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El Parlamento que nos viene

El Parlamento que nos viene

sábado 22 de marzo de 2008, 05:31h

Más pasión que conocer el nombre de los nuevos/viejos ministros de Zapatero (y eso que algunas especulaciones que se van difundiendo me inquietan no poco) me provoca ahora saber cómo se resolverá la pugna subterránea por ‘colocar’ al frente de los principales grupos parlamentarios a una persona u otra. La cuestión no es baladí, porque, por ejemplo, el cargo de portavoz parlamentario es, en el grupo socialista, sin duda más importante e influyente que la mayor parte de los ministerios. Y, en el grupo popular,  es donde va a residir la mayor posibilidad de hacer oposición, dado que el Parlamento es, o debería ser, la principal vía de actuación para el control de lo que hace o deja de hacer el gobierno.

Así que no me queda otro remedio, como observador de la cosa política, y como ciudadano interesado por ella, que seguir con cierto detenimiento y algo de regocijo interno las peleas intestinas, cuyas salpicaduras llegan a la prensa, en torno a si Zapatero designará –porque es él quien lo hace, no los diputados de su grupo en votación libre—a Ramón Jáuregui, a José Antonio Alonso o a un ‘tapado’ para ocupar este cargo clave, de la misma manera que en su día designó a José Bono para presidir la Cámara Baja. Lo que, ya lo veremos en estos próximos cuatro (o menos) años, es algo más que un cargo de mera representación institucional, bastante más, incluso, que la tercera personalidad en el protocolo institucional del Estado.

Se ve la mano de los socialistas vascos, de los catalanes, de los andaluces y, desde luego, de los madrileños, tras cada una de las filtraciones a los medios en torno a quién estará y quién no en los lugares clave del grupo: casi todas son interesadas y a instancia de parte. Porque, la verdad, todo el poder de decisión emana ahora mismo de una única fuente: el hombre que medita en las dunas de Doñana. Y, que se sepa, ese hombre calla para todos, lo que está provocando, por cierto, no poca ansiedad entre quienes ven que se habla de ellos, pero no con ellos.

Y ¿qué decir de lo que ocurre en el grupo popular? Más, mucho más, de lo mismo: ya se sabe que tanto Camps como Esperanza Aguirre, que son las dos fortalezas autonómicas con votos en el PP, tratan de colocar a ‘su’ representante en la importantísima portavocía de la Cámara Baja. Y puede que, entre González Pons y Pizarro, que son los dos nombres que más se barajan, Rajoy tenga que optar por colocar a una tercera persona (¿la abogada del Estado Soraya Sáenz de Santamaría?) como sucesora de un Eduardo Zaplana que no deja de lanzar mensajes, por persona interpuesta, contra la candidatura de su enemigo Esteban González Pons.

Así que el panorama, de cara a la semana que viene, cuando ya ZP haya regresado de Doñana y Rajoy de Cancún, y cuando a todos nosotros hayamos vuelto a los cenáculos y mentideros habituales, se presentaría francamente atractivo…si no fuese por lo que está en juego. Porque es pensamiento común que entramos en una nueva era y que, en una democracia avanzada, como la que queremos,  esa nueva era tendría que caracterizarse por un creciente papel del Parlamento, que equilibra a los otros dos poderes definidos por Montesquieu. Porque, si el poder Legislativo no corrige, desde su ámbito de influencia, los exceso del Ejecutivo y los defectos del Judicial (ya tenemos, por cierto, una nueva gresca armada, ahora entre magistrados y fiscales), ¿quién lo hará? ¿Los medios, que no se resignan algunas veces a ser solamente el ‘cuarto poder’, y quisieran suplantar al primero, al tercero y hasta al segundo, que es el Parlamento?

Del Ejecutivo ya sabemos qué podemos esperar; cuotas de sexo y autonomía y el dedo cuasi omnímodo presidencial. Lo vimos en la anterior legislatura, y ahora puede que se repitan algunos errores en los nombramientos; ya decía al comienzo que rumores como que Miguel Sebastián puede ocupar un Ministerio o que la ‘estrella ascendente’ Carme Chacón pudiera ser portavoz gubernamental, siguiendo la estela de su marido, me desasosiegan. Porque uno está inducido a preguntarse: ¿hay alguien pensando de verdad en el diseño del Ejecutivo, un diseño realmente al servicio de los españoles y no de los agradecimientos o deudas morales del presidente?

Del Judicial hace tiempo que ya no podemos aguardar gran cosa, excepto una reforma en profundidad  que lo cambie casi todo, desde el funcionamiento del Consejo hasta el del Tribunal Constitucional, piedra continua de escándalo, en expresión bíblica. Así que nos queda el Legislativo, al que, justo es reconocerlo, Zapatero trató de potenciar algo –algo—en la pasada legislatura. La semana próxima vamos a comprobar si, en el marco de lo que podríamos definir como un nuevo espíritu político, de mayor concordia y consenso, se trata o no de consolidar al Parlamento como el foro de diálogo, debate y semilla de la consolidación de una legislación más democrática, que me parece que los españoles seguimos necesitando.

 

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