Había una vez un país -y un pueblo- que luchó y luchó por ser dueño de su destino, su tierra y lo que había sido la razón de su existencia: la ruta por la que siempre pasó la riqueza de camino a otros puertos. Finalmente y tras "luchas generacionales", hubo un general que logró que el dueño del mundo devolviera lo que no le pertenecía, a ese país y a ese pueblo luchador.
Y con la ruta de tránsito vino también un inesperado regalo: hermosos bosques tropicales que habían estado escondidos y que ahora hacían de las principales ciudades del país unas verdaderas joyas. Pero, oh sorpresa, el hijo de ese general decidió que proteger los bosques era mero romanticismo y que era mejor ponerlos en manos de quienes "verdaderamente" los pondrían a producir, con los mejores criterios de "orden público e interés social". Para ello contó con la sabiduría de uno que otro Batista, de los técnicos en hacer leyes y de los sabidos asesores de Palacio.
¿Que cometieron un error (¿chambonada?) y se les olvidó lo más importante para que la ley pudiera aplicarse? Cero problema… para eso está la técnica del "camarón" y la conocida pasividad de los panameños. Así, una muy "productiva" cementera a orillas del tantas veces anhelado Canal, creará riquezas sin fin para esa pujante y solidaria clase empresarial y sus socios burócratas; así, el canopy de algún que otro árbol que se salve, podrá ser apreciado -entre copas de vino- desde los balcones de los nuevos edificios diseñados por el gran Nash Mallol (¡cómo no!) y promovidos por los Pascos y Lincoln Garcías de este maravilloso y creativo mundo de la promoción inmobiliaria panameña que no deja escapar una oportunidad cuando la ve.
Y es que mantener el "clima propicio para las inversiones" y la seguridad jurídica solo para el más bellaco, ha sido y al parecer será siempre la principal meta de los gobernantes de este país que luchó y luchó.
Si (
No(
