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Irse de putas con dinero público

domingo 16 de marzo de 2008, 02:04h

Al  gobernador de Nueva York Eliot Spitzer, irse de putas le ha costado el cargo. Lo mismo le ocurrió tiempo atrás al presidenciable Gary Hart por sus infidelidades con la modelo Donna Rice, y a otros muchos que siguieron la estela de los Kennedy, esa familia donde la debilidad humana se refleja en todas sus facetas. Es necesario  ponerse por unos minutos en la mentalidad americana -cosa bastante difícil para los latinos- para poder entender que más que su estrecha moralidad, lo que no toleran los electores es la mentira y la hipocresía, esa que al gobernador demócrata le llevaba a usar las redes de prostitución en su vida privada a la vez que arremetía durísimamente contra ellas públicamente, convirtiéndose en una especie de adalid de la lucha contra la corrupción. Su asunto privado se ha convertido en escarnio público por mucho que su esposa permaneciera imperturbable a su lado mientras se daban todo tipo de detalles sobre como el 'cliente numero 9' pasaba una noche loca con una prostituta llamada Kristen a la que pagó 4.300 dólares por dos horas y media de servicio, como antes lo había hecho en múltiples ocasiones con otras chicas de lujo y alquiler.

También en España hemos tenido estos días nuestro propio escándalo sexual protagonizado por el ex concejal de urbanismo del PP del ayuntamiento de Palma, Rodrigo de Santos, que llegó a gastarse 60.000 euros de dinero publico en orgías de droga y sexo en locales de alterne gay. Su abogado defensor alega que fue su adicción a la cocaína lo que le llevó a "meter la mano en la caja", seguramente para intentar amortiguar la condena que si se demuestran los hechos se le puede imponer por malversación de fondos públicos. Sea como fuere tanto en el caso de Nueva York como en el de Palma estamos ante políticos que predican una cosa y hacen la contraria, lo que supone no sólo un engaño para quienes les han votado, sino también una traición a las siglas del partido al que representan.

Las otras víctimas del asunto, y sin duda mucho más vulnerables que ellos son sus familias. A mí me resulta totalmente incomprensible que ahora la esposa del ex gobernador, como antaño hiciera Hillary Clinton en el caso de la becaria más famosa del mundo, se mantengan a su lado como si nada hubiera ocurrido. No creo que el amor lo resista todo, ni tampoco que estas esposas sean una especie de heroínas abnegadas y ciegas de pasión, dispuestas a tolerar las correrías sexuales de sus parejas con tal de mantenerse a su lado. Tampoco entiendo esa obsesión de los políticos americanos de aparecer al lado de sus esposas siempre que un lío sexual puede acabar con sus carreras y que ellas se presten a hacerlo. Ellos tienen el poder y para conservarlo no dudan en humillar doblemente a sus parejas: primero  les son infieles y cuando todo el mundo lo sabe porque les han pillado con las manos en la masa, pretenden que ellas escenifiquen públicamente la idea del perdón. Al menos queda el consuelo de que en su pecado de hipocresÍa tienen la penitencia de ser expulsados de la cosa publica.

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