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Capitalismo o democracia

martes 10 de junio de 2025, 13:36h

Vivimos en una sociedad cada vez más capitalista. No liberal, sino capitalista. Una sociedad asimétrica donde la desigualdad de oportunidades se traduce en desigualdad de resultados, y la desigualdad de resultados en desigualdad de trato.

Hay un mundo de enfermedades mentales originarias y redundantes en el párrafo anterior. La desigualdad de resultados por sí sola ya es suficiente para quebrar la autoestima de miles de personas a diario que a la larga termina llenando las consultas de psicólogos (quienes pueden pagarlo) o tomando psicofármacos para algo tan básico como es dormir. Si a la desigualdad de resultados le sumamos la desigualdad de trato el producto final es veneno para las emociones.

Todos los días miles de personas con vastos conocimientos e impecable currículum académico ven defraudadas sus expectativas salariales tras años de sacrificio y estudio, incapaces de entender por qué no se abren las puertas del cielo. En una sociedad capitalista, a la hora de contratar, el conocimiento y la experiencia son un simple filtro para seleccionar personas a las que se atribuyen las capacidades necesarias, de forma directa o indirecta, con las que poder engrosar la cuenta de resultados de quien contrata, y en función de eso se abona el salario. Por eso un futbolista cobra millones de euros dándole patadas a un balón mientras que un investigador muchas veces no supera los treinta mil euros brutos anuales.

Nadie paga un sueldo altruistamente. En una sociedad capitalista el sueldo que abona cualquier empleador depende de la necesidad que tenga de la empleada/o para enriquecerse. Ahí se encierra no sólo toda la negociación entre empleadores y empleados, sino también entre autónomos o empresas que se contratan entre sí para la producción de bienes o la prestación de servicios.

Y por todo lo anterior es vital la función pública, donde el objetivo no es enriquecerse, sino salvar vidas (sanidad pública), reducir la desigualdad de oportunidades (educación pública), y así un largo etc desde la investigación a la cultura, incluida la legislación laboral, que permiten a nuestras sociedades superar la esclavitud y desarrollarse de forma meridianamente amable en comparación con las sociedades anteriores.

Cada vez que en la función pública los objetivos de desarrollo humano (aumento de esperanza de vida, reducción de criminalidad, integración social, etc) son reemplazados por objetivos económicos, la sociedad se degrada un poco, se hace menos humana, más capitalista, menos simétrica entre quienes la forman. El racismo o la xenofobia, la homofobia, los círculos de discriminación o marginalidad encuentran abono para muchas de sus raíces en este párrafo, siendo una quizá, la más fuerte de ellas, a fecha de hoy, la de la vivienda.

En el abandono de la vivienda que durante décadas ha hecho la función pública, reduciéndola a datos económicos cortoplacistas, reside la sima origen del torbellino que se traga la vida de nuestra juventud, ensanchándose su boca a gente ya no tan joven.

La historia del S.XXI español es la historia del acceso a la vivienda. La dificultad de acceso a una vivienda en los dos mil forzó a que miles de personas pidieran hipotecas a cuarenta años por importes que se comían un salario de por vida. Una parte de mi generación vio pasar los años sin posibilidad de emanciparse, otra dio el salto y se vio en una situación irresoluble poco después, cuando la burbuja estalló. Ni el gobierno de Aznar ni el de Zapatero hicieron otra cosa más que alimentar aquella situación. Eran los tiempos de “el ponche en medio de la fiesta” que dijera Miguel Sebastián.

Según la Asociación de Afectados por Embargos y Subastas (Afes) entre 2008 y 2015 más de medio millón de familias fueron desahuciadas por la banca. La banca ordenaba el desahucio, pero a los antidisturbios que participaban en el mismo los pagábamos los demás. En 2013 el gobierno de Esperanza Aguirre vendió 3000 viviendas sociales del IVIMA a un fondo en cuyos negocios participaba la familia Aznar Botella. Los gobiernos del periodo 2008-2015 acudieron al rescate de la banca. Podía haberse optado por ayudar a las familias en situación de vulnerabilidad, se hubieran evitado miles de desahucios, la banca hubiera continuado cobrando las hipotecas, y el rescate hubiera sido menor o innecesario. No fue así, se apostó por el capital “tiempo de crisis, tiempo de oportunidades”

Tras el trauma de la burbuja y su pinchazo la gente empezó a apostar por el alquiler después de que durante años se criticara “la obsesión de los españoles por la compra de vivienda”. Ahora el alquiler es inasumible sin gastar un sueldo en él, mientras los precios de compra escalan a cotas inalcanzables y el crédito se flexibiliza. Cuando el precio es inasumible, facilitar el crédito es lo que permite vender vivienda sin bajar precios.

Pocas cosas hay más extremistas que impedir a la gente fundar un hogar. Si la democracia no es capaz de dar solución al problema de la vivienda la gente apostará por sistemas no democráticos, que no solucionarán el problema, pero generarán el clima de violencia y darwinismo social con que sueña quien se sabe ganador eliminando las barreras públicas que limitan el abuso sobre los demás.

Predicadores y vendedores de crecepelo llenan sus redes de pescado fresco en los mares de la frustración y desesperación. Los criptobros y sus universidades por internet, Llados, o en su versión política, la extrema derecha y el rojipardismo. Soluciones tan milagrosas como falsas, señalando culpables inocentes pero fáciles de ajusticiar.

Igual es obvio pero necesario decirlo: la mayoría somos demasiado pobres como para pagar el lujo de la estupidez. El pozo negro de la vivienda se está tragando a miles de personas, sobre todo jóvenes, que no pueden fundar un hogar, pero amenaza con tragarnos a todos poco a poco a través de los cambios que opera en nuestra sociedad. Vivimos en una sociedad cada vez más capitalista. No liberal, sino capitalista, y el capitalismo no entiende de democracia.

Carlos Paredes

Analista político

Fue portavoz de Democracia Real Ya (DRY, 2011-2012) colaborando en la aparición del movimiento 15-M. Fue presidente de Ecopolítica (2020-2021) y ha tenido presencia como invitado y tertuliano, en 'El programa de Ana Rosa' (Telecinco), 'Las mañanas de Cuatro' (Cuatro TV), '13 TV', 'Los Desayunos de TVE', 'El Objetivo' y 'La sexta noche' (La Sexta)... En 2011 fue portada de las revistas 'Tiempo' y 'Pronto' como portavoz de DRY, además de contar con apariciones en medios internacionales como 'Le Monde', 'Le Monde Diplomatique', 'Der Spiegel', la 'Rai', la televisión pública francesa... Su nombre aparece en el libro 'España 2020, la España que necesitamos', junto al de José Luis Rodríguez Zapatero o Mariano Rajoy, entre otros. Colaboró en la publicación por primera vez en castellano de 'Vida y Muerte de Petra Kelly' y actualmente lleva una vida retirada de la política activa, concretamente en el sector privado, dedicado al mundo de la pequeña empresa.

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