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Costa no es Obama; ni Rajoy es Bush

martes 03 de junio de 2008, 21:48h

El mundo cambia, y nosotros, salvadas sean todas las distancias, cambiamos con el mundo. Si Hillary Clinton se retira definitivamente de la carrera electoral –para ocupar un lugar al sol junto a su rival hasta ahora, Obama-, veremos un avance revolucionario en la práctica política norteamericana: alguien completamente nuevo, nada que ver con un wasp –ni blanco, ni anglosajón, ni, probablemente, protestante--, aspirando seriamente a ocupar el principal sillón de la Casa Blanca.

Claro que nadie piensa que puede ganar al auténtico wasp –y, encima, héroe de guerra— McCain, pero la imagen de Barack Obama habrá amenazado, con su mensaje renovador, tan kennediano, las anquilosadas estructuras de la ‘América profunda’. Es la renovación, que seguramente no llegará a concretarse del todo –eso solamente ocurriría si Obama llega a la presidencia-, pero que asoma la cabeza con ímpetu.

Si hasta casi la mitad de los estadounidenses son capaces de votar a un negro con un ideario bastante nuevo y ‘liberal’ –entendido el término al estadounidense modo-, ¿no es imaginable que de veras estamos ante el inicio de una revolución global más importante que aquella de 1968, cuarenta años ya, que sacudió las conciencias bienpensantes al grito de ‘seamos realistas, pidamos lo imposible’, pero que fue estéril y casi efímera?. La vieja Europa, tan llena de berlusconis y sarkozys, corre el riesgo de quedar retrasada una vez más en ese camino del lenguaje político inédito, de la provocación de lo nuevo. Berkeley predomina sobre la Sorbona.

No sé si Zapatero fue, salvadas todas las distancias, un remedo de Bill Clinton. Sí es cierto que agitó algunas estructuras, en un momento irrepetible –afortunadamente—de nuestra historia. La izquierda salía del marasmo, y no fue para mal, pese a todo. Ahora es la derecha española la que está ante la necesidad de renovarse; afortunadamente, el PP no tiene un frívolo Sarkozy, ni, menos aún, un repelente Berlusconi. Hoy por hoy, no tiene otros rostros que enseñarnos que el de Mariano Rajoy, que no es la renovación, pero pienso que tampoco es un George Bush en retirada, un ‘pato cojo’ destinado al baúl de los ex. Ya quisieran algunos.

El otro rostro, emergente, virtualmente inédito hasta ahora, es el de Juan Costa, un personaje que ahora alcanza su cuarto de hora de protagonismo.

Pero Costa, con todos sus méritos indudables, no es Obama, insisto en que salvadas sean todas las distancias que usted quiera. Quien haya seleccionado al ex ministro de Medio Ambiente como alternativa a lo malo conocido se ha equivocado. Obama no solamente tiene un color diferente: es que tiene un mensaje diferente, aporta una mentalidad diferente, un lenguaje más fresco. Merece ganar y casi, casi, podría hacerlo, aunque lamentablemente será que no. Costa nos trae apenas un rostro no muy desgastado ( y eso ¿es bueno?), pero fue el redactor del programa electoral que llevó al PP a la derrota, digna derrota, pero derrota al fin. Y nunca le hemos escuchado un programa original, un discurso verdaderamente ilusionante, por mucho que él  apele constantemente a la ilusión.

Y la magia estriba precisamente en eso: en la ilusión. Hay que ilusionar a unos cuantos millones de personas para que se convenzan de que el ‘mago’ trae conejos en la chistera, de que el líder carismático –vamos a decirlo así—va a contar con sus electores y no se va a dejar manipular por un puñado de fabricantes profesionales de la opinión pública. No soy de los que admiran todo lo que nos viene de fuera: pero añoro para mi país, para el partido que ha de ser la alternativa crítica, moderna, al socialismo gobernante, un verdadero Obama, ya que no tenemos ni una Hillary y ni siquiera un McCain.

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