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Muerte en el andamio

Muerte en el andamio

martes 27 de mayo de 2008, 21:52h
Seis muertos en tres días. La sangría humana del sector de la construcción está ahí. La siniestralidad laboral, en todos los ramos, nos cuesta anualmente más vida que la carretera. Lo malo es que nos hemos acostumbrado a no preocuparnos por ello.

En la construcción –seamos claros y políticamente incorrectos, si es que en ello cabe—, empresarios, profesionales, obreros y la propia Administración se pasan por el arco de triunfo las más elementales normas de seguridad. Es un hecho empírico y que, como tal, resulta difícilmente rebatible. La prueba de ello son los muertos del andamio. Las centrales sindicales, periódicamente, ponen el grito en el cielo por esta sangría y cargan contra empresas y la Administración. Es su papel. Y la Inspección de Trabajo hace otro tanto. También muy en el suyo. Vano empeño.

Hace nueve o diez meses, las cámaras de una cadena de televisión, después de una semana de muertes en el andamio, se dirigían a la Inspección Central de Trabajo del madrileño Paseo de la Castellana. Los reporteros entrevistaban a uno de los inspectores, en el portal del edificio que estaba en obras. Un barrido de cámara y, como cuatro plantas más arriba, cinco o seis albañiles hacían su trabajo ¡¡sin arnés de seguridad!! y ¡¡sin cascos!!. Cachazudamente, al ser interrogado por el periodista, que le mostraba el flagrante incumplimiento, el funcionario (un inspector de Trabajo) respondía que el llamarlos al orden era función de otro departamento, el de Madrid, y no el de la Inspección Central.

Las normas están ahí. Son lógicas. Son razonables. El cumplirlas no supone un gran dispendio para las empresas constructoras por modestas que estas sean. Tampoco el utilizar arneses, cascos y calzado de seguridad representa una grave incomodidad para los albañiles. ¿Entonces? ¿Más muertes en la construcción? ¿Paralizar automáticamente la obra en la que no se cumplan? ¿Aumentar el número de inspectores y sus atribuciones preventivas?
¿Dónde está el fallo colectivo? ¿En la Administración? ¿En las empresas? ¿En los obreros? ¿En las centrales sindicales? El columnista se teme que es en el conjunto social donde radica el fallo. Y, ante la sangría anual, quizá piense en un auténtico coco de los infractores, en alguien como Pere Navarro, actual director general de Tráfico, que con los infractores y los irresponsables es más partidario del palo (léase multazo que te crió y recalada ante los jueces) que la zanahoria. 

El día que, sin esperar a accidentes de ningún tipo, se aplique la normativa legal con contundencia y, si nos apuran, con mala leche, paralizando las obras cogidas en flagrante infracción, ese día quizá empecemos a taponar la brecha sangrienta de las muertes en el andamio. Hasta entonces, todos a lamentarnos, menear tristemente la cabeza y echar las culpas –que también las tiene, ¡ojo!-- a la Administración.
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