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REPORTAJE TESTIMONIAL: Las fronteras que nos encierran

REPORTAJE TESTIMONIAL: Las fronteras que nos encierran

sábado 30 de agosto de 2008, 23:37h
Estoy en la Terminal de buses de Tacna, hace mucho calor y en mi MP3 suena el tema Sirena Varada de Héroes del Silencio. Ahora cantan… “El miedo a traspasar la frontera de los nombres… como un extraño” y me recuerda que en una hora más estaré cruzando la frontera con Chile. Espero a que el asistente de siempre, de cabellos parados, flaco y moreno, me entregue las maletas de la bodega del bus. Tarareo la canción a bajo volumen como rezando un futuro acontecimiento. Y es así, en una hora más estaré atravesando una frontera que ya es muy conocida para mi pero que nunca deja de sorprender.

Según la historia, y sintetizando años, el territorio donde hoy se ubica la ciudad de Tacna estaba poblado por varios asentamientos, entre ellos Lupacas, Chinchorros y Uros. Fue recién hacia 1800 que llega la colonización aymará. Después de la conquista del imperio inca, Tacna fue el paso por donde volvió, casi muerto, Diego de Almagro derrotado. Entró tan derrotado como los peruanos y bolivianos que veo en la aduana, que ahorraron todo el año para vacacionar y no los dejan cruzar la línea.

Luego el turno fue de Pedro de Valdivia, organizando campamentos. En 1572 se inician los primeros asentamientos hispánicos en la zona. Después de revoluciones que alcanzaron a tocar estas tierras, como la de Túpac Amaru II, llegaron los tiempos de la independencia. Pasada la ola independentista, se crea la Confederación Perú – Boliviana, donde Tacna es el centro y sede de un Congreso, que dura sólo dos años. En abril de 1879 Chile le declara la guerra a Perú y Bolivia, que hasta ese momento mantenían un Tratado de Alianza Defensiva. Y aquí está la madre del cordero, dicen algunos. Aquí empieza la historia de esta lucha constante y perdurable, también anacrónica hoy, entre los vecinos. Luego de la batalla del Alto de la Alianza (denominada así por la retirada emprendida por Bolivia), Perú y Chile quedan enfrascados en la Guerra del Pacífico. Una guerra que hasta ahora y a pesar de los años no se olvida, y menos cuando se trata de inmigrantes, temas marítimos y fútbol. Si Marx hubiese visto nuestros tiempos cambiaría su famosa frase sobre la religión por: “El fútbol es el opio del pueblo”.

Tacna y Arica formaron parte de Chile durante 50 años, hasta que –mediante un tratado-, Tacna es reincorporada a Perú. Arica quedó en límites del territorio chileno.
Santa Rosa es el control peruano. Está recién inaugurado e implementado con computadores y nuevos lectores ópticos que permiten leer de forma automática los pasaportes o documentos de identidad. Después de todo es el único paso fronterizo con Chile y son aproximadamente 7.500 personas las que cruzan por día. Para salir del país no piden mucho. Haces una fila y sellan tus documentos previo pedido que te quites los lentes oscuros si los llevas puestos. Todo normal para los peruanos que no deben multas por faltar a algún sufragio. No revisan maletas, no les importa que pases algún producto que afecte a la agricultura o salud del vecino país. Lo mismo sucede al frente cuando vas a salir rumbo a Perú. Aquí el control de quién entra y quién sale no es muy fuerte, y también se mira en menos al vecino, pero el dinero que entra por turismo hace que el orgullo quede sólo en las gargantas.

Estamos en el auto lancha, inmenso y negro como una carroza fúnebre y unos asientos que huelen a muerto, mezcla de tantos sudores, de tantas espaldas y traseros que se apoyan a diario. Somos cinco más el chofer. Un anuncio en español, inglés y aymará da la bienvenida a Chile. Después de media hora de recorrido viene la parte tediosa, la incertidumbre de si nos dejan pasar o no al país mejor posicionado, económicamente hablando, en el continente.

Una fila más grande, eso es cierto. La gente prefiere salir que entrar al Perú. Mucha gente alrededor con chalecos de la entidad que representan (servicios agrícolas, extranjería, migraciones, impuestos internos), perros labradores que detectan drogas, lindos como los de las propagandas de la TV; espejos para ver bajo los autos, risas entre trabajadores del control migratorio Chacalluta. Trabajadores que huelen a perfumes caros comprados en Tacna a menor precio que en su país. Calvin Klein, Polo, Hugo Boss. Olores fáciles de diferenciar entre tanto sudor. Ríen pero no con los de la fila. Sólo miradas frías, de desconfianza, mientras los perros de televisión nos olfatean las maletas. Es turno del siguiente auto, en el que viajamos los cinco desconocidos.

Desde que tengo la residencia chilena es más fuerte el interrogatorio. Pero aún no es mi turno; me toca esperar, aunque ya mis manos sudan. Las seco en los jeans y los ensucio más de lo que están. Va un compatriota adelante. Con voz enérgica dicen su nombre como llamándolo al paredón, y con voz dormida el tímido viajero da los buenos días al encargado frente al computador. No responde.

-    ¿Motivo de viaje?- pregunta el agente, de camisa gris y bigote mal cortado.
-    Voy a Iquique a comprar repuestos para tornos.- dice con la sumisión típica y heredada de las personas del Perú profundo.

Quien lo acompaña, chileno, entra a la conversación y le dicen que se calle, que no hablan con él. Y empieza la duda.

-    ¿Profesión?
-    Mecánico especialista en tornos.

Otra vez el chileno acompañante habla para corroborar la profesión de quien parece ser su empleado. Esta vez no hace falta que lo callen, una mirada basta y se hace a un lado.

-    ¿Qué es un torno?- dice el agente de migraciones, con tono despectivo. Con esa altanería de los que creen saber todo en la vida.

Aquí titubea un poco el mecánico. Aunque a cualquiera le sucede cuando sabes que te están sometiendo a interrogatorio. Casi como rezando para sus adentros el mecánico de pómulos contundentes, ojos achinados, y uñas un tanto sucias, le dice lo que es un torno, apenas moviendo los labios bordeados de unos cuantos vellos que crecen como maleza, como hierba mala. No le creen. No hay pase. Regresa a Perú. Simplemente no tiene cara de ser mecánico, mucho menos especialista. Pero si de ser pobre en busca de trabajo. Al menos eso parece pensar el interrogador.

Me hace recordar a todos los peruanos que con todo esfuerzo juntan cien dólares para solicitar la visa a los Estados Unidos de Norteamérica, se presentan en la embajada con documentos que le acreditan trabajos millonarios, propiedades envidiables y reservas ficticias de hoteles boutique en Miami; y se les niega el paso sin explicación alguna. 

A mi espalda, una joven europea, alta, castaña, de ojos grandes y claros, sonrientes, con sandalias que no esconden sus pies finos aún pero hinchados por el viaje y con un libro de Noam Chomsky bajo el brazo, echa maldiciones en un español bonaerense, porteño. Insulta a la madre del agente y se ríe de rabia. Insulta sin miedo a ser reprimida. Y nadie la reprime. Me pregunto por qué será que no le dicen nada. No lo puede creer. La miro y comenta que en Europa no es así. Sólo en su natal Suiza, atribuyéndolo a que su país no forma parte de la Comunidad Europea. Vuelve a echar insultos, esta vez diciendo que la automarginación de su país de dicha comunidad se debe a los bancos y a toda la riqueza mal habida que cobijan entre las montañas, incluso mancillando el recuerdo que tiene el mundo de Heidi y de su abuelo, que le dan a Suiza un aire de pureza, que por sus palabras me parece solo está en la televisión y el cine.

Le cedo el paso a la joven suiza. Todo sin problemas, sin preguntas, sin desconfianza. En menos de un minuto un sello en el pasaporte y un 90 mal escrito le dan la cantidad de días permitidos para que disfrute sus vacaciones.

Es mi turno y el agente sólo me pregunta dónde vivo. Sella el pasaporte, me mira fijamente a los ojos mientras me lo entrega y su rictus sigue tan frígido como con el mecánico que regresaba derrotado a Perú por el solo hecho de no parecer lo que decía ser.

Pero así son las cosas acá. Es una frontera entre dos países que arrastran disputas y rencores con historia de siglos atrás, una frontera donde predomina la discriminación, por el color de piel, por la situación económica y por ser el vecino mal mirado.

Con la espalda hecha trizas, mochila y maleta en mano, llega el momento de los rayos X. Paso todas mis pertenencias. Al retirarlas me piden abrirlas. ¡Y tanto que me había costado que todo entre sin problemas en esa mochila! La desbaratan. Adelante de todos han sacado hasta los calzoncillos sucios, las calcetas con hoyo y los regalos respectivos para quienes me esperan en Chile. Con un gesto de pocos amigos parecen decirme que ya puedo guardar todo. Casi todo está dentro de los bolsos y otra vez ahí vamos.

-    Abra su maleta.
-    Ya la revisaron- dije muy seguro.
-    Digo que la abra. Salió un olor raro.- esta vez la voz era más enérgica.

¡Vaya descubrimiento!, mes y medio viajando y los olores impregnados en aquella maleta no eran precisamente a rosas. Otra vez me desbaratan todo y dicen que guarde mis cosas, que el olor no es de mi equipaje sino de otro que le pertenecía a una ciudadana boliviana que parece tener cinco faldas y tres suéteres y un niño envuelto en la espalda que entre tanta bolsa que carga casi lo pasa por error en la máquina de rayos X. Antes de irme me mira el inspector aduanero y dice:

-    ¿A qué se dedica en Chile?
-    Consultor turístico- respondo. – Hago proyectos de turismo.
-    Explíqueme, ¿Qué significa eso?

No sé si son tan preparados para entender todos los trabajos, pero bastó mencionarle que esos proyectos son cofinanciados por el gobierno chileno para que me deje en paz.

Quizás toda la desconfianza disminuya con los nuevos sistemas que se implementarán en Chacalluta, que contará con un avanzado sistema de identificación biométrica dactilar y facial, que junto con la autentificación de los documentos permitirá verificar con mayor precisión  las personas que entren o salgan de Chile. Mediante este sistema, la automatización de los procesos en el control migratorio, mediante tecnologías de información moderna y aplicada en países del primer mundo, se buscará erradicar posibles adulteraciones, falsificaciones, suplantaciones, en los documentos migratorios. Y no podemos tapar el sol con un dedo, por algo nos miran mal, somos expertos falsificadores, intrépidos personajes de la piratería y para colmo todo a buen precio, para todo bolsillo. Habrá que esperar entonces.

Guardo mis cosas otra vez y voy rumbo al auto para por fin seguir viaje hacia Arica.

El auto va más liviano. El chileno y su empleado peruano tuvieron que regresar de la frontera hacia Tacna. En el poco tramo que queda para llegar a Arica le tratamos de explicar a la joven suiza que así es Sudamérica, que así somos entre nosotros y que una parte de culpa también la tiene aquel morro que ya se asoma como vigilando la playa. Con una sonrisa solo atina a decir que no cree que después de más de un siglo se siga peleando por lo mismo.

Arica está frente a nuestros ojos. La ciudad ubicada entre las desembocaduras de los ríos Lluta y Azapa, donde por la calidad de sus suelos y la disponibilidad del agua en medio de tanta aridez, constituye un lugar propicio para los asentamientos humanos. Por tal motivo, a la llegada de los españoles, y gracias a estas condiciones, las etnias mostraban un nivel de desarrollo cultural elevado. Arica fue un puerto muy importante durante la colonia y durante el auge de las exportaciones salitreras y del guano. Pero el decline de esta ciudad puerto fue hacia 1868, cuando tras un terremoto, seguido de un tsunami, quedó destruida gran parte de la ciudad y de las instalaciones portuarias. El resto de su historia la comparte en esta constante diatriba con Tacna. Casi la misma historia. Actualmente, es balneario de algunas familias peruanas y bolivianas que logran un permiso de paso solo hasta dicha ciudad.

La desconfianza se apodera día a día de nuestros pueblos. Ya antes, siendo menor de edad, me habían quitado los zapatos para pincharlos con agujas y ver si no llevaba drogas. Para entrar a Ecuador se cruza un puente custodiado por  cuadras de mercados, ferias, ambulantes y rostros que si inspiran miedo. Al llegar al control buscan la forma de conseguir al menos un beneficio monetario. Cosa que consiguen de quienes por primera vez cruzan y ven temerosos. Lo vi hace un tiempo con dos argentinas a quienes les pidieron dinero y le dieron el cambio del soborno con monedas falsas. ¡El colmo!

De Estados Unidos ni hablar, sobre todo después del 11-09. No sólo niegan visas como fue en mi caso sino también te la dan y al llegar al país del norte te regresan en el siguiente avión, como fue el caso de una tía. En México, la primera vez en Cancún, bastó estar junto a una joven colombiana que venía en el mismo avión y con quien crucé un par de palabras para que me interroguen al mismo tiempo que a ella, revisando las billeteras, las agendas con números telefónicos y el equipaje de mano. De esto hace 8 años. Ahora, saliendo o entrando a la manga del avión y tras ser revisado ya por policías y aduaneros, al ojo, un oficial de la Policía Judicial te detiene, te toca incluso las partes íntimas que los anteriores controles no revisan, te pregunta por qué motivo estas en su país y a qué te dedicas. Luego, ya bien manoseado, te sonríe como satisfecho y dice: ¡Buen viaje! Sólo le falta un cigarro en los labios para completar su escena.

Toda la tecnología que se aplicará en los controles en un corto tiempo esperemos que sea útil, pero por el momento no queda más que sufrir esa hora de viaje entre documentos, mochilas y policías desconfiados, hacer la fila, poner la mejor cara y esperar no correr la misma suerte que el especialista en tornos que no supo decir claramente lo que era un torno. Por último queda el consuelo que a Almagro y  a Valdivia les fue mucho peor cuando pasaron por ahí rumbo a su conquista. Y eso que no había biometría.

Julio César Díaz Sánchez
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