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La hoja de ruta de los que se aprietan el cinturón

domingo 08 de junio de 2008, 17:32h
Ahora que aparecen las primeras quejas de los perjudicados por la crisis económica, que enseñó la patita hace muchos meses, a nadie se le ocurre negar su existencia. Los transportistas amenazan con cortar las carreteras y los pescadores comienzan a paralizar los principales puertos en demanda de ayudas para paliar el elevado coste de la gasolina. El precio del petróleo bate otro récord, el Euríbor rompe los cálculos de la economía doméstica e hipoteca aún más a los que pagan religiosamente el recibo del piso al banco, que está pendiente de la posible subida del tipo de interés de referencia, anunciada por Jean Claude Trichet, al que José Luis Rodríguez Zapatero ha tirado de la orejas por no ser tan optimista como él.

Cuando el pan, el pollo, la leche, los huevos y otros productos de la cesta de la compra alcanzaron precios que vaciaban nuestros monederos a una velocidad superior a la prevista, la respuesta no fue ponerse las pilas y empezar a pensar en la crisis que se acerca. El Gobierno prefirió cerrar los ojos, desterrar la palabra crisis, que en boca del PP se convirtió en un peligroso cuchillo para arremetidas electorales, y echar la culpa de todo a los biocombustibles. Mientras que el dinero disponible de las familias para cubrir sus necesidades se encogía porque los ingresos se quedaban  cortos ante el estirón de los gastos, los responsables de tomar medidas para evitar males mayores nos atiborraban de datos.

El recibo de la hipoteca era cada mes un poco más costoso, y los que tenía que dar explicaciones culpaban al  Euribor y a la desconfianza que se tienen los bancos a la hora de prestarse dinero, al conocerse que la crisis que trajo la burbuja inmobiliaria arrasaba con todo. El crecimiento económico se ralentizaba y muchos trabajadores pasaron a engrosar las listas del paro. Seguía sin aparecer el término crisis en las frases de los gobernantes, empeñados en poner nombres raros a lo que en su pensamiento aparecía como “cambio importante en el desarrollo de un proceso que da lugar a una inestabilidad” –el diccionario llama a eso crisis-. Ahora de pronto, cuando las cifras del desempleo ofrecen más incertidumbre que esperanza, todo salta por los aires y por fin todos se ponen de acuerdo en llamar crisis económica a lo que vivimos. 

El Ejecutivo y la oposición señalan al contrario y a los efectos del mercado como culpables de la irrupción del cinturón apretado en nuestra indumentaria diaria. Aparecen  las fotos y  las consignas fáciles. Todos exigen medidas ante la crisis a Zapatero, que pide paciencia y muestra sensibilidad ante el sufrimiento ajeno. En lugares como la Comunidad de Madrid, donde el Gobierno está en manos del PP, los socialistas responsabilizan a Esperanza Aguirre de que aquí las cosas van peor y se fotografían con sindicatos y patronal para ofrecer una imagen de unidad ante la crisis. Los populares echan balones fuera y, tras recordar los felices años económicos de Rato y Aznar, responsabilizan a Zapatero de todo por haber dilapidado la herencia recibida. Una vez que todos han escogido el personaje que quieren representar en esta crisis ya reconocida oficialmente, sólo queda por diseñar la hoja de ruta de los que tendrán  que apretarse el cinturón para aguantar la que se nos viene encima.

Los que tengan voz y fuerza para gritar contra la carestía de la vida, como los camioneros o los pescadores, podrán ser oídos y algunas de sus peticiones atendidas, pero los que no tienen más que el silencio para mostrar su sufrimiento lo pasarán mal. Sólo podrán ser salvados si aparecen rápidas y contundentes acciones de un  Gobierno más pendiente de  sus necesidades -de las de los otros- que de neutralizar a una oposición que intentará desgastar a Zapatero todo lo que pueda cuando haya resuelto sus disputas internas. Si los que piden rebajas en el precio de la gasolina para los suyos triunfan, lo lógico es que el coste de la operación recaiga en los  que compran los productos que vienen en camión o en barco. Al final, la crisis la sufriremos todos, aunque en desigual medida. Los empleados, con el apoyo explícito de UGT, pasan de moderación salarial; los que se quedarán sin curro, tendrán los mismos gastos que antes, aumentados por las subidas de precios, pero ingresarán poco o nada.

Los que viven de una pensión sufrirán más estrecheces de las previstas y los jóvenes en busca de curro seguirán sin empleo y con menos posibilidades que antes de emanciparse. El Gobierno debería volcarse en asegurar que todos los parados reciban todos los meses una paga digna y que nuestros mayores cobren ya la pensión mínima que prometió Zapatero durante la campaña electoral,  y en impulsar todo tipo de medidas sociales que sirvan de colchón a los más necesitados ante la caída de sus ingresos. Si optan por aplicar parches parciales para detener las huelgas, habrán desaprovechado otra ocasión para mostrar que de la crisis se puede salir haciendo política de verdad a favor de la mayoría, en vez de esperar a que pase el temporal, como hicieron cuando,  sabiendo que venía, desecharon esa posibilidad.
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