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Análisis de género de la pandemia por covid-19

lunes 01 de junio de 2020, 08:12h

Resulta sorprendente la relativa ausencia de análisis de género sobre la pandemia provocada por la covid-19. Quizás tenga algo que ver con el hecho de que la mayoría de las víctimas sean hombres. Estoy convencido de que, si fueran mayoritarias las mujeres, habríamos oído ese discurso generalizador que tiende a victimizar a las mujeres en cualquier circunstancia. Sin embargo, es perfectamente posible (y conveniente) realizar un análisis de género sobre la pandemia.

Para hacerlo adecuadamente, parece útil alguna introducción en la materia. El concepto de género fue planteado en los años cincuenta por el doctor Robert Stoller, a propósito de un amplio estudio sobre malformaciones genitales congénitas, donde pudo observar la fuerza que tenía en los jóvenes la socialización según un rol sexual cultural determinado. Desde ese punto, se distinguió entre sexo (biológico) y género (adscripción cultural). Esa diferencia fue acogida por las ciencias sociales como un factor social diferencial, entre otros, y por el movimiento feminista, que no sólo apreció su capacidad cognitiva, sino transformadora: si los patrones de género surgen de la cultura, un pacto cultural también puede cambiarlos. De esta forma, en los años setenta y ochenta se consolidaba el enfoque de género.

Ahora bien, en los últimos cuarenta años, se han producido diversos planteamientos en torno a este enfoque. A efectos descriptivos, pueden apreciarse cuatro principales que se mantienen actualmente.

Enfoque de género rudimentario. La vulgarización del concepto ha ido simplificando el enfoque. Uno de los rasgos de este planteamiento es la tendencia a confundir género con mujer. Incluso cuando se acepta teóricamente esta distinción, en la práctica la temática de género es un cuarto propio de las mujeres. Esa tendencia se ha asociado a la consideración de que el análisis de género debe descubrir en todo momento la desventaja de las mujeres, algo que impide observar en su verdadera dimensión los cambios en las relaciones de género de los últimos cuarenta años. También se ha perdido progresivamente la capacidad de integrar el factor biológico en el análisis de género. Pese a que, después de muchos años de resistencia, la identificación del genoma humano aclaró que la diferenciación sexual sí está en los genes, esa resistencia continuó cuando en los años noventa (la década del cerebro) se pusieron de manifiesto las diferencias orgánicas que produce un impacto hormonal distinto (mayor lateralización en los hombres, mayor interconexión hemisférica en las mujeres, entre otras). Pero quizás el asunto más grave de este planteamiento es la confusión entre fines (equidad e igualdad de género) y medios (potenciación de la mujer), porque el potenciamiento ilimitado de un sexo puede conducir a lo que comúnmente se llama la vuelta de la tortilla, es decir, al sexismo inverso.

Rechazo a la “ideología de género”. Desde mediados de los años noventa, los sectores conservadores y sobre todo los religiosos, han emprendido una ofensiva contra el enfoque de género tildándole de infundio ideológico. Para ello, buscan confundir los distintos planos del enfoque y lo asocian interesadamente a las propuestas del feminismo radical. Desde luego, utilizan bien a su favor las lagunas y las exageraciones del enfoque rudimentario, sobre todo su rechazo al factor biológico y la tendencia a la victimización femenina. Vox representa bien en España este planteamiento.

Desinterés y desconocimiento en materia de género. Este planteamiento es mas bien una actitud frente al enfoque de género, que se extiende principalmente entre la población masculina. Hay que destacar que afecta tanto a los de orientación conservadora como a los progresistas. Entre éstos últimos es muy frecuente los que consideran el enfoque de género un tema de mujeres y creen que el asunto no tiene mayor enjundia, por lo que una mirada superficial es más que suficiente. En general, se limitan a copiar al dictado lo que les dicen las organizaciones feministas. Entre los conservadores, el enfoque de género es algo sobre lo que no quieren saber y sólo desean mostrarse “políticamente correctos”, es decir, aclarar que no están en contra de la equidad entre mujeres y hombres. Este desprecio masculino por el enfoque de género contiene un sustrato que hay que mencionar: la acertada intuición masculina de que la temática de género conduce, por una vía u otra, a una reducción del poder masculino.

Enfoque de género integral. El rasgo principal de este planteamiento consiste en la necesidad de ser coherentes respecto del presupuesto teórico de que género no es igual a mujer. Ello permite compatibilizar el hecho incontestable de la discriminación histórica de la mujer, con el análisis riguroso de género de un determinado fenómeno social. No se parte a priori de que la mujer está en desventaja, porque se tienen en cuenta los cambios en las relaciones de género de las últimas décadas (por ejemplo, feminización de la matrícula universitaria, mejor rendimiento escolar de las adolescentes mujeres, entre muchas otras). Será el resultado del estudio concreto lo que evidenciará si la mujer está o no en desventaja, y no el apriorismo cognitivo. Este enfoque puede encontrarse en algunos círculos académicos, tuvo presencia entre los verdes alemanes (Democracia de Género) y en el feminismo no radical, pero hay que señalar que actualmente es minoritario, como lo es el feminismo no sectario. No porque no haya feministas sensatas, sino porque las otras son más altisonantes (y porque sólo algunas de las primeras se atreven a levantar la voz para disentir públicamente, como Betty Friedan o Elizabeth Badinter, entre otras).

A la vista de estos cuatro planteamientos, no puede resultar tan extraño que los tres primeros no hayan tenido mucho interés en hacer un análisis de género de la pandemia. Cabe entonces la pregunta: ¿Cuál sería el análisis que podría hacerse desde el cuarto planteamiento, el enfoque de género integral?

Respecto del inicio de la propagación del virus, no hay manera de evitar el debate sobre la manifestación del 8-M. Y creo que no hay que estar de acuerdo con los conservadores en cuanto a considerar clave esas manifestaciones en la propagación del virus, para rechazar también la idea de que sólo tuvo un “efecto residual” como pretende el discurso gubernamental. Será difícil estimar con precisión el efecto del 8-M, pero parece sensata la idea de sí tuvo efecto, al menos la de Madrid, en la rápida expansión de la Covid-19, y que hubiera sido mejor no celebrarla.

En cuanto a los resultados de la pandemia y, en concreto, al hecho de que sean los hombres las víctimas mayoritarias, es posible adelantar alguna hipótesis aceptable. Como no hay que descartar el factor biológico, habrá que investigar si por esa causa las mujeres tienen mejores defensas naturales que los hombres frente al coronavirus. Es probable que pronto haya información confiable al respecto.

Pero desde el plano cultural hay más nivel de certeza. La evidencia clínica indica que los hombres superan los sesenta años con mayores dolencias y factores de riesgo (hipertensión, problemas cardiacos, diabetes) que las mujeres. Ello correlaciona con dos asuntos: 1) los hombres se exponen y avanzan más en las dolencias debido a su particular modo de vida, 2) son mucho más reticentes a usar los servicios de salud disponibles (todas las encuestas sobre usuarios muestran que los hombres son claramente minoritarios). En esas condiciones no puede resultar extraño que la Covid-19 haya resultado más letal para ellos.

Y si esa hipótesis resulta válida, la recomendación salta a la vista. Dado que el riesgo de pandemias es algo con lo que tendremos que convivir en el futuro, es necesario poner mucha más atención a la salud de los hombres. El culto al físico, muchas veces asociado a actitudes machistas, debe ser sustituido con urgencia por el cuidado masculino propio. Algo que también contribuirá a disminuir el peso del rol de género femenino de tener que encargarse del cuidado del resto de los mortales.

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