A mi prima Marta

Hay un mal común en quienes deciden nadar las procelosas aguas de la política, donde el amigo/hermano de hoy, es el tiburón que te persigue para devorarte mañana. Un lugar indisimuladamente verticalizado en el lado derecho, y no tan disimuladamente piramidal en el izquierdo. Ambas partes en constante disputa por establecer cuál es el centro como ficción de referencia. Porque sí, el centro es una ficción cuya ubicación varía en función de las posiciones donde se sitúen los extremos.

Pero yo, hoy, no quería hablar del centro. Quería hablar de un mal común en política. Un mal, que por experiencia he visto -y sigo viendo- en el lado donde más he transitado (que no solo) que es el lado izquierdo. Lo que unos llaman caja de resonancia, quien escribe lo ve más como una centrifugadora. La capacidad de invocar debates infinitos entre afines e indecisos donde retroalimentar una idea hasta hacerla perder el sentido. La capacidad de sacar cualquier cosa, para que un muro de satélites en órbita la catapulte hasta el último rincón del universo, o nos la rebote para hacérnosla explotar en la cara. La incapacidad para ver, que todo nuestro cosmos, no es más que el cascabel de un gato, como ocurriera en 'Men In Black' con aquella galaxia dentro.

Hay vida más allá del sesudo debate. Más allá de todo eso, está mi prima Marta (y menos mal). Que ni entiende de política, ni le interesa, ni tiene tiempo. Que bastante tiene con su vida, que no le da tregua ni un momento. Mi prima Marta, es la persona a la que ningún político pregunta qué problemas tiene y al mismo tiempo, es víctima de todos ellos. La persona a la que todos dicen querer llegar, pero nunca llegan. La persona que vota por inercia, por lo que ha visto en su casa. Sin más. Simpática, abierta, con la que te podrías tomar una cerveza para hablar de cualquier cosa.

Mi prima Marta, es la vida real.

He leído casi media docena de análisis diferentes sobre el acto de Sumar del otro día (y los que saldrán) por no hablar de la moción de censura de Tamames, que tuvo al gremio periodístico dando saltos en una colchoneta durante días (y sospecho que también al gobierno) y, sin embargo, nada de esto llega a mi prima Marta, más allá de un eco. No hablemos ya, de los problemas de Podemos, los absurdos de la extrema derecha en Castilla y León, o la anécdota de cualquier otra fuerza política.

Quienes asomamos la cabeza a la ventana de la política, corremos a menudo el riesgo de sufrir deterioro cognitivo, arrastrados por miles de opiniones, sesudas reflexiones, etc, de un mundo que es, además, profundamente adictivo. La lucha por el relato, la guerra cultural, los matices, la diferenciación, el electorado… los veinte niveles de subconspiración que llevan a la toma de decisiones de cada actor político, el sexo (del que nunca se habla) y los psicofármacos, necesarios para la resaca que deja a sus protagonistas un mundo tan hiperventilado…

Y todo ese mundo, infinito y absorbente, se cae como un castillo de naipes al hablar con Marta.

La política debería ser más hablar con las Martas del mundo, y menos con una aceleradora de neutrones que cada poco, amenaza con estallar.