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Morir con dignidad

Morir con dignidad

viernes 19 de enero de 2007, 21:36h

El caso de la francesa Madeleine Z, el scoop del diario El País, aparte de levantar una más que regular polvareda, ha vuelto a poner sobre la mesa la regulación del derecho a morir dignamente, como hace nueve años lo hiciera el del tetrapléjico gallego Sampedro. Desde diferentes sectores religiosos –no solamente católicos—se ha puesto el grito en el Cielo (nunca mejor dicho en este caso), mientras que un juzgado alicantino abre diligencias sobre el particular y se desata la caza de la periodista autora del reportaje y de los voluntarios que acompañaron a Madeleine en su dormición final.

¿Qué derecho tiene la sociedad en prolongar artificialmente la vida en quien sufre dolores insoportables y vé como día a día, junto con la consunción de su cuerpo enfermo, se evapora su propia dignidad? ¿Qué derecho asiste, como en el caso que nos ocupa, a criminalizar a quienes, como ocurrió en los dos casos citados por el columnista, y a petición de los propios interesados les acompañan, con su amistad y su cariño, en su último trance? ¿Qué derecho tiene la autoridad judicial a buscarle las vueltas al o la periodista que, con independencia de su presencia física en casa de Madeleine, informa con pelos y señales del hecho?

En nombre de la Divinidad, cada vez que se produce un hecho así, se abren las puertas del mismísimo infierno, mientras se busca como chivo expiatorio a una asociación legal, la del Derecho a Morir Dignamente, a la que el presidente de Pro Vida llega a comparar, no tan sibilinamente, con los nazis.

Tal y como ocurrió con la ley que despenalizó determinados supuestos del aborto, está llegando el momento de que se legisle sobre el derecho a morir dignamente. Al menos una sociedad y unas estructuras que no consiguen que muchos ciudadanos lleven una vida digna (y aquí el debate, dentro y fuera de las confesiones religiosas, sería algo necesario), al menos, que las personas puedan (podamos) decidir, llegado el caso, por sí mismas. Sería una forma no sólo de ayudar ante sufrimientos inhumanos, sino de sacudirnos de encima la hipocresía social.

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