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¿Reconciliación o Memoria?

¿Reconciliación o Memoria?

miércoles 03 de septiembre de 2008, 10:51h
Los años de la transición democrática nos proporcionaron, a quienes ya estábamos en esto de la información y el comentario político, inolvidables momentos de extraordinaria emoción, fruto de la voluntad de todos, izquierdas y derechas, de hacer realidad el sueño del reencuentro, por encima de un pasado ingrato, en lo que tan afortunadamente definió aquel inolvidable hombre bueno, Joaquín Ruiz-Jiménez, como “la reconciliación nacional”. Habrá que insistir, una y mil veces, que la transición fue exactamente eso: hacer realidad, en la calle y en las leyes, la reconciliación nacional, para enterrar definitivamente la cainita historia guerracivilista de nuestro país.

    Recuerdo todavía el momento en que, aún teóricamente “ilegal” pero ya protegido eficazmente por el entonces responsable de Interior, Rodolfo Martín Villa, el líder comunista Santiago Carrillo entró en un lujoso piso de la madrileña calle Platerías donde la esperaba la 'creme de la creme' de los banqueros, empresarios y políticos incluso de derechas, con muchos de los cuales se fundió en emocionados abrazos. Fue un banquero muy de derechas el primero que, nada más cruzar el umbral de la puerta, le recibió diciéndole: “¡A mis brazos, Santiago!”.

    Recuerdo los encuentros y diálogos del socialista Raúl Morodo, entonces brazo derecho y cerebro estratégico del viejo profesor Enrique Tierno Galván, con el muy sincero y auténtico demócrata que venía del Movimiento, Adolfo Suárez, el gran líder que supo hacer legal en las instituciones lo que en la calle era simplemente normal y dar no verosimilitud, sino veracidad, a ese encuentro ilusionado de conservadores, liberales, democristianos y socialdemócratas que fue la UCD y con ello, y con una ilimitada capacidad de diálogo con la oposición interior y con la que venía del exterior, hacer posible y sólido el cambio desde una férrea dictadura a una muy auténtica y plena democracia.

    Recuerdo la inolvidable tarde en que se tomó la decisión de legalizar el PCE y enterrar con ello los últimos vestigios de nuestra más terrible guerra civil, cómo, muy cerca de la madrileña glorieta de Ruiz Jiménez, conocida como glorieta de San Bernardo, mientras pasaban coches tocando las bocinas y aireando banderas rojas, un viejo y prestigioso general franquista, a quien algunos exaltados trataban de excitar, con voz firme y acostumbrada al ejercicio del mando, les ordenó callar y bajar los brazos que se habían alzado en el saludo fascista, y afirmó: “¡por España, señores, esto es por España y por todos los españoles! Tengámonos todos respeto”. Y le hicieron caso y callaron.

Así fue la transición, esto es, traducción política de la voluntad social y cívica de reconciliación nacional. Fue, para ser precisos, la antítesis ideológica, emocional y moral de la guerra civil. El definitivo entierro histórico de la guerra civil tiene mucho que ver con que se respete el espíritu de la transición. A nadie se le pidió olvidar, sino a todos, los que venían de uno y otro bandos, la grandeza moral de perdonarse recíprocamente y con toda sinceridad aquella tragedia de cientos y cientos de miles de muertos de todos los colores políticos y rompiendo para siempre la trayectoria de una historia inclemente, converger todos en una convivencia democrática estable.

    Está muy bien eso de “recuperar la memoria”, cosa más de historiadores que de jueces, y desde luego nunca de políticos, pero hay tiempos de algunos países respecto a los que la memoria es una llamada a la confrontación incivil. Tengo muy sincera y antigua consideración, y él lo sabe, al magistrado Baltasar Garzón, y de ninguna manera comparto la suspicacia de que haya razones mediáticas en sus actuaciones sobre el censo de desaparecidos. Estoy convencido de que le mueven razones de conciencia y de derecho, pero ¿de verdad conviene remover aquellos horrores superados, tanto del fascismo como del largocaballerismo leninista, en cuyo paliativo olvido este país ha encontrado por fin la plenitud de la convivencia democrática?

    ¿Qué se puede ganar con esta agitación, de momento sólo en el ámbito de la confrontación dialéctica? Dicho con todo respeto ¿no sería mejor dejar a los muertos en paz y ocuparnos todos de disfrutar y profundizar esta democracia que viene del perdón recíproco, el olvido y la reconciliación nacional? ¿Reconciliación nacional o Memoria histórica? Se comprende que puedan desearse ambas cosas, pero aquí y ahora es más que dudoso que puedan ser compatibles.
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