no  votar a uno de los dos grandes. No va a ser una decisión fácil.
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