Paraguay: ¿cuál cambio?

Tal como se esperaba, Fernando Lugo, el antiguo ''obispo de los pobres'', seguidor de la teología de la liberación, admirador de Hugo Chávez y candidato de la variopinta Alianza Patriótica para el Cambio, ganó las elecciones paraguayas.

Parecía inevitable. Tras 61 años de dominio por parte de un mismo y carcomido partido --el Colorado--, el cambio político, económico y social tenía enorme retraso. Su urgencia era sentida ampliamente, y los electores optaron por el candidato que mejor encarnaba el deseo.

Ahora, la gran pregunta que se abre es si el nuevo Presidente impulsará un programa de cambio realista, moderno y verdaderamente democrático, o si optará por alguna modalidad de populismo.

No hay duda de que su inclinación será hacia la izquierda. Lo difícil es decir de cuál color y sabor, y con cuáles métodos.

La esperanza es que su conducción del poder se asiente más en la seriedad de las iniciativas seguidas por Lula da Silva en Brasil o Tabaré Vázquez en Uruguay que en la irresponsabilidad autoritaria de Hugo Chávez en Venezuela, o las eternas confrontaciones de Evo Morales en Bolivia. Por su peso, intereses y vecindad, los brasileños parecen tener ciertas ventajas.

Si algún país del hemisferio no se puede dar el lujo del populismo rampante, ese es Paraguay. Además, el mandato otorgado a Lugo por los ciudadanos, aunque claro y legítimo, es limitado. La magnitud de su poder y, por ende, su capacidad de control, dista mucho de los que disfrutaron Chávez, Morales o Rafael Correa en sus inicios. Como consecuencia, sería suicida despreciar el diálogo y los acuerdos.

El ex obispo obtuvo casi el 41% de los votos, seguido por Blanca Ovelar, del partido Colorado, con el 31%, y el general golpista Lino Oviedo, con casi el 22%. El resto fueron a otros cinco candidatos, o resultaron nulos.

Los colorados ganaron la mayoría de las 17 gobernaciones, y todo indica, hasta ahora, que la coalición de Lugo no contará con mayoría ni en el Senado de 45 miembros, ni de la Cámara de Diputados, de 80. Dentro de su alianza, además, la gran fuerza legislativa serán los liberales, un partido tradicional nada ''chavista'', que también ocupará la vicepresidencia.

Frente a tal realidad, hasta un teólogo de la liberación puede entender que, para poder gobernar, deberá realizar un gran ejercicio de equilibrios políticos realistas, no sólo entre el Gobierno y la oposición; también, dentro de su propio campo, en el que hay corrientes moderadas (como los liberales), conservadoras y de izquierda populista-agitadora.

El país que deberá gobernar tiene un 40% de la población por debajo de la línea de pobreza y algunas de las más altas tasas de corrupción política y gubernamental de América Latina; ha padecido las peores prácticas políticas imaginables; es un reino del contrabando; no ha logrado diversificar su economía, que depende de unas pocas exportaciones agropecuarias y de la venta de electricidad a Brasil y Argentina, y sufre enormes desigualdades sociales y desajustes en la tenencia de tierras.

Abordar tan monumentales problemas y sentar las bases para su solución será una tarea muy difícil, que desafía a cualquier púlpito o verbo engalanado. El mejor punto de partida para afrontarlos lo dio el mismo Lugo, tras su victoria: integrar un gobierno con los ''idóneos y los honestos'', no importa su divisa política.

Ningún equipo podrá actuar bien sin una clara visión y sin un buen programa de acción institucional y política para llevarla a cabo. La visión, Lugo la ha hecho explícita: un país más inclusivo, justo y respetuoso de los derechos individuales y sociales. Ojalá sea sincero.

La mayor duda, sin embargo, es cuál ''mapa de ruta'' seguirá para alcanzar sus objetivos. Aquí deberá mostrar sus mejores dotes e intenciones. Si lo hace, Paraguay podría estar ante un esperanzador renacimiento, que tomará tiempo en cuajar.

Si no, la inestabilidad y las pugnas frustrarán la esperanza y conducirán al desastre inmediato.