Una mujer miserable

En mi opinión, Violeta Santander es una mujer miserable. Entiendo que por razones de amor defienda a su maltratador, porque el amor es ciego, y el masoquismo forma parte de la condición humana, pero cualquier respeto que pudiera tener lo ha perdido apareciendo en los medios de comunicación denostando a su defensor, que está jugando la partida definitiva ente la vida y la muerte, con muchas posibilidades de no salir triunfador.

Ni el decoro de la discreción, ni la prudencia en consideración a quien no se sabe si va a salir vivo de esta historia, ni el más elemental tributo a la familia angustiada de quien salió en su defensa, le ha impedido aparecer en una emisora de televisión para denostar a quien fue salvajemente agredido por su salvaje pareja. Si lo ha hecho por los 70.000 euros que cobró, según dicen, es lo de menos, porque eso sería añadir detritus a la mierda, y su conducta miserable es tan evidente que poco más la puede enaltecer en esta carrera hacia la mezquindad moral. Pero que no haya tenido la más elemental discreción para quien se jugó la vida -y puede que sea derrotado-  la convierte en la princesa de la ruindad social.

Es probable que, tras lo que precede, abogados de secano y buscadores de gatos con tres pies, le aconsejen una querella. Le advierto que soy pobre, pero ante un juez, aunque pierda lo poco que tenga, no podré retractarme, porque tendré que repetir lo que me parece esta ciudadana: una mujer miserable, una mujer despreciable que ha pagado con la moneda de la más infame ingratitud, el gesto de arrojo ciudadano de una persona que todavía piensa que a las mujeres no se les debe insultar y no se les debe maltratar. 

Una persona que está más en el otro mundo que en este, debido a los golpes propinados por el novio de esta miserable mujer. Y, por cierto, si un día delante de mí, veo que la maltratan, intentaré salir en su defensa, porque sería muy triste que una sola mujer miserable nos convirtiera en miserables a todos los demás.