El Rey emérito ha emitido un vídeo por su cuenta y riesgo ponderando su papel durante la Transición Política. Tan por libre va Juan Carlos I que el documento visual ha caído como un tiro en la Zarzuela, que lo considera erróneo e inoportuno.
Llama la atención el empeño del ex monarca en reivindicar su figura sin arrepentirse de los errores de su mandato, lo cual hubiese sido de agradecer y habría ayudado a limpiar su imagen. No ha sido así, ni en el vídeo ni en el libro de memorias que aparece ahora en las librerías. Resulta, pues, patética esta ansia de reivindicación popular sin desdecirse de sus peores decisiones en lo personal y en lo político.
Realmente el texto del mensaje parece haber sido redactado por un republicano, ya que no le hace ningún favor a la monarquía, cuya causa dice defender. El haberlo dirigido a los jóvenes, ante quienes quiere ejercer una especie de magisterio, es contradictorio con su peripecia personal. Y el pedirles que arropen a su sucesor, Felipe VI, tampoco se compadece con considerar que la monarquía está sólidamente establecida y que el actual Rey cumple sus obligaciones sin merma alguna.
Estamos, por consiguiente, ante un texto sin mérito alguno, que sólo puede entenderse como promoción del libro que publica el emérito. Vamos, que se trata de una publicidad más del mundo editorial, lo que justificaría el enfado de la Casa Real.
Muchos y variados son los problemas que tiene este país para que Juan Carlos I se dedique a hacer el elogio de sí mismo y de una trayectoria que al final no ha sido lo ejemplar que debería. Su mayor aportación a la causa monárquica consiste, precisamente, en apartarse todo lo posible de su sucesor y no contagiar su imagen con sus propios desvaríos.
Se entiende, entonces, el interés de la Casa Real de que el emérito viva su vida al margen del monarca actual, aun al coste personal y familiar de reducir su presencia al máximo y dejarle al margen de acontecimientos políticos de todo signo. El pasado hay que reivindicarlo, sí, pero en sus justas dosis.