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Marx no dormía siesta

Marx no dormía siesta

jueves 22 de mayo de 2008, 06:44h

I

Hace poco, 2 semanas si no me equivoco, la Alcaldía Mayor nos recordaba, en un aviso de prensa a página completa, el aniversario de los 190 años del natalicio de Carlos Marx, "la referencia teórica más importante de los y las revolucionarias porque su pensamiento constituye el punto de partida donde el socialismo dejó de ser empírico e inocente, para transformarse en socialismo científico y realizable". Después de mostrar una corta biografía, la publicación remataba con el clásico ¡proletarios del mundo, uníos! Más que la importancia de su obra en la comprensión del sistema capitalista, así como en la imaginación de la utopía socialista, el aviso de Juan Barreto me hizo recordar a Paul Lafargue, yerno del intelectual alemán, autor del ensayo Elogio a la pereza, una pequeña obra en la que, entre otras cosas, indicaba que los obreros no debían aspirar a mejorar las condiciones de trabajo, ni a la apropiación del mismo (conforme reza la ortodoxia marxista), sino a la mejora de las condiciones de descanso y al derecho a trabajar lo menos posible. Así, contradiciendo a su suegro, quien era un trabajador obsesivo que apenas dormía las horas imprescindibles para poder estar luego despierto y lúcido, Lafargue reivindicaba el derecho a la holganza y a disponer del tiempo libre como opción vital e, incluso, política. ¡Trabajadores del mundo, relajaos!, debía ser, más bien, la consigna, según lo formuló a alguno de sus seguidores.

II

Las ideas del esposo de Laurita Marx encajan dentro de la vieja pretensión de recuperar la vida para la gente, sacarla de un estilo que pone los énfasis en donde no van, esto es, en la economía, en su lógica y sus urgencias. Se da la mano, así pues, con aquel movimiento que enarbola la vida tranquila y lenta, representación de una lucha contra la rapidez y el ajetreo inyectados en la cotidianidad de los terrícolas de esta época. No pocos sostienen que por allí es por donde deben transcurrir las grandes transformaciones sociales.

Hay que darle permiso a la gente de reconectarse con su tortuga interior, ha dicho uno de los profetas actuales de esta antigua filosofía enemiga de la prisa, la cual trata de avanzar en las fábricas, en las alcobas mediante la práctica del sexo lento, en el ejercicio a través del tai-chi, en la medicina alternativa y en otros muchos aspectos buscando, por decirlo de alguna manera, ralentizar la existencia. Entre dichos aspectos también figura la siesta, el yoga ibérico, como la llamó el gallego Camilo José Cela, una costumbre estigmatizada, nítida expresión del subdesarrollo, según ciertos estudiosos de la competitividad, el crecimiento industrial y esas cosas que, por lo general, vienen dentro del combo de la velocidad.

III

Últimamente, la siesta ha sido redimida gracias a diversos estudios que muestran sus múltiples bondades. Un informe de la mismísima
NASA, por ejemplo, ha señalado que disminuye el riesgo de infarto, aumenta la productividad y la creatividad, combate la depresión e, incluso, ayuda a adelgazar. Por otra parte, en distintas universidades se ha llegado a la conclusión de que veinte minutos de reposo reducen el riesgo de accidentes, aumentan en un tercio el rendimiento del empleado y disminuyen ostensiblemente las pérdidas ocasionadas por los trabajadores somnolientos. Así las cosas, en diversos países en los que antes hubiera sido casi impensable, se ha consagrado (o están a punto de hacerlo) el derecho a la siesta, pero se debe advertir que infortunadamente no es tal el caso de Venezuela, a pesar de que hablamos mucho de revolución.

En fin, la siesta se ha terminado convirtiendo en una herramienta de la gerencia empresarial moderna, útil para aumentar la productividad laboral. Se ha desvirtuado, así pues, su sentido original al desligarla del derecho a la pereza, un derecho humano fundamental.

Harina de otro costal

Muchos dicen que da lo mismo gane quien gane, que el Presidente de Estados Unidos siempre se comportará como Presidente de Estados Unidos, de lo contrario no sería Presidente de los Estados Unidos. Cierto, pero yo, que en materia de optimismo nunca tiro la toalla, prefiero que gane Obama. Éste no es de izquierda, pero al menos no es de derecha, sobre todo de esa vehemente derecha republicana. Eso ya es una ganancia, no menor, para nosotros, a quienes, en materia de imperialismo, Dios nunca nos agarra confesados.

Ignacio Ávalos Gutiérrez
[email protected]
Sociólogo, profesor en la Universidad Central de Venezuela

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