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La des-honra

jueves 17 de noviembre de 2022, 12:06h

Cuando la ajuntadora, la gitana encargada de hacer la prueba de la virginidad a las jóvenes cíngaras que van a casarse, saca el pañuelo manchado tres veces de sangre, esta es la última frase que recita delante de toda su comunidad: "Quien tenga que decir algo que lo diga ahora, o si no que se calle para siempre". Y yo, como mujer, desde luego que tengo algo que decir.

El pueblo calé siempre ha tenido una cultura tradicional; un concepto cerrado y conciso de lo que es la familia, la honra, la comunidad o la importancia de llegar virgen al matrimonio. Y todo esto es muy respetable siempre y cuando no atente contra la libertad individual y derechos de las personas o en este caso en concreto y particular de las mujeres.

La honra es lo más importante que tiene una familia gitana; esta depende de que sus mujeres lleguen vírgenes al matrimonio y se verifica con la prueba del pañuelo, el rito atávico que todavía hoy se lleva a cabo entre las muchachas del pueblo romaní. Esta prueba, además de para casarse, muchas veces se realiza en las familias gitanas cuando estas están pasando por momentos complicados para demostrar la pureza de su raza y dar apoyo al clan, aunque numerosas veces está predestinada al fracaso; hoy sabemos que hay muchas más formas de romper el himen que teniendo relaciones sexuales y que además una de cada mil mujeres, nace sin él.

La novia, con un vestido para la ocasión, está tumbada en una cama, rodeada de las mujeres casadas de su familia que están ahí para constatar lo que pase en esa habitación. La sicobari tiene un pañuelo blanco, bordado por la madre de la gitana que va a casarse, que introduce tres veces por la vagina de la que será desposada, rompiendo su himen (Dios quiera que lo tenga intacto) y marcando así el lienzo con tres manchas de sangre, a las que ellas llaman las “tres rosas”. La gitana, maltrecha y emocionada, llora. Las otras le cantan el Yeli. El pañuelo se exhibe, los padres del novio pagan a los de la novia reconociendo la pureza de su hija y todos aplauden mientras romantizan el hecho de que una señora desconocida acaba de romperle el himen a una chavala que la mayoría de las veces no ha cumplido ni los veinte.

La prueba de la honra que te deshonra, que te humilla delante de todos, que viola tu intimidad, tu libertad, la que hace que las clínicas estéticas de España se llenen de chicas (mayoritariamente de raza gitana y musulmana), que van a hacerse reconstrucciones de himen para no ser desterradas de su comunidad.

¿Hasta qué punto hay que respetar las demás culturas? ¿Hay que, por respeto, callarse ante las iniquidades? ¿Acaso va a beneficiar a alguien que no se hable de esto abiertamente, que no se genere un debate, que la gente no opine? Estamos en España. Estamos en 2022. La comunidad gitana, igual que el resto del mundo, va evolucionando, y si bien es cierto que ya hay algunas chicas que deciden no someterse al ajuntamiento, todavía hay muchísimas gitanas que sí lo hacen. Que estas prácticas arcaicas se lleven a cabo en nuestro país y que hablar de ello no sea una prioridad del Ministerio de Igualdad, mientras no dudamos en llevarnos las manos a la cabeza cuando oímos hablar de la mutilación genital femenina de África u Oriente Medio, cuando no dudamos en acusar de machistas a los jueces a la mínima oportunidad, sólo me grita lo fácil que es ver la paja en el ojo ajeno y lo hipócritas que somos los españoles, con las grandes voces feministas que tenemos, con lo que se nos llena la boca hablando de violencia de género... cuando pasa algo gordísimo delante de nuestras narices elegimos la parte gitana del “que se calle para siempre”.

Candela Pascua

Analista política y articulista

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