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Ante los millones de oprimidos víctimas de nuestra codicia

domingo 05 de agosto de 2018, 14:43h

Cuenta Soresen, colaborador, amigo y confidente del entonces Presidente de EEUU, que, durante una de las crisis de Berlín, en Junio de 1963, el entonces presidente Kennedy se desplazó a aquella amenazada ciudad y se paseó por las calles devolviendo la confianza y prometiendo toda la ayuda necesaria para evitar el bloqueo por parte de los soviéticos. En un memorable discurso, durante el almuerzo ofrecido por el alcalde W. Brandt, pronunció unas célebres palabras: "Hace dos mil años el mayor orgullo era poder decir "Soy ciudadano romano". Hoy, en el mundo libre, el mayor orgullo es poder decir "Soy un berlinés":" Ich bin ein Berliner". "Y a aquéllos que no comprenden la diferencia entre el mundo libre y el mundo oprimido por el comunismo animémosles a que vengan a Berlín: "Lasst sie nach Berlin Kommen". Hoy diríamos Palestina, Oriente Medio, Nicaragua, Bangladesh, África subsahariana, poblaciones empobrecidas de Brasil y otros países hispanoamericanos y asiáticos con esta bomba de destrucción masiva que es la explosión demográfica.

"La libertad presenta muchas dificultades y el sistema democrático no es perfecto, pero nosotros nunca hemos tenido que levantar un muro para impedir que escaparan nuestras gentes". Por eso, proseguía el joven campeón de la libertad y de los derechos civiles, "todos los hombres libres, donde quiera que vivan son ciudadanos de Berlín, por eso, como hombre libre que soy, siento el orgullo de proclamar: Ich Bin ein Berliner".
Todas las agencias del mundo difundieron la noticia, pero pocos como su ayudante Soresen pudieron recoger su confidencia, cuando se sentaban en el "Air Force One" que los llevaría a Irlanda, después de haber prometido a los berlineses "Cuando esta noche me marche, los Estados Unidos permanecerán aquí". John F. Kennedy, uno de los hombres con más carisma del mundo le confesó preocupado pero feliz: "Nunca jamás, mientras vivamos, volveremos a tener un día como éste".

Este era el hombre que pocos meses después caería asesinado por las oscuras fuerzas que cargaron los rifles en Dallas para defender sus intereses, su prepotencia y su ansia ilimitada de poder y de ambición.

Vienen a mi mente, unas conferencias, organizadas por "Solidarios para el Desarrollo" en la Facultad de CC de la Información, sobre "La crisis económica mundial y el Tercer Mundo". Diversos ponentes desarrollaron los temas "Norte-Sur, el muro que no cae". "La deuda externa, eterna", "la cultura de la satisfacción ", "El hambre en el mundo ", "Mundo rico, mundo pobre" y , finalmente, "¿Qué podemos hacer nosotros?" Porque esta es la clave de toda reflexión y planteamiento cabal del problema.

El gran salón de actos se quedó pequeño para acoger a los centenares de jóvenes que se interesaron por el tema. Muchos de ellos siguieron las conferencias sentados por los pasillos y hasta en la tribuna. ¿Qué significa esto. No era la categoría de los oradores, pues todos éramos profesores amigos que comparten nuestro entusiasmo, nuestra preocupación y nuestra entrega para buscar los medios y las soluciones alternativas a esta bofetada que supone la opresión de la mayor parte de la humanidad, por una minoría que disfruta y se aprovecha de los recursos de ese casi ochenta por ciento del planeta.

Por eso, comencé mi presentación con esas palabras de Kennedy "Ich bin ein Berliner", transponiéndolas a nuestra situación actual, mucho más grave que la de los berlineses de su tiempo, pues afecta a más de cuatro mil millones de seres: cuatro quintas partes de la humanidad. La vida está llena de gestos que , a veces, son más efectivos que las acciones puntuales que sólo buscan resolver problemas concretos sin atender a las causas que los motivan.

Hoy los jóvenes del mundo se conmueven y acuden a convocatorias en las que se les pide no sólo su comprensión sino su entrega. Yo soy un annawin: ese es nuestro grito. Yo también he escogido la marginación , el lado de los pobres, de los presos, de los oprimidos. Como aquel rey danés que, cuando los nazis invadieron su país y pretendieron aplicar las leyes antisemitas, obligando a los ciudadanos judíos a salir con una estrella amarilla cosida a la espalda, él quiso salir a caballo, sin escolta alguna y pasearse durante horas por la ciudad llevando dos estrellas amarillas cosidas a su pecho y en su espalda. La ciudad entera, en silencio tras los cristales, comprendió el mensaje. Como aquel sacerdote de la película "Delta Force" que cuando unos terroristas palestinos secuestraron un avión y se llevaron hombres judíos, él se levantó y se unió a ellos: "¿Es Vd. judío?", le preguntaron. "No, respondió, pero lo era Jesús de Nazareth a quien sigo". Y se fue con ellos. Todas estas cosas me conmueven y me fustigan ante las canalladas que se están perpetrando en Medio Oriente y, en concreto, en el Estado judío de Israel con la población autoctona palestina. Eso es un genocidio. Que reflexiones bien los extremistas judíos del Estado de Israel presidido por ese nefasto Netanyahu.

Ver a estos jóvenes arracimados y preguntándonos con sus miradas y sus gestos "¿Qué podemos hacer nosotros?" me lleva a escribir estas líneas: “Venid a los seminarios, ofreceros como voluntarios sociales, acudid a los encuentros, estudiad los graves problemas del Tercer mundo, no cerréis los ojos a la realidad que nos circunda y que nuestros descendientes se escandalizarán preguntándose: ¿Pero es que no veían el drama que había a su alrededor y en el que estaban inmersos como parte de la causa?”

Por eso grito: Yo también soy un annawin, un pobre de aquellos cuya suerte compartió el Rabí Jesús. Pues no basta con entender un problema y quedarnos en el área del conocimiento: es preciso tomar partido y optar por la justicia y la solidaridad. Cada uno desde su situación, pues la arada es inmensa y las posibilidades infinitas. Todas las manos son necesarias, como sucede en el mundo de los annawin.

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